Entre la publicidad y el autor: los más nominados a los premios Lucas
20/11/2018
La historia del cine, y del audiovisual en general, está inundada de obras emergentes, artísticas, incluso de vanguardia, que el autor consiguió modelar a partir de un encargo, de una idea ajena, y así se pusieron en juego todas sus capacidades para proveerle altura y belleza incluso a un proyecto comprometido con el comercio y las leyes del mercado. De modo que se impone aclarar que, a pesar del título de este texto, el autor está convencido de que es posible aunar los propósitos publicitarios, incluso propagandísticos, con el arte más complejo, de sólidos valores comunicativos, estéticos y espirituales. Por supuesto que el video musical, un género televisivo de amplia divulgación desde los años 70 del pasado siglo, también se instala en el centro de las anteriores conceptualizaciones, aunque algunos alegan que la matriz originaria de tales productos (necesidad promocional de un artista y su disco) coarta la posibilidad expresiva, autoral y artística.
A pesar de las consabidas manchas en el sol, el premio Lucas se mantiene instalado en un terreno que creo a salvo de los más virulentos e injustificados cuestionamientos, pues se trata de un proyecto generador de espectáculos televisivos y teatrales con más de 20 años de vida saludable, y la probada capacidad para historiar y jerarquizar los centenares de productos cosechados en uno de los terrenos culturales más activos en Cuba: lo musical y lo audiovisual. Este año se presentaron 345 videos a concurso, y para garantizar que se premie, o al menos se nomine, a los creadores más destacados del medio, se seleccionaron los concursantes en 29 categorías que a continuación explicamos, puesto que muchas veces se cuestiona el premio sin conocer siquiera cómo funciona.
De acuerdo estoy en que tal vez sean demasiadas las categorías en que se entregan premios, pero cada etapa ha impuesto abundancias genéricas o reducciones por especialidades. De todos modos, los premios tienen la voluntad de cubrir un espectro tan amplio que incurren en el riesgo de proveer ganadores necesariamente controvertidos, pues a los que adoran la trova siempre les parecen vulgares los videos de música urbana, y los gustadores del rock suelen detestar las cursilerías del género canción, y así hasta el infinito. Para tratar de satisfacer a todos los públicos, este año se validaron 14 categorías definidas a partir del género musical (popular bailable, tradicional, trova, canción, pop, pop-house-electrónica, rock, pop-rock, hip hop, fusión, urbana, pop-urbano-tropical, instrumental y para niños), una para la animación y otra para el making of, otras dos categorías para los artistas noveles y realizadores debutantes, y los agrupados por los logros en ciertas especialidades: efectos visuales, coreografía, dirección de arte, vestuario, edición, fotografía, producción, actuación y dirección. Además, están las dos guindas en el pastel, usualmente de sabores contrapuestos: el mejor video del año (elegido por el jurado, como todas las categorías mencionadas anteriormente) y el video más popular, que selecciona el público.
Para comentar los más nominados este año, por honestidad elemental, debo diferenciar mis gustos personales del resultado de una votación de 11 especialistas con los más diversos saberes y experiencias profesionales. Aviso desde ahora, a los buscadores de chismes y escándalos, que estoy de acuerdo con cuatro de los siete elegidos como los mejores del año (Mi casa.cu; Te espero en la eternidad, Universo y Voy), y si bien los tres restantes (Shorcito, Tú me debes algo y Señal 2906) me parecen obras de cierta importancia e interés, hubiera preferido distinguir, en la categoría del mejor del año, Nostalgia, de Los locos tristes; Un día más, de D´Corazón, y Babalú Ayé, de Dj Rey y Shanara, que se apartan de las convenciones representacionales machacadas en algunos de los más nominados.
Cuando hablo de las convenciones reiteradas, me refiero a los lugares comunes que triunfan en el mencionado Shorcito (un trabajo menor del profesional Joseph Ros), demasiado similar, en apariencia y esencia, a otro de los más nominados como Te duele, de Gente de Zona (dirigido por Daniel Durán). Postulado en las disciplinas de Mejor video de música pop- urbana-tropical, video coreográfico, mejor vestuario y video más popular del año, Te duele acumula los dos espacios reiterados con insoportable insistencia: la playa y el club nocturno, y por supuesto aparecen también los cocoteros, los cantantes dirigiéndose a una cámara casi siempre frontal, la comparsa de bailarinas con las mismas coreografías de siempre y movimientos eróticos, colores saturados, planos de parejas saltando a ralentí, alusiones sexuales y una muy pobre historia de adulterio y desdén para tratar de justificar, a empujones, el estribillo porfiado con frecuentísimos cortes para marcar el ritmo.
Pero más vale concentrarnos en las coincidencias entre quienes intentamos, juntos, seleccionar lo mejor del año. La mayor parte de los jurados estábamos convencidos, al parecer, de que en el cuadro de honor debían figurar el eficaz clasicismo romántico de Te espero en la eternidad (Beatriz Márquez) y el simbolismo patrio de Mi casa.cu (Tony Ávila). Gracias a que representa la mejor tradición del video musical narrativo, con una historia romántica que juega con la letra y la ilustra, con la cantante incluida como una suerte de narradora —en tanto está separada de la anécdota por la diferencia de espacios, la escala de planos y el tratamiento de la luz—, Te espero en la eternidad es una obra de tierna elegancia y atmósferas sutiles, que además cumple a cabalidad su propósito de promover ese excelente disco de rescate cultural, concebido por Beatriz Márquez y Jorge Aragón para traer al presente algunas de las grandes canciones de Adolfo Guzmán. Por todo ello, fue nominado como Mejor video del año, mejor video de canción, mejor dirección y fotografía (ambas a cargo de ese maestro de la luz que es Ángel Alderete), mejores efectos especiales (REMACHEstudio), dirección de arte (Eva María Cabrera), fotografía (Ángel Alderete), actuación (Yeny Soria) y vestuario (Diana Marta Alcántara y Nelly Bauta).
Mi casa.cu sacó la cara por la música trovadoresca y el video musical de corte autoral, en tanto explaya el potencial simbólico implícito en una hermosa canción de Tony Ávila (quien aparece fugazmente, tres o cuatro veces, siempre en la pantalla de algún televisor), preocupada por el futuro de la nación y la necesidad de ciertos imprescindibles cambios. El principio de restauración expuesto en la letra se verifica en una preciosa, detallada y simbólica maqueta de una casa, que vemos mejorada por la acción de manos y brazos que sugieren diversidad sexual, etaria, de credo y de gustos. Y aunque puedan resultar demasiado obvias a veces las apelaciones a emblemas y colores nacionales, a pesar de que el video reitera en la parte final todo lo que se ve venir desde el principio, en general se consigue una preciosa urdimbre de sentidos entre el texto de la canción, y los códigos alegóricos de una puesta en escena y una dirección de arte cuyas estrategias se exponen con encantadora franqueza. Fue nominado en siete rubros: Mejor video del año, mejor video de trova, mejor dirección y fotografía (ambas a cargo de Alfredo Ureta), producción (Susel Ochoa), edición (Robert García) y dirección de arte (Niels del Rosario).
También consiguió ocho nominaciones el muy imaginativo Voy, de Eme Alfonso: Mejor video del año, mejor producción (Marianela Donate y Pedro Romero), edición (Alián Hernández), dirección de arte y dirección (ambas a cargo de Joseph Ros), efectos visuales (Daniel Alemán y Amed Bueno), making of y fotografía (Alexander González, también nominado por otros tres videos: Universo, Culpable de nada y Sobre mi pecho, Matanzas). La voz de Eme Alfonso y la letra de la canción ratifican la voluntad de continuar caminando erguida a pesar del cielo y con la bendición de la tierra. Las alusiones a los cuatro elementos se justifican de mil maneras, en el lodo que cubre los cuerpos, en la atmósfera saturada de destellos y candelas; pero el índice que enriquece el texto y la música de la canción aparece cuando los tres protagonistas, con vestuarios de inspiración africana, atraviesan una pradera escoltados por cebras y elefantes. Colmado de metáforas visuales muy hermosas, Voy pierde fuerza expresiva y coherencia al final, cuando la cantante y sus dos acompañantes, o guardaespaldas, son vistos cual androides cuyo esqueleto es de plástico y circuitos integrados. Visualmente resulta impactante la referencia a filmes como Blade Runner o Alien, pero la conversión en robots anula la poderosa simbología de los dos tercios iniciales, y resulta, al menos para este redactor, incomprensible.
También de Joseph Ros, Shorcito consiguió nada menos que siete nominaciones (Mejor video del año, mejor video de música bailable, mejor video coreográfico, mejor dirección, edición, vestuario y dirección de arte), un destaque inmerecido para este picotillo de planos frontales y cortísimos, brillantes y coloridos, con un despliegue casi infinito de vestuario, que apenas consigue justificarse con la brevísima letra de la canción, o con la inserción de un atelier y de un modisto gay, que es otro lugar común del tamaño del edificio Bacardí. Nunca entendí que la coreografía contribuyera con el lucimiento de la canción, y el despliegue de ropa tampoco me pareció que le aportara mayor impacto al tema.
La socorrida atmósfera del solar habanero (constante en los videos de los años 90 y principios de los 2000), con su mesas de dominó y sus toques de santos, es aprovechada por José Rojas para dirigir a Yomil y El Danny en Tú me debes algo, que recurre a la ruptura de la cronología en la narración mediante ralentizaciones extremas de los movimientos, e incluso al congelamiento total de la acción. De este modo se describe, con riqueza de detalles y colores muy saturados (que recuerda a ratos al filme cubano Los dioses rotos), una atmósfera marginal y violenta, inherente al thriller urbano, en contrapunto con la letra sencilla acerca de una novia en deuda con alguno de los dos cantantes, o con los dos. Finalmente, Tú me debes algo resultó nominado como Mejor video del año, mejor video de música urbana, mejor producción, dirección, efectos especiales y making of.
Es posible que la televisión cubana, siempre mojigata y a ratos homofóbica, limite la divulgación de Tú me debes algo, que algunas mentes esquemáticas pudieran considerar una invitación a la violencia, e igual pudiera programarse con demasiada cautela Universo, tema instrumental de Yissy y Bandancha, que sería necesario reiterar muchas veces si es que estamos convencidos en serio de promover la diversidad sexual y racial, en momentos de franco rebrote homofóbico a propósito de la discusión masiva del artículo 68 de la Constitución (https://www.lajiribilla.cu./articulo/para-desmontar-la-homofobia-nuestra-de-cada-dia). La línea performática del grupo, tocando en una extraña nave abandonada, se combina con tres breves narraciones de seducción entre tres parejas interraciales u homosexuales, cuya representación asimila edificantes conceptos coreográficos e interpretativos. Fue nominado en las categorías de Mejor video del año, mejor dirección (Yeandro Tamayo), fotografía (Alexander González), edición (Luis Najmías Jr.) y mejor video coreográfico.
Sobrevalorados me parecieron Culpable de nada, de los Van Van (dirigido por Asiel Babastro), con seis nominaciones por video de música popular bailable, mejor producción, actuación (Vanessa Formell), fotografía, vestuario y dirección de arte. Al menos estas dos últimas distinciones me parecieron muy justas en tanto el director construye, con escasos elementos, una ambientación y una historia de espíritu cincuentero; pero las muchas nominaciones solo obedecen al nivel bastante promedio de la calidad en un año en que escasearon las obras excepcionales. También me resultaron una exageración las cinco postulaciones de Señal 2906, de Seycel, en mejor video del año, director novel (Víctor y Abel López), efectos especiales, animación y mejor video de música pop-house-electrónica, puesto que el comienzo es grandioso en su apertura de ingravidez cósmica, pero la relación con el muchacho pinareño que pega enigmáticamente cintas de casete resulta mayormente confusa y hasta gratuita, pues el idilio muy bien pudo recrearse en el plano “contigo en la distancia”.
Finalmente, me pareció fascinante, en su resignificación de la magia y la utopía, Nostalgia, donde se escucha (y nunca se ve) al nuevo grupo santaclareño Los locos tristes, que dirigió este singular ensamblaje de fragmentos extraídos del Noticiero ICAIC Latinoamericano para referirse con elocuencia a un pretérito de magia y a los sueños, vistos desde un presente tal vez menos encantador, pero capacitado para revalidar con honestidad ciertas imágenes vinculadas a la esencia de la nación. Fue nominado como Mejor video de música pop rock, mejor edición, ópera prima y artista novel.
Menos suerte tuvieron Un día más (D’Corazón), solo nominado en mejor video de fusión y making of, y Babalú Ayé, recordado únicamente en el acápite de música pop-house-electrónica. La siempre vigorosa recomendación latente en el carpe diem, que significa toma el día o aprovecha el momento, se expresa, medio en serio y medio en broma, en Un día más, que como todos los buenos videos musicales sirve de plataforma para exponer la doble autoría correspondiente al autor de la canción y al director del video. Lo más inteligente de Un día más se nuclea precisamente en la zona que suele derrumbarse en la mayor parte de los videos musicales de este año: el final, porque es en el epílogo donde ambos autores, al unísono, dejan en claro que la reflexión sobre la vida y la muerte puede edificarse también desde la broma burlona al supuestamente obligado trascendentalismo.
A partir de la sencillez expositiva y observacional, Babalú Ayé (dirigido por Lilian Broche y Mauricio Abad) consigue aprovechar todo el potencial documental de un género habilitado para la más generosa hibridez, como el video musical, y se ofrece un testimonio elocuente de la procesión decembrina al Santuario Nacional de San Lázaro, con un desfile de primeros planos, coloridos iconos religiosos, y gestos (editados a ritmo) que resultan bien elocuentes e impactantes, más allá de cualquier proselitismo religioso —aunque seguramente la televisión cubana piense lo contrario—, pues la presencia de la cantante en la procesión, con frecuencia mirando a la cámara, favorece el distanciamiento necesario y la intención autorreflexiva de un video realizado con la colaboración de la AHS.