Federico: el Engels de la guardia de Marx

Noel Alejandro Nápoles González
27/11/2020

…Solo una cosa me ha sostenido en pie, bajo todos
estos tormentos espantosos: la idea de ti y tu amistad
y la esperanza de que juntos los dos, aún hemos de hacer
algo que merezca la pena en este mundo.

Marx[1]

La humanidad debería erigirle un monumento a la paradoja. El único problema es que la paradoja no admite monumentos. La historia convierte en estatuas a los hombres extraordinarios pero no nos dice cómo bajarlos del pedestal. El bronce es muerto, inerte, frío; el hombre, contradictorio, dinámico, vivo. Y, ciertamente, resulta extraño que matemos, destruyamos y congelemos con la estatua la virtud que queremos preservar en la memoria. Si de veras queremos hacer una biografía, hay que fundir el bronce y batir el metal hirviente, hasta que se parezca a la sangre. Bio-grafía es texto vivo. No obstante, al escribir sobre un hombre extraordinario, se han de esquivar tanto los extremos del vulgo como los del dogma. Que el personaje sea humano, no vulgar ni divino.

“Marx y Engels fueron tan humanos que no caben en el molde prefabricado de los dioses y su obra es tan extraordinaria que resulta imposible ignorarla”. Foto: Tomada de Cubadebate
 

Federico Engels, quien nació el 28 de noviembre de 1820, cumple 200 años. Fue el principal colaborador y el gran amigo de Carlos Marx, pero también uno de los pensadores más relevantes del siglo XIX. El primer encuentro entre ambos ocurrió en noviembre de 1842, cuando Marx tenía unos veinticuatro años y Engels frisaba los veintidós. Por entonces aquel era el redactor de la Gaceta del Rin y este se presentó a verlo, admirado de sus artículos. Según se cuenta, el joven redactor lo trató con cierta reserva e incluso se comportó de manera arrogante. Dos años después, en París, pasaron un par de semanas compartiendo ideas y ambos se percataron de cuánto tenían en común. Tan es así que, desde entonces, se dividieron el trabajo teórico: Marx se ocuparía de la filosofía y la economía; Engels, de las ciencias naturales y las militares. Paralelamente, Marx publicaba artículos en diarios norteamericanos y Engels trabajaba en el comercio de su padre, cuyas acciones heredó al morir este.

Aunque Marx solía ser más denso y complejo y Engels más directo y claro, ambos se caracterizaban por ser excelentes prosistas. De hecho, el pensamiento del primero se transparenta cuando identificamos su ruta dialéctica. Tanto Marx como Engels eran políglotas, aunque este hablaba más idiomas que aquel. Los dos se distinguían por una honestidad científica ejemplar que los llevaba a reconocer explícitamente cualquier idea ajena. Como polemistas eran implacables y la ironía era un arma terrible en sus manos.

“A veces ambos amigos tenían opiniones opuestas ante ciertos acontecimientos históricos”. Foto: Internet
 

Pero igual tenían sus diferencias. Marx, quien era hijo de un abogado judío converso y no era para nada rico, se casó con Jenny de Westfalia, joven aristócrata que asumió una vida de sacrificios a su lado; Engels, quien tenía cierta solvencia económica porque su padre era un próspero comerciante, es decir, un capitalista, vivió con Mary Burns, obrera irlandesa, y luego, al morir esta, con su prima Lizy. Engels, con su sentido práctico, iba siempre por delante en las investigaciones pero Marx, que era todo un teórico, llegaba más hondo y más lejos y, por supuesto, se demoraba más. En el seno de la familia Marx, Carlos era “El Moro” y Federico, “El General”.

Pero quien quiera tener una idea más nítida de las semejanzas y las diferencias entre ambos, debería consultar las “Confesiones” que cada uno hizo en el álbum de Jenny Marx.

Cualidad que más estima en las personas:
Engels: La jovialidad
Marx: La sencillez

En el hombre:
Engels: No entrometerse en asuntos ajenos
Marx: La fuerza

En la mujer:
Engels: Saber colocar las cosas en su sitio
Marx: La debilidad

Su rasgo distintivo:
Engels: Saberlo todo a medias
Marx: La voluntad de lograr lo que me propongo

Su noción de la felicidad:
Engels: “Chateau Margot” de 1848
Marx: La lucha

Su noción de la infelicidad:
Engels: La visita al dentista
Marx: El sometimiento

Defecto que considera perdonable:
Engels: Los excesos de cualquier género
Marx: La credulidad

Defecto que le inspira mayor aversión:
Engels: La beatería
Marx: El servilismo

Su antipatía:
Engels: Las mujeres remilgadas y afectadas
Marx: Martín Tupper (escritor inglés)

El tipo más desagradable para usted:
Engels: Spurgeon (predicador bautista fanático)
Marx: 

Su ocupación favorita:
Engels: Chacotear y responder a las chacotas
Marx: Rebuscar en los libros

Su héroe preferido:
Engels: Ninguno
Marx: Espartaco, Kepler

Su heroína preferida:
Engels: Son demasiadas para poder mencionar solo una
Marx: Gretchen

Su poeta preferido:
Engels: El zorro Reineke, Shakespeare, Ariosto, etc.
Marx: Dante, Esquilo, Shakespeare, Goethe

Su prosista preferido:
Engels: Goethe, Lessing, el dr. Samelson (oculista)
Marx: Diderot, Lessing, Hegel, Balzac

Su flor favorita:
Engels: La campanilla
Marx: La adelfilla

Su color preferido:
Engels: Cualquiera con tal que no sea de anilina
Marx: El rojo

Su color preferido de los ojos y el pelo:
Engels: 
Marx: El negro

Su nombre preferido:
Engels:
Marx: Laura, Jenny

Su plato preferido:
Engels: Frío: ensalada; caliente: guisado irlandés de carne con papas y cebolla
Marx: El pescado

Su regla predilecta:
Engels: No tener ninguna
Marx: “Nada humano me es ajeno”

Su divisa predilecta:
Engels: Tomarlo todo con calma
Marx: “Dudar de todo”

Fuente: Federico Engels. Vida y actividad, Editorial Progreso, Moscú, 1987, pp. 49-50

A veces ambos amigos tenían opiniones opuestas ante ciertos acontecimientos históricos. En 1862, durante la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América, Engels apostó por el Sur esclavista, que le parecía mejor dirigido militarmente, mientras que Marx lo hizo por el Norte capitalista, que representaba el progreso económico. La veleta de la historia sopló en un sentido, luego en el otro y finalmente le dio la razón a Marx.

Un año más tarde, en 1863, sucedió algo que estuvo a punto de distanciarlos. Paquita Armas Fonseca, en su libro Moro, el gran aguafiestas, lo narra con particular sensibilidad. Cuando Mary Burns, obrera irlandesa que había vivido con Engels durante años sin casarse, murió, este, henchido de dolor, le escribió a Marx esperando consuelo. Pero “El Moro”, tras darle el pésame, comenzó a hablarle de sus acuciantes problemas personales, en un gesto francamente poco delicado. Engels, que tenía un corazón inmenso, le respondió dándole algunos consejos económicos pero se quedó resentido. Enseguida Marx se percató de su error y le envió otra carta disculpándose. Entonces la grandeza de Engels rozó lo divino cuando le escribió que menos mal que su disculpa había llegado a tiempo porque pensaba que, junto con su esposa, había enterrado a su mejor amigo. Quien esté libre de pecado…

En múltiples ocasiones “El General” socorrió a la familia Marx. Fue él, un burgués con convicciones y actitudes revolucionarias, la persona que más auxilió al teórico comunista por excelencia. Pero también Engels hizo aportes teóricos en cuanto a la comprensión dialéctica de las ciencias naturales (Dialéctica de la naturaleza), a la historia de la filosofía (Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana), a la antropología (El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre), a la sociología (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado). Sus textos complementan y enriquecen la obra de Marx, demostrando que las contribuciones de uno y otro no se reducen a la filosofía, la economía y la política.

Cuando salió el primer volumen de El capital, Engels publicó críticas al mismo bajo seudónimo, para evitar que cayera en la peor de las censuras: la del silencio. Pero lo que demuestra que la amistad entre estos dos hombres era sobrehumana es el hecho de que, tras la muerte de Marx, ocurrida en marzo de 1883, Engels consagró su vida a publicar los volúmenes II y III de El capital, cumpliendo la voluntad de su autor de dedicárselos a Jenny de Westfalia. Téngase en cuenta que se trata de cientos y cientos de páginas de un contenido altamente complejo y novedoso (dentro del cual Engels tuvo que hacer algunas precisiones), redactado con una letra casi ilegible. Coincido con Lenin en que estos dos tomos debían considerarse obra de ambos.

“Engels y Marx sostenían la tesis de que no es la conciencia la que determina al ser sino el ser el que determina a la conciencia”. Foto: Internet
 

Engels reconocía que Marx era un genio porque atalayaba más lejos que todos sus colaboradores, incluido él, que eran, a lo sumo, hombres de talento. A pesar de su modestia, no creo que Engels haya sido el segundo violín, como suele decirse: “El General” era el primer violín; “El Moro”, el director de la orquesta. Y ya se sabe que cuando entran a escena ambas figuras ha de aplaudir todo el teatro.

El problema no es de jerarquías sino de partitura: aún hoy la dialéctica, tal y como ellos la concibieron, sigue siendo una obra inconclusa. No siempre estos titanes del pensamiento fueron consecuentes con el método que entre ambos habían rescatado de Hegel.

Engels y Marx sostenían la tesis de que no es la conciencia la que determina al ser sino el ser el que determina a la conciencia. Este principio lo hacían extensivo a la formación económico-social, diciendo que es la base económica la que determina a la superestructura y no viceversa. Años después de la muerte de Marx, Engels reconoció que ellos habían acentuado el aspecto económico, para oponerse a las teorías idealistas que anegaban la historiografía de la época, pero que aquel énfasis los había inducido a cometer un error ya que la economía solo determina a la superestructura en última instancia. En realidad, toda relación dialéctica es siempre biunívoca, pues implica un juego de acción y reacción. La diferencia, en todo caso, es de acento, no de sentido.

Cuando Engels definió el segundo aspecto del problema fundamental de la filosofía como el de la cognoscibilidad del mundo, olvidó que para Marx lo más importante en la filosofía no era interpretar el mundo sino transformarlo. Efectivamente, desde 1845, en las Tesis sobre Feuerbach (que el propio Engels ayudó a rescatar de las oscuras manos del olvido) Marx insistió en este punto. Por lo que el segundo aspecto, que es el que aborda la relación del pensamiento con la materia, debiera definirse como el de la cognoscibilidad y la transformabilidad del mundo.

En su polémica con Dühring, Engels estructuró su pensamiento y el de Marx siguiendo la pauta positivista. El positivismo contiene una filosofía (la de Comte, emparentada con el evolucionismo), una política (la del socialismo utópico) y una economía (la de los utilitaristas). Paralelamente, Engels habla de una filosofía (la del materialismo histórico), una política (la del socialismo científico) y una economía política (la de El capital). Esta opinión dio lugar a la tesis leninista de las tres partes integrantes del marxismo, que no es del todo exacta, como bien apuntó Gramsci. En primer lugar, el pensamiento de Marx y Engels va más allá de estas tres partes, incluyendo otras materias como la historia, las ciencias naturales, la antropología, la sociología, la ciencia militar, incluso las matemáticas. En segundo lugar, en el positivismo, la unión entre la filosofía, la política y la economía es extrínseca, mientras que en Marx se da intrínsecamente, es decir, es consecuencia del método dialéctico.

La dialéctica es un arte que se transforma en ciencia, una ciencia que se convierte en ideología y una ideología que deriva en un arma para transformar la realidad. El pensamiento de Marx refleja esta dinámica interna, partiendo, como buen hegeliano, de la ciencia, no del arte, más bien dado a los románticos. Por eso es como una matrioshka: su economía lleva dentro la política y esta porta en su seno la filosofía. Lo que equivale a decir, simbólicamente, que El capital (1867…) lleva dentro el Manifiesto del Partido Comunista (1848) y este, a su vez, contiene las Tesis sobre Feuerbach (1845).

Marx y Engels fueron tan humanos que no caben en el molde prefabricado de los dioses y su obra es tan extraordinaria que resulta imposible ignorarla. Su grandeza consiste en su humanidad, y esta, a su vez, en no ser estatuas sino hombres contradictorios, dinámicos, vivos. Por eso he dicho que, entre el Prometeo de Tréveris y el Diablo Rojo, yo sigo escogiendo al Moro, y ahora añado que, entre el segundo violín de Marx y su mecenas incondicional, yo escojo al General. Es más interesante, por complejo, vivificante y doloroso, ser un humano que ser un dios, porque los dioses no tienen tentaciones ni contradicciones. En todo caso me gustaría creer, como Homero, en los dioses que se alimentan de estiércol. Todo, como el diamante, antes que luz es carbón.

Un hombre hereda la estatura de su enemigo, la fortaleza de su esposa y el valor de sus amigos. Marx heredó la estatura del capital, la fortaleza de Jenny y el valor de Engels. Gracias a eso es probablemente el filósofo más grande que ha dado la historia. Pero, digámoslo sin ambages, sin Engels no habría Marx: él lo apoyó económicamente, lo complementó teóricamente y culminó fiel y brillantemente su magna obra.

Cuando se pierde un amigo se siente como si nos sacaran la raíz cuadrada del alma. Y Carlos encontró en Federico mucho más que un ser humano en quien confiar: encontró su ángel guardián. Poco importan las comparaciones: ellos escalaron las cumbres más altas del pensamiento de su época. Y en el Olimpo, todos son dioses.

 
Nota:
[1] Carta a Engels del 12 de abril de 1855.