Extraña virgen

Rubén Darío
19/5/2016
Foto: Tomada de Internet 

Il semble que la femme soit plus que nous sujette aux destinées. Elle les subit avec una simplicité bien plus grande. Elle ne lutte jamais sincèrement contre elles. Elle est encore plus près de Dieu et se livre avec moins de réserve a l’action pure du mystère.

Maeterlinck, Sur les femmes

Mientras los hombres hacen sus daños, armados y llenos de odio, en la crueldad de la guerra, allá en la Isla de Cuba, una rara niña, una dulce y rara niña, penetra en la sombra mortal delante de los tristes ojos de sus hermanos: y paréceme que vuelve el rostro como para decir adiós, y que su mano traza un vago gesto enigmático que anuncia la esperanza de un futuro momento consolador; tal una blanca visión, en un misterioso castillo antiguo, al perderse en una puerta llena de oscuridad en el imperio del silencio, en una hora inmemorial.

Cuba ha sido para el naciente pensamiento de América, Isla cara y gloriosa, pues pudo allí aparecer, después del gran Martí, aquella excepcional alma solitaria que se llamó Julián del Casal, y al lado suyo, su hermana de espíritu, esa extraña virgen hoy difunta, Juana Borrero que, por cerebral y vibradora y artista, puede en medio distinto ser colocada a la par de María Bashkirtseff.

Como la eslava, fue escritora y pintora; como la eslava, tuvo curiosos ensueños de grandezas legendarias; como la eslava, poseyó la dicha de la belleza, si bien en esa cubana imperaba la rica y quemante hermosura de la criolla. No la vi nunca en Cuba, pero por su retrato sé de sus copiosos cabellos oscuros, de sus ojerosos y grandes ojos negros, de su boca de fuertes y sensuales labios, y de la tristeza profunda y distintiva que envolvía toda su persona, poniendo en ella algo de desterrada o de nostálgica. Así partió de este mundo llevándose sus flores espirituales, su virginidad, sus ensueños y su magia.

Era la amada y creo que la prometida de uno de los dos hermanos Uhrbach, encantadores y generosos poetas. Por Carlos Uhrbach sabemos que aquella niña tropical no amaba el sol. Dice el desolado joven: “Se ha juzgado a Juana Borrero, un temperamento de fuego. Están en un error los que así afirman. Ella no tenía nada de tropical; solo su aspecto pudiera hacer creer que había nacido en esta zona. Siempre soñaba con brumas. Alemania la seducía y su imaginación se desencadenaba para volar a la Selva Negra, o rasgar con el filo jamás embotado de sus alas, los caudales neblinosos que envuelven al Rhin.
“Yo sueño con un clima extraño ―me decía― donde nunca haya sol. ¡Ah! el sol es mi primer enemigo”. Y se complacía con lujo de imágenes en desplegar a los ojos de mi mente panoramas septentrionales, paisajes de hielo, castillos circundados de pinos, lejanías crepusculares, lagos helados y comarcas pobladas de abetos.

Como la eslava, fue escritora y pintora; como la eslava, tuvo curiosos ensueños de grandezas legendarias; como la eslava, poseyó la dicha de la belleza, si bien en esa cubana imperaba la rica y quemante hermosura de la criolla.“Y yo, confidente de esos desvaríos ansiosos, la escuchaba, ¡la escuchaba sugestionado por la magia fascinadora de su verbo! ¡Oh! ¡cuán lejanas me parecen esas palabras! Sus ecos revibrarán mientras viva en mi corazón…”

Julián del Casal ha dejado entre sus versos una canción que celebra a la sororal Virgen Triste:  Tú sueñas con las flores de otras praderas… de los seres que deben morir temprano.

Ese profeta de la muerte no se equivocó. Él partió antes: había asimismo en su faz la tristeza especial que señala a los seres que deben temprano morir y que en lo antiguo indicaría una predilección de los dioses. Parece que estos seres fuesen de vuelo hacia una región señalada y que en su peregrinación se equivocasen de senda y se hallasen de pronto perdidos en la áspera selva de esta existencia.

A esas almas, aún en medio de la primavera, en pleno florecimiento vital, queridas de la gloria o amadas del amor, diríase que alguna potencia invisible y fatal está de continuo haciendo señas desde la entrada de la tumba. La muerte les produce cierta atractiva impresión desconocida para el resto de los humanos. En una carta íntima dice Juana Borrero: (…) “A pesar de que algunos me juzgan tan venturosa, hay en mi alma abismos tan profundos de tristeza y sinsabores tan ocultos, que muchas veces anhelo la muerte, consoladora de todas las amarguras. En estos momentos en que me atormenta despiadado el insomnio, cruzan por mi cerebro ideas tan lúgubres que me producen un desaliento inmenso”…

Y Uhrbach nos cuenta: “Juana Borrero tuvo el presentimiento de su prematuro fin. Amaba la muerte y al mismo tiempo le inspiraba horror. Este dualismo no será comprensible; pero fue un hecho real. En las noches melancólicas de luna, cuando la naturaleza parecía narcotizada por la lumbre fría de los astros, recitábame las inmortales rimas que le consagró el pobre Casal, y cuando llegaba el último verso: (…)”porque en ti veo ya la honda tristeza de los seres que deben morir temprano”, su cabeza hacía signos afirmativos y su voz desfallecía, desvaneciendo sus timbres flébiles, como se apagan las notas musicales en las penumbras de los templos”.

Más que los hombres, las mujeres se transparentan en las cartas, desde los rasgos que investiga el grafólogo hasta la expresión que encierra el secreto de sus sentidos, de sus nervios, de sus visiones.Yo me imagino el dolor de ese artista enamorado, que no llegó al triunfo de la posesión y que no volverá a encontrar sobre la tierra a su Leonora, “¡nunca más!”

Y es de llorar con gran desolación por esas desaparecidas flores que se creerían imposibles entre la común vegetación femenina y que tan solamente se encuentran a modo de sorpresas que lo desconocido pone de cuando en cuando a la mirada del poeta. Esas almas femeninas tienen en sí una a manera de naturaleza angélica que en ocasiones se demuestra con manifestaciones visibles; son iguales en lo íntimo a los hombres elegidos del ensueño, y se elevan tanto más maravillosamente cuanto sus compañeras terrenales, inconscientes, uterinas, o instrumentos de las potencias ocultas del mal, son los principales enemigos de todo soñador. “Parece, dice Maeterlinck, que la mujer estuviese más que nosotros sujeta a los destinos”. Y si ello es una verdad de la vida profunda, lo es más respecto de esas mujeres de excepción. Así el destino tuvo a esta pobre y armoniosa niña encadenada a una fibra incógnita y divinamente magnética, por la cual venían a ella los temblores supremos del misterio, pero la cual era acortada con fatal avaricia por las manos de la muerte.

Deja cuadros y poesías, la adorada de Botticelli y de Dante Gabriel Rossetti. El libro de los versos de esta privilegiada doncella, ya célebre en su Isla maternal y en gran parte de América, debía ser acompañado de otro libro epistolario en que se documentase la psicología de la Bashkirtseff hispanoamericana. Más que los hombres, las mujeres se transparentan en las cartas, desde los rasgos que investiga el grafólogo hasta la expresión que encierra el secreto de sus sentidos, de sus nervios, de sus visiones. Siento no tener “el libro raro de las poesías de Juana Borrero para dar alguna muestra de su manera y vuelo. Apenas verán mis lectores estos versos tristes, dedicados a un amado poeta:

Escuchando las notas aladas
que surgen vibrantes de tu arpa de oro,
se han llenado mis ojos de lágrimas
y ha subido a mi boca un sollozo,
escuchando las notas aladas
que surgen vibrantes de tu arpa de oro.

¡Yo no sé lo que tienen tus rimas
que al llenar mi alma de triste dulzura,
me recuerdan la imagen querida
de un ser adorado que duerme en la tumba!
Misterioso poder de tus rimas
que llenan mi alma de triste dulzura…

Canta, ¡oh bardo! Tus cantos evocan 
en mi pecho enfermo profunda tristeza, 
y se puebla mi mente ardorosa
de febriles, fugaces quimeras,
cuando escucho tus cantos que evocan 
en mi pecho enfermo profunda tristeza.

Y estos otros, a una amiga:
Aunque sólo la vieron mis ojos en noche remota, 
no he podido borrar de mi mente la imagen hermosa.

Sobre el fondo sombrío del palco las luces radiosas 
la ceñían de bucles de fuego, luciente corona; 
negro traje de raso y encaje cubría sus formas, 
modelando del talle correcto la curva graciosa;
se veían sus brazos de nieve cubiertos de blonda; 
en el pecho llevaba prendido un ramo de rosas.

¡Pero yo comprendía al mirarla que no era dichosa!, 
que al través del raudal de su risa vibrante y sonora 
expiraba el gemido profundo de intensa congoja.

Hay en ella sonetos admirables, a lo Casal, llenos de un sensualismo místico, extrañísimo, en el cual quizás encontraríamos la influencia del poeta de Nieve, tan celebrado por su maestro Verlaine, y por el poderoso Huysmans.

¡Pobre y adorable soñadora que ya no es más de este mundo! ¡Flores para la flor! ¡Bien resonarían para ella las palabras que lamentaron la muerte de la dulce Ofelia!

Yo saludo a la virgen que asciende a un balcón del Paraíso, en donde estará como la amada de Rossetti o la Rowena de Poe; mas es más hondo mi lamento si considero que ese ser especial ha desaparecido sin conocer el divino y terrible secreto del amor…

Nota:
Publicado en La Nación, Buenos Aires, 23 de mayo de 1896.