El teatro y la lucha por la paz comparten la escena en Bogotá

Vivian Martínez Tabares
22/8/2017

Aunque es bien conocido, el Festival Mujeres en Escena por la Paz no deja de sorprenderme por el alcance de esta, su XXVI edición. Organizado por la Corporación Colombiana de Teatro, del 11 al 21 de agosto en 22 espacios de Bogotá, programa más de 120 funciones, 84 grupos y 86 puestas en escena, 34 de ellas nacionales; y 12 países participantes.


Foto: Francesco Corbelletta

 

El evento está signado por la amplitud, a partir de que abre la convocatoria y elige hasta que las capacidades lo permitan. Acoge montajes que ya fueron vistos en ediciones anteriores, siempre y cuando mantengan el interés de servir como expresiones artísticas promotoras de un pensamiento de paz, como el montaje de Guadalupe, años sin cuenta —Premio Casa de las Américas 1976—, que inclusive ha acompañado algunas acciones políticas durante diversos procesos para la paz a lo largo del tiempo, y que volvió ahora a cargo de un joven elenco de Tramaluna Teatro. Recibe además a actores, directores y dramaturgos con trabajos hechos por hombres que defiendan una postura no sexista ni patriarcal. Aunque este año el Festival Mujeres en Escena por la Paz sufrió serios recortes económicos, como dijo Patricia Ariza en la inauguración —nada formal y sí muy cálida hacia todos los artistas participantes y el público asistente—, decidieron seguir adelante y suplir recursos materiales con más trabajo, en un momento clave para la paz de Colombia, cuando ciertamente se abre paso, a contrapelo de numerosos obstáculos.

Todavía con las impresiones fuertes de las palabras de quien ha sido y es el alma del Festival por 26 años consecutivos, pude ver su espectáculo Memoria, concebido junto con Nohra González y Alexandra Escobar, actrices del Teatro La Candelaria, reunidas en esta experiencia de creación colectiva bajo la sombrilla del grupo Tramaluna Teatro, de la Corporación Colombiana de Teatro.

Memoria es un homenaje a tantas mujeres desplazadas por la guerra y las dos actrices construyen a dos campesinas que llegan a la ciudad con una carga material exigua —como dice una de ellas, apenas con una bolsa medio vacía—, pero cargadas de recuerdos y añoranzas por los familiares que dejan atrás, su tierra, sus gallinas, la ropa que quedó tendida, sus tradiciones y su modo de vida. Memoria —vista en nuestro Magdalena sin Fronteras en enero pasado— parte, como una suerte de recuperación y recreación sedimentada, de lo que fuera la experiencia trabajada por las tres creadoras en Huellas, un montaje de 2013, en el cual involucraron a 40 mujeres desplazadas por el conflicto junto a 40 artistas.

Hay un pasaje dramático de Memoria en el que una de ellas expone —y presenta— un monólogo en el que repite la frase “yo no escogí…”, y enumera un sinnúmero de circunstancias de desarraigo y pérdidas por las que ha debido pasar. Hay también una evocación del país acerca de sus bondades y de sus referentes entrañables, y en contrapunto formal, la perspectiva actoral de la puesta elige salidas de las actrices de su papel, en las que cada una identificada como quién es, cuestiona la visión patriótica simplista y acrítica para indagar en las heridas y en el lado poco amable de la patria. Así, ambas se identifican en ejercicio autorreferencial de inmediata actualización para lo que se muestra. Resalta la precisión y el equilibrio por medio del gesto y el movimiento, hasta por momentos coreografiado, y esa limpieza se refuerza con el vestuario, sencillo y dúctil, marcado por signos que le identifican con la tradición popular y las costumbres campesinas. En resumen, se trata de un hermoso trabajo vital de mujeres y por las mujeres.

La arrancada nos mostró también parte de la nutrida representación del teatro argentino en el Festival, entre la cual disfruté Las Hermanitas Minardi (Vida y obra de las glorias del tango de Tabosi), juego sutil entre teatro y música, revelador de modos de comportamiento y resistencia de las mujeres en cruce con el imaginario sentimental contenido en tangos y milongas. La puesta de Nadia Grandón —que nos visitó en una de las ediciones del Festival del Monólogo Latinoamericano—, al frente del grupo Las Hermanitas Minardi, de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos, emplea la ironía para subvertir patrones sexistas y revelar otra faz de las cinco actrices-músicas, todas protagonistas.

 


Performance Mujeres en tránsito de la guerra a la paz. Foto: Cortesía de la autora

 

 

De la ciudad sede, Carolina Vivas liderando Umbral Teatro recreó circunstancias de la violencia urbana, clasista y enfocada hacia los más humildes como una acción de “limpieza” urbana, clandestina y macabra, y su impacto en el ámbito privado, personal y familiar, al indagar con De peinetas que hablan y otras rarezas en el fenómeno del sicariato como alternativa económica que pone en crisis la moral y hasta la propia condición humana.

En la tarde del día 15, el Festival organizó el VII Encuentro Polifónico Nacional Mujeres y Paz 2017, al que concurrieron mujeres de muy distintos sectores, activistas y agente sociales, combatientes, víctimas de diversos bandos, especialistas de la cooperación internacional y artistas, para dialogar abiertamente sobre los avances y dificultades del proceso de paz y la implementación de los acuerdos, justo el día en el que concluye la dejación de las armas por parte de los insurgentes y —como se dijo a viva voz en la cita—, para que la paz y los acuerdos de La Habana sean acción viva más allá de la letra y los marcos normativos, y “por un país en el que quepamos todos”, con reparación, justicia y sanación incluidos. El teatro tuvo dos momentos cumbre en la polifonía: la actriz Ana Correa, del grupo Yuyachkani, quien luego de mostrar un fragmento de su unipersonal Rosa Cuchillo, saludó a los asistentes en nombre de las mujeres y del teatro peruanos. Y un grupo de muy jóvenes guerrilleras, dirigidas por Ariza y Nohra González, todas de blanco y apostando por el futuro, cerraron con el performance Mujeres en tránsito de la guerra a la paz.

Extraordinaria experiencia esta de poder convivir con tales instantes de encuentro entre el teatro y la vida.