Evocación del esplendor cinematográfico europeo

Joel del Río
9/6/2017

Había una vez una época, por allá por los años 60 y 70, cuando el cine europeo sentó paradigmas de universal trascendencia. Con el predominio de los llamados blockbusters de Hollywood, sobre todo a partir de los años 80, y la caída del socialismo en el Este de Europa con la casi desaparición del mecenazgo estatal, la mayor parte de las cinematografías europeas intentaron conciliar cine de autor y entretenimiento, o se aplicaron francamente a la adaptación a circunstancias nacionales de los cánones narrativos y espectaculares de los filmes comerciales. El segundo Festival de Cine Europeo, celebrado entre el primero y el 11 de junio, nos propone constatar el estado de las cosas a través de 14 ficciones y cinco documentales procedentes de 16 países de la Unión Europea.

foto del documental Ex Machina
Ex Machina: documental británico y recomendación del autor. Fotos: Internet.

Inaugurado con el muy notable filme alemán Fukushima, mi amor, de Doris Dörrie, en el cine 23 y 12, el Festival de Cine Europeo tiene como subsedes la sala 2 del Multicine Infanta y la sala del Palacio del Segundo Cabo, y tendrá otro momento destacable con el estreno mundial de Un Capitán sin miedo (A Captain Unafraid), documental irlandés dirigido por Charles O’Brien, coproducido con Cuba y EE.UU., y basado en el libro A Captain Unafraid: The Strange Adventures of Dynamite Johnny O’Brien. John “Dinamita” O’Brien (1837-1917) traficaba armas y dinamita y le prestó inapreciable ayuda a varias revoluciones del siglo XIX en América Latina, en particular a la causa independentista cubana. Por su contribución fue nombrado Piloto en Jefe del Puerto de La Habana en los inicios de la República.

En cuanto a las revisiones del pretérito que tanto complacen a cierto cine europeo de autor dirigido a evaluar épocas y personajes de enorme peso cultural, están la comedia austriaca Terapia para un vampiro, y el bélico italiano La ultimadora. De estos dos, el primero se ambienta en Viena a principios de la década del 30 del pasado siglo, cuando Sigmund Freud tiene como paciente a un conde misterioso agobiado por la eternamente larga relación con su esposa. La ultimadora tiene lugar en Cerdeña, durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Annetta es una mujer de mediana edad que se encarga de proporcionarle el último adiós a los moribundos a causa de la terrible contienda.

Entre las cinematografías que continúan reverenciando el cine de autor tradicional se encuentra la alemana, y tal aquiescencia se puede comprobar en la ya mencionada Fukushima, mi amor, cuyo título cita el clásico nuevaolero de Alain Resnais y Margueritte Durás sobre la memoria de la pasión contrariada y la guerra en Hiroshima mon amour. Realizado en blanco y negro, a la manera de su predecesor francés, Fukushima, mi amor cuenta la historia de una joven que se separa de su esposo el mismo día de la boda, desea irse lo más lejos posible y viaja a Japón para ayudar a los sobrevivientes de la catástrofe. Muy pronto, ella se da cuenta de sus limitaciones y se aplica al auxilio de Satomi, una madura geisha, en su casa destruida.

Doris Dörrie se cuenta entre las más prestigiosas directoras de su país y de Europa. Ha dirigido más de una veintena de filmes, con estimable éxito, entre los cuales destacan Hombres, hombres… y Sabiduría garantizada. Su estilo narrativo y visual tributa al cine moderno, realista y reflexivo, y si bien se hizo famosa a través de comedias desenfadadas, luego su cine se ha tornado más trágico a través de puras y duras reflexiones sobre la pérdida y el duelo, en personajes femeninos casi siempre desconcertados, solitarios y excéntricos. Desde la subjetividad de tales personajes, Dörrie  consigue reflexionar poéticamente sobre la fugacidad de la vida y la incapacidad humana de retener el momento. En este sentido, la directora se ha confesado admiradora del director japonés Yasujiro Ozu, sobre todo en cuanto a sus reflexiones sobre la decadencia de la familia y los amores improbables y difíciles.

En esta cuerda de los vínculos amorosos conflictivos y delirantes, el Festival de Cine Europeo propone también la portuguesa Los gatos no tienen vértigo y la holandesa La sorpresa, dirigida por Mike van Diem, el famoso realizador que ganara el Oscar en 1997 con Carácter. En Los gatos no tienen vértigo, el director António Pedro-Vasconcelos se acerca a Rosa, una mujer de 73 años que pierde a su esposo y compañero de toda su vida. Ella distrae su soledad hablando con el fantasma del difunto, hasta que aparece, durmiendo en la azotea de su casa, Jó, que tiene 18 años y cuyo padre, alcohólico y problemático, lo expulsó de su casa. Rosa decide albergarlo y entre los dos nacerá una intimidad que perturbará a casi todo el mundo. Por su parte, La sorpresa se acerca a la historia de un joven y excéntrico millonario deseoso de morir y por ello firma un contrato para lograr ese objetivo. Mientras selecciona su futuro ataúd, conoce a una atractiva mujer que tiene la misma intención. Ambos se enamoran, y deberán unirse para tratar de desactivar los plazos de la muerte por contrato.


Fukushima, mi amor: “Muy notable filme alemán”.

De Europa Oriental, antiguo núcleo irradiante de cine de autor a través del polaco Andrzej Wajda, el húngaro Miklos Jancso o el checo Milos Forman, llegan ahora Jardín de las delicias terrenales escrito, fotografiado y dirigido por el polaco Lech Majewski a partir de su novela Metaphysics; la contemporánea, juvenil y desencantada El niño de los miércoles (Hungría, Lili Horváth) y la checa Cobras y serpientes (Jan Prusinovský) considerada la mejor película de 2015 en aquel país, y premiada gracias a su fotografía (dorada tradición del cine checo) y por sus principales actores: el protagonista (Matěj Hádek), actriz secundaria (Lucie Žáčková) y actor secundario (Kryštof Hádek).

Para rememorar los mejores tiempos del cine europeo, principalmente italiano, se exhibe el documental Agua y Azúcar – Carlo di Palma: Los colores de la vida, excelente documental sobre uno de los más importantes directores de fotografía del cine italiano y universal, Carlo Di Palma (1925-2004), quien diseñó y retrató prodigiosas imágenes para esos gurúes del cine europeo que fueron Michelangelo Antonioni (Desierto rojo, Blow Up) y Bernardo Bertolucci (Tragedia de un hombre ridículo), y luego se unió al equipo de Woody Allen en Hannah y sus hermanas, Días de radio, Maridos y mujeres, Sombras y niebla, o Balas sobre Broadway.

Más orientados al cine de género, aparecen en el Festival de Cine Europeo la británica de ciencia ficción Ex Machina, nominada a premios Oscar, BAFTA, Globos de Oro y premios del Cine Europeo, y el policiaco griego Pequeño crimen, sobre un joven policía enviado a una pequeña isla del Egeo donde ve televisión y persigue a los infractores de las normas de tráfico hasta que aparece el cadáver de Zacarías al pie de una colina. Ex Machina cuenta la sorprendente historia de un programador informático multimillonario, que selecciona a Caleb, joven empleado de su empresa, para que pase una semana en un lugar remoto participando en un test con su última creación: Ava, un robot-mujer dotado de inteligencia artificial.

Y así, a la espera de que regresen los tiempos de preeminencia del cine europeo, puede verse este segundo Festival, que significa al menos la posibilidad de escuchar otros idiomas, aparte del inglés norteamericano, y asistir a la manera de vivir y pensar de otras personas, más allá de Nueva York, Chicago, Los Ángeles o Miami.