FIART 2017: por caminos trenzados

Manuel López Oliva
5/1/2018

La Feria Internacional de Artesanía de La Habana concluyó a mediados de diciembre. Una vez más, auténticas modalidades de las artesanías basadas en tradiciones y aquellas otras que se nutren del diseño moderno, fueron exhibidas en los salones para tales fines del llamado “PABEXPO”; a la vez que otros tipos de producciones para el consumo masivo —provenientes de la pequeña industria y las maquilas— ofrecían a la población del país la posibilidad de adquirir mercancías utilitarias y decorativas del buen gusto que se afirma en herencias regionales o maneja códigos atractivos de nuestra época. Una Feria que ha logrado sortear situaciones complejas del contexto nacional, que ha conseguido vías financieras y legales de ajuste entre lo estatal y lo privado, que ha sido plataforma de ascenso para las calidades materiales y estéticas, llegó ya a un tiempo de vida activa que requerirá saludables recuentos y análisis modificadores para otro salto necesario.


 

Surgida en el apogeo de creación institucional del segundo lustro de los 80, y concebida a raíz del propósito —encomendado al entonces joven Fondo Cubano de Bienes Culturales— de hallar vías de influencia de la cultura en el desarrollo económico-social, FIART operó desde el primer momento como un campo de concurrencias del hacer artesanal de Cuba con sus equivalentes de otras naciones y sociedades. Se quiso siempre evidenciar y estimular los puntos de conexión entre las prácticas manuales y las preindustriales dedicadas a revelar signos de la subjetividad, embellecer visualmente los ámbitos de la existencia, apoyar al artesano ingenioso que convierte pobreza en riqueza imaginativa, orientar las búsquedas morfológicas y semánticas del artesanado en el universo dinámico de las artes visuales, y reconocer la influencia benefactora que pueden tener las vertientes del diseño (industrial, ornamental, informacional y escenográfico) en las variables únicas y seriadas de la nueva artesanía.

Con la clara certeza de que el ofrecimiento artesanal conjuga negocio y presencia cultural, y de que era misión del Fondo compulsar el despliegue de tipologías provistas de espiritualidad autóctona, se fueron trenzando los numerosos caminos en un itinerario que elevara el rango de disímiles técnicas, géneros, estilos y funciones. A diferencia de lo predominante en el grupo de galerías estatales que han reducido su visión a tendencias apodadas “contemporáneas”, o al “arte-mercancía” que drena la conciencia y convierte el acto creador en simple elaboración de simulacros dependientes de lo más solicitado por los mercaderes y coleccionistas de inversión externos, la lógica promocional y comercial implícita en el área de labor con las artesanías —integrada por directivos y especialistas o vendedores amables, abiertos a una plena diversidad— se ha sustentado en el principio de valorar principalmente lo que aporta rigor de factura y autenticidad formal, legitimadores del producto. De ahí que en FIART 2017 se decidiera separar las zonas dedicadas a la venta de cosas para el uso común, del conjunto de stands donde se expusieron y mercaron piezas de dos y tres dimensiones con deliberado sentido estético y afán renovador. Lástima que permanezcan las inadecuadas condiciones físicas del recinto alquilado, con filtraciones y desniveles que en momentos de lluvias afectan el circuito expositivo, e impiden una orgánica distribución de los espacios.

FIART puso en circulación palpable presupuestos axiológicos destinados a satisfacer al público que busca artículos de uso y adornos a tono con una formación sensible y culta, a la vez que quiso educar a otras personas y ofrecerles propuestas de nivel y belleza a sectores de la sociedad, la industria y el mercado, marcados por el mal gusto y los estereotipos anacrónicos. Todo lo que se ha hecho mancomunadamente por el Fondo y la Asociación de Artesanos (ACAA), más allá de anteriores equívocos y descalabros que revelan resquebraduras éticas en el comportamiento de ciertas gentes, constituye una prueba tácita de la posibilidad de hallar un equilibrio de intereses entre los profesionales autónomos de la producción cultural y las entidades que responden a programas encaminados a obtener resultados económicos para la Nación, tanto mediante el consumo dentro de frontera, como por medios exportables valiosos y eficientes que nos representen.

Aparte de premiaciones y reconocimientos que ponen de manifiesto la fertilidad de quienes optan por fundir oficio y creatividad, cuya reiteración por años registra el acertado curso de lo artesanal y las Artes Decorativas, FIART ha devenido recurso de la vida cubana para el mejoramiento de su aspecto individual y ambiental. Igualmente puede ser vista como “atalaya” de la cultura y acicate para la gestión en nuestras Artes Visuales, que llevan buen tiempo en espera de la Feria ordenada y múltiple que ayude a dignificar su mercado.