El mundo postpandemia
3/3/2021
Circulan por estos días, hermosos poemas, cartas, canciones, llamando a los habitantes del planeta Tierra a enfrentar unidos el peligro de la pandemia. Invitaciones a un mundo diferente cuando pase este suceso, expresiones vaticinando que sobrevendrán nuevos valores que serán compartidos por todos: valores limpios, solidarios, altruistas y de hermandad entre las personas, alejando para siempre la mezquindad, el odio y las diferencias entre razas, religiones, sexos, poder adquisitivo, que han prevalecido desde la antigüedad.
La COVID-19 ha uniformado los medios noticiosos, ha detenido la economía global, ha recluido en sus casas a las familias, ha paralizado el desplazamiento humano mundial, ha sacado a todos de su habitual rutina y nos ha invitado a la reflexión —tiempo hemos tenido—. No podía entonces suceder otra cosa que las urgentes inquietudes artísticas reflejaran esa realidad mundial.
La pandemia, hasta el momento, tiene en vilo al planeta. Los hombres no hemos podido dominar el virus, nos ha minimizado y demostrado que somos una especie frágil, bastante indefensa, desorganizada, falta de liderazgo e incapaz de poner los destinos colectivos por encima de los particulares. El problema de salud no reconoce las fronteras que hemos establecido entre naciones; no diferencia ricos de pobres, millonarios de pordioseros, antiguas metrópolis de colonias; no distingue entre blancos y negros, tampoco entre hombres y mujeres. Razones suficientes para que en la creación artística exista un llamado a nuevos valores, una evocación al “después de la tormenta”, a un mundo mejor y equitativo cuando nos hayamos salvado.
Me pregunto si hemos pensado conscientemente en un mundo tras la pandemia: ¿es posible establecer las relaciones humanas a partir del golpe que nos da un suceso mundial? ¿Desaparecerán el odio, el egoísmo y la mezquindad entre los hombres? Los valores que prevalecen en la sociedad son el reflejo de la diferencia de clases propia de cada sistema económico-social. Si unos son ricos, siempre pretenderán serlo más cada día; eso hará que otros sean pobres, lo serán cada día más y volveremos al ciclo al que hemos llegado actualmente.
Particularmente no veo cómo la vieja y culta Europa comparta sus riquezas con los territorios que saqueó durante siglos en Asia, África y América Latina. ¿Renunciará Europa a pagar millones a un futbolista para atender a los miles de migrantes que llegan a sus costas? ¿Utilizará parte de sus enormes ganancias en el desarrollo de África subsahariana y desaprobará las guerras intestinas que allí se promueven desde afuera para explotarlos con más facilidad?
¿Renunciará Estados Unidos de América a ser el gendarme del mundo? ¿Renunciará a su papel hegemónico, a su sed de guerra y de violencia para imponer sus dictados en cualquier rincón del planeta? ¿Renunciará a gastos militares con los que se pudieran erradicar el hambre y la marginación en el mundo? ¿Renunciará a la doble moral de decidir dónde se violan los derechos humanos fuera de sus fronteras, mientras este virus ha demostrado lo inservible de su modelo de salubridad y que, a fin de cuentas, el principal derecho humano es el derecho a la vida y por tanto a la salud?
Creo que sí vendrán grandes cambios en el mundo, pero asociados a otro fenómeno del que casi no se habla: durante siglos el mundo occidental ha sido el espacio que rige los destinos del planeta y desde finales del siglo XIX los Estados Unidos de América asumieron el liderazgo de Occidente y, casi por lógica, del mundo.
En los últimos 30 a 50 años China, con Japón que ya era una potencia, junto a otros países de la región, ha ido avanzando y ocupando lugares centrales en la actividad económica global. La República Popular China se ha convertido en la segunda economía mundial y esa región de Asia es considerada como la locomotora de la economía del planeta.
El virus que nos ataca en la actualidad ha dañado mucho a Europa, en cifras de contagiados y muertes; pero además, en empleos perdidos, economía paralizada, incremento del déficit fiscal por las altas sumas que han tenido que desembolsar para frenar el virus y sus efectos. En Estados Unidos de América, el golpe económico será mayor todavía, provocando, según el criterio de no pocos estudiosos, un colapso económico. América Latina, la región más desigual del planeta, verá un retroceso enorme en sus economías con la probable generalización de violencia social.
Estas razones me hacen creer que el fin del dominio occidental en el mundo tiene los días contados, igualmente el papel hegemónico de los Estados Unidos de América. No digo que dejará de ser potencia, junto a Alemania, Francia, Inglaterra e Italia; pero ya no será el soporte fundamental de la economía mundial y, por tanto, de la política.
El Oriente, con China a la cabeza, establecerá nuevos conceptos y valores en las relaciones mundiales. Me atrevo a predecir que serán valores más compatibles con las ideas expuestas en poemas, cartas y canciones que por estos días anuncian que un mundo mejor es posible.