Día 1. Qué felicidad. Soy una persona que no tiene que ir al trabajo. No tengo horario que cumplir, salvo el de las colas. Como estamos en pandemia, lo primero que hice, antes de aceptar mi nueva colocación de “encargada de compras”, fue documentarme, para saber si soy vulnerable a la COVID o no. Tenía la esperanza de que me libraran de tamaña responsabilidad por mi edad —esa que de súbito me libera de ir al trabajo—, pero resulta que no. O sea, soy vieja para trabajar, pero no lo suficientemente para ser absuelta de las colas. Ese será mi nuevo empleo. Qué nervios.

Día 10. Si bien comienza a obstinarme este constante pulular de cola en cola, también es verdad que he hecho nuevas amistades. Increíble a mi edad. Son dos hombres y tres mujeres que nacieron más o menos en el mismo año que yo, del mismo siglo, recién jubilados. Conversamos mientras la fila se detiene antes de entrar en las tiendas, nos “marcamos puestos” unos a otros, y de cierta forma, compartimos el agobio de perseguir cuanta cosa nuestras familias pidan por la noche. Cada mañana, nuestro saludo es similar: Hola ¿qué te encargaron hoy tu hija y los nietos? O… ¿Le gustó a tu yerno la gelatina que le llevaste ayer? O… ¿Tu nuera quedó satisfecha con la crema humectante? Qué bochorno.

“Tenía la esperanza de que me libraran de tamaña responsabilidad por mi edad (…), pero resulta que no. O sea, soy vieja para trabajar, pero no lo suficientemente para ser absuelta de las colas”. Foto: Tomada de ensuhogar.com

Día 20. Hoy cumplo un mes de no trabajar. Es un decir. Tengo las piernas hinchadas y el espaldar escorado, pero se supone que soy una persona liberada, sin vínculo laboral. Añoro mis días de levantarme apurada para ir a la oficina a mandar a mis subordinados, y de regresar tarde y cansada a casa, donde mi madre tenía la comida lista. Uno de los descubrimientos que he hecho, y que comparto con mis coetáneos, es el pasmoso hecho de comprobar que no alcanza el tiempo para cruzar la calle. Me explico: Cuando aparece el muñequito verde en el semáforo, moviendo las piernitas armónicamente, me lanzo como alma que lleva el diablo, y lo mismo hace mi grupo de colegas, pero ni modo: antes de llegar a la otra acera, ya el muñeco está rojo, estático, en alerta, y como regañándonos. He decidido cruzar cuando no pasan carros, según dicta el sentido común, ya que esos dibujos animados no colaboran con los jubilados. Qué descubrimiento.

“Si bien comienza a obstinarme este constante pulular de cola en cola, también es verdad que he hecho nuevas amistades. Increíble a mi edad”.

Día 30. Las madrugadas son ideales para encontrarme con mis amigos de colas. Además de intercambiar opiniones acerca de nuestro nuevo oficio, y de probar diferentes acciones que nos faciliten las largas esperas (por ejemplo, apoyarse en un solo pie y alternar con el otro cada 15 minutos, evita que nos exploten las várices; cargar con un pomo de agua previene la deshidratación; andar con abanicos y sombreros retarda insolaciones), el sexteto que somos, al que llamamos “Feliz Jubilación”, cuenta con varios avatares en su duro bregar. Que son transmitidos de boca en boca, como forma de alerta ante lo que se avecina. Ninguno de los miembros del sexteto entiende mucho, o poco, o casi nada, de las nuevas tecnologías. Por ejemplo, cuando nos dicen “paga por Transfermóvil” nos imaginamos un camión de transporte. No obstante, acordamos ir juntos al banco metropolitano, para que alguien nos instalara dicha cosa en nuestros teléfonos, regalos de nuestros hijos amorosos. Qué ternura.

Día 50. “Feliz Jubilación” ha sufrido lo que podríamos llamar su primera derrota. Acudimos al banco juntos, unidos, creyendo que sí se puede y que en la unión está la fuerza. “¿Qué quieren estas personas TAN mayores?” fue la manera de recibirnos, aunque no nos dejamos amilanar. “Queremos Transfermóvil”, dijimos a coro, en plan Fuenteovejuna. Para no agobiarlos, les resumiré: Nos extendieron muchas planillas, donde aparecen varias combinaciones de números que, al parecer, son llamadas claves, que, a su vez, debemos cambiar. Nos anduvieron en los móviles, regalos de nuestros hijos amorosos, y “Ya pueden retirarse, personas TANmayores”, nos dijeron. Qué humillación. Seguiré informando en próximas entregas.

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