Es preciso abandonar la soberbia de hablar con el espectador mirándolo por encima del hombro

La Jiribilla
15/3/2018

Joel del Río, periodista y crítico de cine, acaba de recibir el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro como resultado de su diálogo constante y abierto con el público cubano sobre el séptimo arte. “Asumir la historiografía y la crítica del cine significó comprender a cabalidad el sentido de mi vida, en la faceta profesional al menos, y poder contribuir en algo a esclarecer el análisis, y tal vez, definir el modo en que pudiéramos aproximarnos a una categoría tan esquiva como ‘el progreso del audiovisual cubano’, en tanto parte significativa de la cultura nacional”. Esa fue su respuesta inmediata a mi pregunta sobre la labor que eligió, la cual ha desarrollado tanto en diferentes medios de prensa, la academia como en el campo de la investigación.

Joel del Río Premio de Periodismo Cultural. Foto: Cubadebate
 

Varios de sus libros profundizan en la cinematografía internacional, la latinoamericana y, por supuesto, en el cine cubano, desentrañando también el universo de cineastas adscritos a la creación de autor. Con el mismo estilo ágil, suspicaz y hondo, con el que ha asumido la crítica de la gran pantalla, ha entrado también al mundo del audiovisual televisivo porque “el público cubano ama su cine, y además sigue considerando a la televisión el principal pasatiempo”.

“Razonar sobre ambos medios, establecer jerarquías colegidas y responsables, puede sentar bases para la discusión y la polémica, además de proponer un marco teórico y crítico en el cual nos apartemos, todos juntos, de extremos cubanísimos como la diatriba o la exégesis. En una misma semana uno puede escuchar frases elogiosísimas o completamente negativas sobre una misma película. Y eso no está mal. Lo que sí empieza a ser un problema es cuando un bando ofende o descalifica al otro, por simple diferencia de criterio”. En sus palabras están desafíos con los que ha convivido a lo largo de años en su ejercicio profesional. En ello profundizó este cuestionario, que envié a su correo, y que devolvió con la urgencia de quien escribe en las últimas ascuas de un filme o algún festival.

¿Cómo lograste junto a Marta Díaz trazar los Cien caminos del cine cubano? ¿Cómo condujeron la selección, sabiendo que los amantes del cine construyen sus propios trayectos sobre los filmes que les marcan una época o la vida?

En primer lugar, debo decir que ese libro es una de mis obras más amadas en torno a la historiografía y la crítica sobre el cine nacional, y empleo a conciencia los mismos términos que tú usas. Ese libro fue, en primer lugar, resultado de la amistad y complicidad con quien entonces era mi jefa, en el Centro de Información del ICAIC, y hoy es mi tutora en la tesis de doctorado. En segundo lugar, quise aportar el clásico grano de arena al mejor conocimiento del cine cubano, en un momento en que no existía la actual abundancia de programas radiales y televisivos ni mucho menos tantísimos libros sobre ese tema.

Quisimos simplemente trazar un trayecto sobre los filmes que marcaron nuestra época y a nosotros mismos, sin apartarnos demasiado de ciertos consensos mayoritarios, pero con el ojo atento a incluir novedades, remover jerarquías anquilosadas, proponer nuevos enfoques. Es uno de mis proyectos más ambiciosos, pero estoy deseando una segunda edición que reedite y abarque la primera década completa del siglo XXI, tal vez las dos primeras décadas, y volvernos a insertar en la polémica que siempre ocasiona jerarquizar, antologar, elegir.

A mí me gustó mucho una frase que dijo en una entrevista: “Si lo cubano es tan débil, siempre en peligro de desaparecer, es que no vale la pena que exista”. ¿Cómo ve como crítico las formas en que se renueva lo cubano dentro de nuestro cine?

Tal vez un poco extrema mi frase. Pero puedo suscribirla hoy, con matices, en el sentido de oposición a cierta retórica de matiz medio chauvinista que impone lo cubano a toda costa, o lo que se entiende como tal, en tanto norma sine qua non, catequismo impuesto, obligación restrictiva. Dos o tres siglos de fragua constante de nuestra idiosincrasia y cultura debieran aportarnos una visión más optimista y confiada sobre la posibilidad de que sobrevivirá siempre la esencia de lo cubano gracias, sobre todo, a nuestra sempiterna capacidad para tomar de todas las sazones y convertirlas en condimentos de ese ajiaco que siempre ha sido y será lo cubano.

Y si ya sabemos que funciona de ese modo, resulta incomprensible cierto discurso histérico, proteccionista y esquemático de lo criollo por encima de todo, aunque te vaya la vida en ello. De esta manera se perjudica lo patrimonial, y nos convierte en aldeanos satisfechos, alardosos de su ignorancia. Dentro y fuera de nuestro cine, lo cubano sobrevivirá inmanente, en eterno trance de mejoramiento. Y ello no significa la metafísica de sentarnos en el taburete, bajo la palma, cruzados de brazos, confiados en la belleza del arroyo que murmura. Hace falta una carga para borrar la costra tenaz del coloniaje. Todos somos, hemos sido, parte de esa carga. Es hora de ver lo extranjero, e incluso lo propio, desde otra perspectiva.

Hay una oleada de jóvenes cineastas en Cuba que has considerado como “cuarta generación”. ¿Qué futuro avizoras para estos creadores, teniendo en cuenta las problemáticas actuales del cine cubano?

Ojalá no te parezca una impertinencia mi respuesta porque no tengo esa intención. Pero carezco de bola de cristal, y la mediumnidad la tengo medio fundida por estos días en que percibo un repunte de incomunicación en torno a los jóvenes realizadores. Ignoro cuál será su destino, pero sí te puedo decir cuál me gustaría que fuera. Me gustaría que los más talentosos de esta cuarta generación no tuvieran que andar desperdigados por el mundo porque en Cuba no encuentran apoyo ni estímulo para hacer el cine que quieren. Me gustaría que el ICAIC, la EICTV, FAMCA y la Muestra Joven volvieran a liderar los conceptos más modernos y avanzados, populares y dinámicos, capaces de sostener una cinematografía activa y renovadora en términos temáticos, narrativos y formales.

Me gustaría se reabriera la discusión en torno a todos los temas que nos afectan hoy en día y que le perdamos de una vez el miedo al fantasma de la desinstitucionalización de la cultura. Nadie quiere darle un golpe de estado al ICAIC, pero se precisa cambiar, porque el cambio es necesario, quizás imprescindible por las tres leyes de la dialéctica, si no recuerdo mal, aquello de la negación de la negación, los saltos cuantitativos en cualitativos y sobre todo, más que todo, la unidad y lucha de contrarios.

Portada del libro Cien caminos del cine cubano. Foto: Internet
 

Para alguien que ha escrito un texto como “Melodrama, tragedia y euforia: de Griffith a Von Trier” (2012), ¿qué valor le das a responder también desde aquí preguntas sobre el cine moderno occidental?

El valor máximo. La cultura cubana, y particularmente el cine nacional, antes y después de 1959, se alimentó de referentes occidentales. En ese libro, aspiro a colocar lo nuestro en el nicho que le corresponde dentro de los inmensos altares del melodrama y la pieza trágica de universal ascendencia.

Desde la Escuela Internacional de Cine y otros proyectos, Cuba también se ha puesto al tanto de otras cinematografías, ¿crees que están teniendo una influencia en la creación cubana? Resulta interesante que haya filmes cubanos independientes realizados en Japón por estos días…

Sin dudas, te refieres a Lobos del este, que el cubanísimo y también ecuménico Carlos M. Quintela rodó en Japón… y que ya provoca cierta polémica en el ámbito intelectual de la Isla, en torno a la posible cubanía de la obra. Lo universal y lo cubano estuvieron combinados siempre en lo mejor del cine cubano y si vamos a buscar las razones de ciertos momentos de declive, estancamiento o decadencia, estos coincidirán con la falta de información de los creadores o con determinada ruptura de sus vínculos con lo más renovador y progresista del cine mundial. Se necesita ver mucho cine, más allá de Hollywood, el Oscar y el Paquete Semanal. Es importante conocer no solo el cine europeo de Haneke y Kaurismäki, sino también Nuri Bilge Ceylán o Apichatpong Weerasethakul, sin esnobismo ni presunción, solo para entender por dónde van los tiros en un mundo del cual deberíamos formar parte activa y significativa, como ocurría en los años 60.

Pero en tu labor, sin dudas, de esas “latitudes al margen”, es el cine latinoamericano el que ha ocupado mayor espacio. ¿Cuál empieza a ser el aporte de esta cinematografía en el tercer milenio?

Cada vez mayor. Desde los años 60 no se veía tanto entusiasmo mundial por el cine latinoamericano. Lástima que Memorias del subdesarrollo, Lucía, La primera carga al machete y la documentalística de Santiago Álvarez y Nicolasito Guillén Landrián supieron colocarse a la vanguardia de las vanguardias latinoamericanas sesenteras, mientras que hoy los principales realizadores, los más elogiados dentro y fuera del continente, provienen de Argentina o México, incluso de Chile, Colombia o Brasil; pero los cubanos, aunque resulte difícil de reconocer, ya no figuran entre los más aportadores y significativos. Sobre los aportes de lo latinoamericano al cine mundial, puedo hablarte de una combinación de diversidad, postmodernidad en su acepción más progresista, y de vanguardia.

Al recorrer la relación de Gabriel García Márquez con el cine, en otro de tus textos, ¿qué experiencia le devuelve ese intercambio a tu bagaje como crítico, lector y escritor?

Me devolvió la experiencia de comprender mejor un mundo, el del realismo mágico. Comprender que el latinoamericanismo y la integración continental, tienen muchísimo sentido, sobre todo en el ámbito cultural. También significó pagar una deuda de gratitud con la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Allí crecí muchísimo intelectualmente, y quise hacer un libro en homenaje al fundador de ese proyecto, un libro que colocara en su justo sitio el gigantesco amor por el cine de uno de los escritores más amados por mí, desde muy joven, y por todos los lectores cubanos. Me apasionó, hasta el punto de la obsesión morbosa, descubrir similares códigos a los que maneja Cien años de soledad en decenas de películas, casi todas subestimadas gracias a la comparación, injusta, con sus originales literarios.

Desde la perspectiva de alguien que se ha movido entre la historia y la crítica cinematográfica, ¿qué retos le está poniendo la época que vivimos al cine, pensando sobre todo en el cubano?

El primero y más grande de todos es la reconfiguración de lo cinematográfico dentro de ese continente infinito que es el universo audiovisual. Tenemos mil y un problemas de producción, creatividad, distribución y circulación, pero el más antiguo y pertinaz se relaciona con la incomprensión de la función crítica del arte. Tampoco se puede decir que hayamos evolucionado mucho cuando una parte significativa del sistema institucional de la cultura continúa abroquelándose ante los filmes críticos, y se repiten errores de censura, exclusión y clausura del diálogo.

De hecho, ¿cuánto contribuye el periodismo a diagnosticar esos movimientos artísticos y epocales para construir una historia crítica del cine? ¿Cómo lo has vivido personalmente?

No sé si el periodismo cubano ha contribuido a “diagnosticar esos movimientos artísticos y epocales para construir una historia crítica del cine”. Creo que no, pero tampoco estoy seguro. Y mucho menos estoy convencido de que le toque al periodismo cubano, que enfrenta ingentes tareas y enormes retos para ser más veraz, activo, honesto y comprometido con la realidad.

Yo he tratado, y no soy el único ni mucho menos, de hacer un periodismo que jerarquice y diagnostique, pero si tenemos en cuenta, por ejemplo, que la Muestra Joven del ICAIC es el mapa de la mayor parte de las renovaciones e insurgencias del cine nacional, y uno se percata de la escasa cobertura de ese evento en los principales medios cubanos (más allá de las notas informativas de ocasión), pues entonces pudiéramos llegar a la conclusión, por silogismo, de que el periodismo cubano tampoco es que le preste mucha atención a las renovaciones, las insurgencias, las novedades, a aquello que se sale de los prestigios y los avales preestablecidos.

¿A qué anima obtener un premio como el que te han otorgado de periodismo cultural?

Respondo con un cliché del mismo tamaño de los cuadros que con tantísima gentileza me regalaron: es un estímulo para continuar. A veces, en los lugares comunes, en las respuestas sencillas, anidan verdades como templos. No puedo decirte otra cosa. El premio me emociona, me estimula, me ayuda a saber que no estoy solo ni arando en el mar, que mis colegas valoran en su justa medida lo que vengo haciendo desde hace 25 años. Porque a veces uno puede creer que no sirvió de nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual. Pero entonces llega esta especie de foto de familia, que te devuelve a ti mismo tu imagen profesional, aplaudida por varias personas cuyo criterio te importa, y entonces uno responde con un cliché, tal vez para disimular una emoción compleja, difícil de explicar con palabras.

¿Cómo sientes el papel del periodismo cultural y la crítica cinematográfica cubana de estos tiempos?

El oficio de crítico de cine está en crisis en todos los países, pues se ha sustituido muchas veces por los benditos twitters, blogs y foros de internet donde todos los usuarios pueden emitir su criterio en un tono o estilo condensado, más o menos cercano al que emplean los críticos “oficiales”. Los estudiosos que llevan años en el ramo se refugian en el ámbito académico (no soy una excepción), o en la curaduría de festivales, muestras y programaciones institucionales (tampoco estoy lejos de ello). En Cuba todavía la crítica, la cinematográfica al menos, goza de cierto prestigio y de algún espacio en los medios masivos y se publican muchísimos libros. Es tal vez la única ventaja que proviene de contar con una Internet todavía limitada.

Entre nosotros, sin embargo, la crítica cinematográfica choca con dos enormes escollos: la inexistencia de los espectadores a las poquísimas salas de cine que nos quedan, y el crecimiento del consumo doméstico, ese que se limpia las narices, o para decirlo mejor, prescinde por completo, de la opinión orientadora o especializada. El reto consiste en lograr, por el medio que sea, un ejercicio crítico que llegue a mayor número de cinéfilos y resulte estimulante sin dejar de ser riguroso. Sobre todo es preciso abandonar la soberbia de hablar con el espectador mirándolo por encima del hombro y menospreciando su inteligencia, su parecer, su criterio.