El lado oscuro de los imperios (II y final)

Roberto Medina
5/5/2016
Fotos: Kike
 

Un tema multifacético de gran actualidad en el mundo de hoy es el del poder,  motivo frecuente de análisis rigurosos en medios académicos de diversas ramas del saber y en el arte. Un pequeño grupo de jóvenes artistas cubanos ha dado sus visiones acerca de este tema, con obras muy recientes, en la exposición colectiva Ascensión, presentada en la galería El reino de este mundo, de la Biblioteca Nacional “José Martí”. Por la extensión del análisis crítico de la propuesta conceptual y formal de esta exposición, ha sido necesario abordar en una segunda parte a los otros artistas.

Una de las piezas de esta muestra es la instalación de Adrián Fernández titulada Apuntes sobre el poder (2016), realizada en forma de díptico mediante una impresión digital de gran tamaño. Es la ampliación de la imagen de un cuadro de la pintura europea, que el artista segmenta figurativamente quebrando en dos partes, con toda intención, la unidad de la escena. Separa de un lado, en proporción visual dominante, la escena donde aparece la figura política imperial respaldada a sus espaldas por la institución ideológica de la iglesia, encargada de la legitimación pública del poder imperial. Desprende del mismo cuadro, y aísla, una figura hincada de rodillas con la cabeza gacha.


Adrián Fernández / Apuntes sobre el poder
 

Esa separación en dos segmentos responde con perfecta coherencia a los propósitos curatoriales de mostrar de una manera escindida, pero interiormente articulada, a los dos lados del poder: el lado visible de la autoridad, mostrado deslumbrante en sus máximos ejecutores (eliminado el sometimiento de la figura del súbdito incondicional), mientras en el otro muestra de forma aislada a ese sumiso. Con eso ha enfatizado, analíticamente, ese sometimiento como develación sentenciosa de la naturaleza del acto lesivo y sórdido que entraña el poder imperial, aspecto que, sin embargo, está dado de una forma unificada en el cuadro europeo original.

Igual a lo ocurrido respecto a la iluminación de la pieza referida de Alex Hernández —en la primera parte de este artículo—, esa relación se descubre con precisión al ser vista con una luz atenuada la de Adrián Fernández, cuando se amortigua visualmente la pixelación del entramado textural de la fotografía del cuadro del que parte, y se revela la verdadera composición de las figuras representadas, no claramente definibles antes bajo la luz ambiental general. El vínculo expositivo entre la manera lumínica de presentar ambas piezas —la de Alex y la de Adrián Fernández—, pone de relieve la existencia metaforizada de nexos conceptuales, semejantes en la realidad, entre lo puesto a la vista de todos —generador de una imagen aparencial gratificante del poder—, y otra bien oculta, situada en una zona de baja visibilidad que exige otras condiciones de indagación y observación para hacer salir a flote lo que permanece oculto.

Ese procedimiento seguido con astucia permite un análisis a fondo de la naturaleza encubridora del poder imperial, el cual ha tenido una evolución histórica en su imagen respecto a los siglos precedentes, cuando prevalecía ese modo de organización de la sociedad. Por eso en la pintura europea se acostumbraba, en épocas pasadas, a mostrar de manera ostentosa en una misma escena a los representantes del poder, solos, con sus congéneres o en el acto de sometimiento de sus súbditos. El cine en tiempos posteriores se ha encargado de destacar las escenas de esos actos de humillante vasallaje al recrear esos periodos históricos.

El cambio social ocurrido con el avance del siglo XX ha llevado a las naciones con ínfulas de soberbio dominio sobre otras, a adoptar maneras más refinadas e impregnadas de veladuras, con el propósito de seguir imponiendo sus dictatoriales dominios (poder dictatorial) sobre amplias poblaciones, encubriéndose de un modo hipócrita ante el levantamiento de numerosas voces instruidas, de las masas y de gobiernos progresistas en todo el mundo, acusatorias de las ansias imperiales de dominación general. Por ello, el énfasis puesto por este artista en la deconstrucción de la naturaleza opresiva del poder aísla analíticamente a la figura del humillado quien temeroso acepta inclinar la cabeza, para marcar el símbolo de genuflexión al arrodillarse, bajar la cabeza y ofrecer ofrenda a sus dominadores, en ese persistente engreimiento social de quienes de manera imperial quieren abarcarlo todo con su visión excluyente de las de otros seres humanos.

Frank Martínez, con la pieza Paranoia (2016), realizada con carboncillo sobre tela, deja ver a dos obreros en un andamio —con un letrero colgante indicador de “Peligro”—, encargados de levantar un muro detrás del cual aparece el emblemático edificio neoyorkino de la Chrysler. A un grado obsesivo, enfermizo, casi esquizoide, conduce el temor de ver el peligro en cualquier cosa, en cualquier parte recelos de ataques desestabilizadores donde los hay y donde no los hay. Es el síndrome casi demencial del poder de ver fantasmas detrás de todo.


Frank Martínez / Paranoia
 

Su título, Paranoia, alude de una manera ambivalente además en otra dirección, abierta de interpretaciones en el sentido de deseo del poder, de querer ocultar determinadas realidades del mundo contrarias a su imagen. Como si con eso pudiesen sentirse seguros en el empeño de ocultar ciertas verdades que socaban la pobreza estructural y simbólica del mundo edificado por ellos, como parece testimoniar el contraste entre la acentuada imperfección tecnológica del muro en construcción con la deslumbrante y admirable maestría tecnológica del monumental rascacielos de estilo art decó de la Chrysler, paradigma de la perfección industrial, tecnológica y artística. Ante el cual establece la absurda advertencia de ser necesario ocultar la presencia de esta hermosa edificación por creer que tan solo la posibilidad de contemplarla en su esplendor representa una potencial amenaza.

Frank Mujica en su díptico Sin título (2016), realizado en grafito sobre tela, impone una figuración de un simbolismo surrealista. Aparece una tela sometida al viento con una silueta algo evocadora de lo humano, suspendida enigmáticamente en un vacío. Sería muy delicado intentar atraparla aunque parece invitar a asirla; de seguro sobrevendría la caída en el abismo de quien lo hiciera, encandilado por esa atracción. Es la inquietante representación alegórica de la rara sensación de lo inasible, de lo que ha de dejarse escapar, de la conveniencia de no acercarse al peligro de intentar desentrañar determinados procedimientos turbulentos, encubiertos por las veladuras del poder, imperial o no.


Frank Mujica
 

Es una advertencia pública. De lanzarse alguien a acercarse, llevaría a quien lo hiciese a una situación muy comprometida, seguramente catastrófica, porque se reviste de un secreto a ser guardado, seductor, pero conveniente de no ser develado. Implica mucho riesgo intentar esclarecer ese misterio. Tal vez esta forma sea la imagen fantasmal y de advertencia de quien o quienes se han lanzado a ese vacío, a ese intento de acercase al desentrañamiento de lo prohibido por el poder. La idea del temor ante los mecanismos destructores del mismo, aparece de nuevo en esta otra pieza con una connotación de sabor ideológico, que cualifica la intención alusiva de este intrigante díptico de Mujica.

Jorge Otero, por su parte, con la pieza Macho Político (2016), se propuso desarrollar en su obra las incongruencias entre lo visible y lo oculto mediante la apropiación y cita de un fragmento del discurso de Pausanias aparecido en El Banquete de Platón, donde se tratan las falsedades de las atribuciones equívocas acerca de la sexualidad —esa otra zona de ejercicio sostenido de intimidación del poder— de los que juzgan sin experimentarlas directamente y ejercen violencia física y ética contra ellas. Otero usa artísticamente como fondo ese fragmento del texto escrito sobre el cual, para marcar el mensaje, ha silueteado a un cuerpo masculino de un hombre uniformado con un arma en su cintura y un palo de golpeo en la mano, situado este instrumento represivo en sutil alusión fálica para dar indicios del poder recriminatorio ejercido, en este caso, acerca del derecho personal del libre ejercicio de lo sexual.


Jorge Otero / Macho-político
 

Las argumentaciones valorativas del texto de Platón son indicio de cuán arbitrariamente la sexualidad se juzga de una manera prejuiciada, incluso a nivel del discurso filosófico y de los asumidos por la doxa, en una perspectiva relativista de confrontación de los criterios sustentados desde ambas posiciones valorativas, asentadas en el menosprecio, el rechazo y enjuiciamiento restrictivo dirigido hacia los otros. Se proclama abiertamente la defensa argumentativa de los placeres en ese texto platónico, ante el deseo siempre amenazante de hacer acatar solo lo que desde el lado del poder se cree adecuado, y no solo respecto a la sexualidad, pues esta es únicamente una arista del carácter multilateral y sistémico del ejercicio de la violencia en muy diferentes terrenos de lo social.

Jorge Otero expresa la intimidación ejercida en este terreno particular de lo humano que persiste hasta el presente, muchas veces de una manera encubierta, subyacente en diferentes formas de recriminación. El texto de Platón, casi dos milenios y medio antes de la época actual, pone de manifiesto la larga historia de discriminaciones y de enjuiciamientos acerca de la noción de la verdad y sus diferentes correlaciones, en la manera en que son asumidas por los detentadores del poder y de manera contrapuesta por los cuestionados.

De modo que Otero, sacando a la luz las antiguas discusiones griegas sobre el amor en la época de Platón, aprovecha para dar una arista diferente y reactualizada al contexto actual acerca de cómo estas forman parte de las relaciones extensas entre lo visible y lo oculto, entre lo que parecen ser las cosas en la realidad y lo que de un modo bien distante son las cosas en su trasfondo, entroncándose así con presupuestos de las estéticas de sus otros colegas, en la ruptura entre la imagen externa adoptada como una máscara por el poder y la tenebrosa imagen real y profunda.

Idea rectora que recorre a manera de enlace metódico a toda esta elocuente exposición en la claridad penetrante de su conceptualización y en la selección de artistas nuestros, quienes de una forma artística contemporánea han mostrado sus maneras muy personales de abordarlo, puestas a la consideración del público, quien es el destinatario encargado de potenciarlas de acuerdo a los saberes que disponga y a su sagacidad analítica, para comprender esa doble postura del poder imperial de mostrarse elegante y prepotente, encubriendo los lados oscuros que, sin embargo, son una parte ineludible de su despiadada naturaleza.