Escatología sublime

Jesús Arencibia Lorenzo
11/6/2019

Nunca imaginé que llegarían a gustarme. Como cualquiera, hacía mis muecas, sacaba pañuelos, toallas, al menos algún trapo o trozo de papel; corría donde el jabón o el detergente, y agua, mucha agua, para poner distancia entre “eso” y yo. Después, si era preciso y posible: perfume: pssst, pssst, pssst, tres golpes al espray y sanseacabó.

Foto: Internet
 

“Eso”, que podía ser baba, buches, vómito y, en el peor de los casos, orina y mierda, me causaba repulsión instantánea. Supongo que mi caso haya sido uno más entre millones idénticos.

Ah, pero no hay nada tan aleccionador como un día tras otro, y un espermatozoide tras un óvulo. Allí, cuando comienza “la pasión” al decir de un estentóreo comentarista deportivo, allí mismito, se murieron las repugnancias. Y nacen, alegría y asombro, las “Cositas sucias del Nené”. Tan chulas…

Lo primero que uno advierte —órgano lingüístico acabado de brotar— es el aparato mental y fonatorio que todo lo empequeñece (subráyese la ñ, porque el asunto es bastante ñoño). Así, no hablamos ya de un buche, sino de un buchito o buchecito o la salivita del niño. Tampoco, sálvenos el Dios de la paternidad, mencionamos por su sonoro nombre de seis letras a la señora fecal. Qué va.

“Amor, trae una toallita, que se hizo caca”. “A ver, a limpiarle la caquita al Nené”. “Pero, paaaapi, queeeé sucito está ese fondillito”, y papel sanitario va y toallita húmeda viene y culeros desechables se desechan (quise decir, se reciclan) y el niño, desmolleja’o de la risa, jugando con la caquita, embadurnándose en el orinito, revolcándose en su vomitico, que está, como todos los vomiticos, apestosito como un diablito.  

Y el papá, y la mamá (heroína indiscutible), mirando, casi lelos, la cosita esa que se quiere sin adjetivos, revolcadito desde los pies hasta el pelo, en la más deliciosa inmundicia.

Y qué bueno, porque si ensucia bastante y apestoso, le debe funcionar bien la digestión; y si vomitó, soltó todo lo malo; y si orina con frecuencia, seguramente no tendrá problemas renales.

Pues sí, lo confieso —con una mano extendida al pañal que me alcanza Claudia y la otra aguantando los piececitos regordetes y cagados de Ernesto—: un hijo hace desaparecer todos los ascos (o casi todos, para no ser escatológicamente absoluto).

Uno corre y lo baña y limpia, y entalca y perfuma, pero sabe, desde las entrañas, que aun sucio, resucio, recontrasucio, es la dicha más reluciente que veremos en esta vida.

Tomado del perfil de Facebook del Autor