El efecto de las palabras

Omar Valiño
25/10/2017
cartel de la obra Cartas de amor a Stalin
 

Concluyó hace apenas unos días la temporada de Cartas de amor a Stalin, una coproducción de la Compañía Teatral El Túnel y el grupo Argos Teatro, en la sede de este último.

Se había iniciado bajo los primeros vientos del ciclón Irma soplando sobre La Habana. Quizá por eso se vio afectada su promoción en los medios, aunque no la asistencia de un público que ya es habitual en la salita de Ayestarán y 20 de Mayo.

Para el estreno nos visitó su autor, Juan Mayorga, el nombre más destacado de la dramaturgia española en las carteleras de los últimos años. La propia Cartas de amor…, una de sus obras más celebradas, cuenta con más de 30 puestas profesionales en el mundo.

Aprovechando la visita, se sumó un taller de su mano, un encuentro público y un libro con sus textos, además de dejarle tiempo para conocer la realidad cubana, algo por largo tiempo añorado por él, que nunca había visitado Cuba.

Pero, sin dudas, el epicentro fue el estreno de Cartas de amor a Stalin. En años anteriores, el director Alberto Sarraín, después de estrenarla exitosamente en Miami, intentó varias veces concretar un montaje con actores residentes aquí, pero distintas y numerosas complicaciones de los elencos elegidos lo impidieron.

Ahora, Abel González Melo, muy reconocido como autor entre nosotros, pero que también viene desarrollando una carrera como director escénico en Madrid, a partir de su trabajo en el Aula de Teatro de la Universidad Carlos iii, donde es colega del propio Mayorga, y enamorado también del mismo texto, consiguió su estreno con un elenco de la Compañía Teatral El Túnel, encabezado por su director Pancho García, Premio Nacional de Teatro 2012, más Alberto Corona y Liliana Lam.

Centrada en un pasaje de la trayectoria vital del gran escritor Mijaíl Bulgákov, en realidad dicho dato biográfico no es más que un punto de partida del autor para una magnífica invención, repleta de significados históricos, filosóficos, literarios y políticos.

Atenazado por la desesperación del escritor prohibido en la Unión Soviética de principios de los años 30, Bulgákov se obsesiona con redactar las palabras exactas que, dirigidas a Stalin una y otra vez, lo liberen del silenciamiento público. Tanta será su obcecación que, entre la pesadilla y la alucinación dialoga con un Stalin que viene a visitarlo a su casa.

Ese proceso hacia una locura que avanza sobre piedras de realismo, de suma dificultad para ser verificado en escena, lo logran con nitidez director y actores en un crescendo sosegado y efectivo. De alta exigencia para los actores, Alberto Corona nos deja ver el via crucis de Bulgákov, los sacudones entre la esperanza y el desamparo, entre la inteligencia y el desvarío. Liliana Lam como Bulgákova dibuja a la mujer insobornable, ora apacible, ora turbulenta, siempre imparable. Y Pancho García, a tono con la genialidad del texto, brinda un Stalin sobrecogedor pero nunca grandilocuente, sino más bien seductor y humorístico.

El juego entre gato y ratón, tras la búsqueda exacta del efecto de las palabras, plantea, a un nivel más profundo, el diálogo del escritor con la censura ambiente, con sus expectativas de contexto y, por otra parte, la radiografía de un poder omnímodo e intocable.

Sin embargo, lo que confiere a Cartas de amor a Stalin su indiscutible poderío es, precisamente, la estrategia irónica que su magnífico título nos revela. Nada de un teatro de barricada para denunciar los desmanes de Stalin, sino que mediante la moderación, la astucia y los hallazgos de la escritura de Mayorga, conocemos más profundamente el horror.

La imagen del espectáculo corrió a cargo del diseñador escénico español Javier Chavarría, responsable de escenografía, vestuario y atrezo, quien se planteó una visualidad despojada, mínima pero no exenta de belleza, la misma cualidad de la música de Denis Peralta.

Sobre esa balsa de madera de reminiscencias eslavas, González Melo ha sabido caligrafiar con nitidez un teatro necesario, de ideas, de diálogo con la historia y el presente, de examen de la vida humana.