El papel de la ética en las políticas de desarrollo

Frei Betto / Fotos: J. C. Borjas
28/1/2016

Fue el Programa Martiano, organizador de este evento, el que me propuso el tema de mi intervención. Se trata de un tema de suma importancia, en especial para Cuba en este momento en que el país restablece sus relaciones con EE.UU. y se abre a la inversión extranjera, además de promover cambios sustanciales en su economía.

En las primeras páginas del primer libro de la Biblia, el Génesis, descuella el tema de la ética: en el centro del Jardín del Edén estaba el árbol del bien y del mal. El árbol es el símbolo obvio de que toda la organización de la vida humana debe planearse en torno a principios éticos. Nacemos para la libertad y, si somos libres, tenemos siempre ante los ojos una diversidad de opciones. Podemos optar por la opresión o por la liberación; por la mentira o por la verdad; por la competitividad o por la solidaridad. Cada una de esas opciones, tanto personales como sociales, se fundamenta en una raíz ética o antiética. Porque como subraya Santo Tomás de Aquino, todos, sin excepción, buscamos un bien mayor, incluso cuando practicamos el mal. Y el bien mayor es la felicidad. Pero la ética nos exige una respuesta: ¿busco mi felicidad aunque sea a costa de la infelicidad ajena, o busco la felicidad de todos, aunque mi felicidad se vea coronada por el sacrificio de mi propia vida?

Sabemos que en el mundo capitalista, globocolonizado, el desarrollo, como bien analizó Marx, siempre ha significado mayor acumulación de riquezas en manos privadas. Nunca se ha emprendido en función de las necesidades reales de la mayoría de la población. Se abren calles asfaltadas e iluminadas en lotes de terrenos vacíos destinados a condominios de lujo, mientras que las calles populosas de las periferias de las ciudades no merecen ningún tipo pavimentación y pasan por ellas canales infectados de desechos humanos.

Tal vez el ejemplo más significativo de la lógica perversa que rige el desarrollo capitalista sea el hecho extraordinaria de que el ser humano haya puesto los pies en la superficie lunar, a un costo de seis mil millones de dólares, mientras aún no se ha logrado poner los nutrientes esenciales en los estómagos de millones de niños de América Latina, Asia y África.

La razón instrumental de la modernidad fracasó porque cedió al pragmatismo del mercado y se distanció de valores como la ética. En el capitalismo, todo sistema axiológico constituye un estorbo. La ética solo existe como discurso para engañar a los ingenuos, como los “sellos verdes” que enmarcan la propaganda de las grandes empresas que devastan el medio ambiente, como la Compañía Vale, de Brasil, y la Samarco, vinculada a ella, que en noviembre de 2015, debido a la rotura de una presa, ocasionó el mayor desastre ecológico de la historia de Brasil, al envenenar el río Doce, una de nuestras más importantes vías fluviales y causar daños evaluados, como mínimo, en cuatro mil millones de dólares.

En el mundo capitalista, el desarrollo es un negocio y no un programa para el mejoramiento de la calidad de vida de la población.

Una prueba es la especulación inmobiliaria. Mientras que la tercera parte de la población de Río de Janeiro – o sea, 2 millones de personas – vive en favelas, en la franja marítima miles de casas y apartamentos permanecen cerrados casi todo el año y solo se abren cuando las vacaciones de sus propietarios coinciden con el período veraniego.

En el DNA del desarrollo capitalista hay un virus que parece imbatible: la corrupción. Desgraciadamente, Brasil sobresale hoy por ser un país donde la corrupción contaminó al gobierno y a nuestras mayores empresas, como Petrobras. Hay que recordar que lo mismo ocurre en numerosos países. La diferencia – para mérito de Brasil- es que los gobiernos de Lula y Dilma no han movido un dedo para impedir que la Policía Federal y el Ministerio Público denuncien e investiguen a corruptos y corruptores en el poder público y la iniciativa privada, incluidos presidentes de grandes empresas y ministros de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).

Toda la historia del desarrollo brasileño está marcada por el matrimonio entre corrupción e impunidad. Por suerte, el gobierno del PT ha promovido su divorcio, establecido la transparencia y, aunque cortándose su propia carne por lo sano, ha favorecido prisiones y castigos, en un proceso que, desgraciadamente, está lejos de llegar a su fin.

Desafíos éticos de la Revolución cubana
Cuba vive actualmente un momento histórico de grandes transformaciones. Su lógica revolucionaria de desarrollo, centrada en las necesidades y los derechos de la mayoría de la población, deja de ser estatizante y se abre a las asociaciones público-privadas. La construcción del puerto del Mariel, el más importante de todo el Caribe, inaugura nuevas posibilidades para el desarrollo cubano.

El sector turístico, incrementado por la excelencia de los servicios – como en el área médica, y el alto nivel educacional de la mano de obra y la protección ambiental – se amplia como prometedora estrategia de captación de divisas. Todos sabemos que el gobierno de Cuba se empeña en resolver el problema de la doble moneda. En resumen, se estudia y pone a prueba una serie de nuevas medidas para impulsar el desarrollo del país.

Lo que tiene de original la lógica de desarrollo de esta nación es, justamente, su capital simbólico, que tiene como base valores espirituales como el sentimiento de libertad e independencia, de cooperación y solidaridad, que marca la historia de este país desde la lucha de los esclavos hasta la implantación del socialismo. Muchos en el exterior ignoran cuán arraigada está esa ética revolucionaria en el pueblo cubano, y apuestan a que en breve Cuba será una miniChina, políticamente socialista y económicamente capitalista.

Ese peligro existiría si Cuba abandonara lo más precioso que posee: su capital simbólico. Este país no posee muchos bienes materiales, y los pocos que tiene han sido repartidos para garantizarle a cada habitante su derecho a la dignidad como ser humano. Pero pocas naciones del mundo son ricas, como Cuba, en capital simbólico, encarnado en figuras como Félix Varela, José Martí, Ernesto Che Guevara, Raúl y Fidel Castro.

Ese capital simbólico no es solo un resultado de la Revolución victoriosa en 1959. La Revolución lo potenció, pero es consecuencia de siglos de resistencia del pueblo cubano a los dominadores españoles y estadounidenses. Es resultado del profundo sentimiento de independencia y soberanía que caracteriza a la cubanía y marca la gloriosa historia de este país.

Pero no seamos ingenuos. La corrupción no tiene ideología. Se inmiscuye en la derecha y en la izquierda. Es un virus que penetra cuando el revolucionario pierde su inmunidad ideológica. Y eso ocurre cuando se despersonaliza, fascinado por las funciones que ocupa en la estructura de poder. La función se torna más importante que la persona, y esta hace cualquier cosa para no perderla, como un náufrago que se aferra al tronco en medio de la borrasca marina.

Corrupto no es solo quien facilita el logro de intereses que no son los de la colectividad a cambio de sobornos y ventajas. Corrupto es también quien se encierra en su burbuja de cristal y no admite críticas ni, mucho menos, que lo depongan de su supuesta posición de general para asumir el puesto de simple soldado en las trincheras de la Revolución. El corrupto nace de la ambición desmedida, de la vanidad exagerada, del autoconvencimiento de que es intocable e insustituible, y se ampara en la certeza de la impunidad. Y todo corruptor tiene olfato suficiente para captar a distancia el olor de derecha del corrupto.

Si la Revolución Cubana tiene el propósito de perdurar como “un sol del mundo moral”, según la feliz expresión de Luz y Caballero que da título al clásico de Cintio Vitier sobre la eticidad cubana, y si el desafío es perfeccionar el socialismo, la cuestión ética se torna central en los procesos de educación ideológica. Cada cubano debe preguntarse por qué Martí, que vivió casi quince años en los Estados Unidos, no vendió su alma al imperialismo ascendente. ¿Por qué Fidel y Raúl, hijos de latifundista, educados en los mejores colegios de la alta burguesía cubana, no vendieron sus almas al enemigo? ¿Por qué el Che Guevara, médico formado en Argentina, revolucionario consagrado en Cuba, ministro de Estado y presidente del Banco Central, osó franciscanamente abandonar todas las honras políticas y las facilidades inherentes al ejercicio de sus funciones de poder para internarse anónimamente en las selvas del Congo y de Bolivia, donde la muerte lo encontró en estado de total penuria?

He aquí la respuesta: el sentido. La vida de cada ser humano se define por el sentido que le imprime. Y ese sentido solo se transforma en capital simbólico cuando está enraizado en la ética.

Como me dijera Fidel: “Un revolucionario puede perderlo todo, hasta la vida, menos la moral”.

El capitalismo, con su poderosa maquinaria de publicidad, quiere que la humanidad tenga como sentido el tener y no el ser.

Quiere formar consumistas y no ciudadanos y ciudadanas. Quiere una nación de individuos y no una comunidad nacional de compañeros y compañeras.

El socialismo apunta en la dirección opuesta. En él, lo personal y lo social son caras de la misma moneda. En él, cada ser humano, con independencia de su salud, ocupación, color de la piel, condición social, está dotado de una dignidad ontológica y, como tal, tiene derecho a la felicidad.

Esa es la ética que debe cultivarse para que, en el futuro, Cuba no llegue a ser una nación esquizofrénica, con una política socialista y una economía capitalista. El socialismo de una nación no se mide por los discursos de sus gobernantes. Ni por la ideología del partido en el poder. El socialismo de una nación se mide por la amplitud democrática de su sistema político, efectivamente emanado del pueblo, y, sobre todo, de su economía, en la que todos, ciudadanos y ciudadanas, tengan iguales derechos a compartir los frutos de la naturaleza y del trabajo humano. Por eso considero que el socialismo es el nombre político del amor.

Anexión simbólica
En el mapa político, Cuba es hoy lo que expresara hace 200 años Luz y Caballero: “Tan isla en lo político como lo es en la geografía”. Esa coyuntura exige, más que nunca, que la Revolución no sea relegada a la condición de hecho histórico del pasado, sino que represente una conquista a ser perfeccionada, sobre todo en sus fundamentos éticos. Si hoy no existe ya el peligro de que el imperialismo pretenda la anexión territorial del país, persiste, sin embargo, la amenaza constante de la anexión simbólica de la conciencia del pueblo cubano. Para esa amenaza, el antídoto más eficaz es la ética, el sentimiento de justicia, la fidelidad a los valores espirituales. Vale recordar lo que escribió mi querido amigo y hermano en la fe cristiana, Cintio Vitier: “Lo que está en peligro, lo sabemos, es la nación misma. La nación ya es inseparable de la Revolución que desde el 10 de octubre de 1868 la constituye, y no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto.

“Si la Revolución fuera derrotada caeríamos en el vacío histórico que el enemigo nos desea y nos prepara, que hasta lo más elemental del pueblo olfatea como abismo. A la derrota puede llegarse, lo sabemos, por la intervención del bloqueo, el desgaste interno y las tentaciones impuestas por la nueva situación hegemónica del mundo”.

Termino mi intervención con unas palabras de Martí en La edad de oro: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”. Hablemos de la luz, busquemos siempre más luz.

(Traducido por Esther Pérez)

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