El arte de saber telar y tejer el lenguaje

Leymen Pérez
11/6/2019

Seguro y eficaz en la expresión del contenido emocional y simbólico, es la apreciación que me dejó el trabajo de edición de Telar, Premio Pinos Nuevos 2018, de Daniel Duarte de la Vega. Y esto no es común en un joven autor que, generalmente, está en un proceso de búsqueda filosófica y vivencial. En realidad, son pocos los poetas que desde su ópera prima tiene una concepción y cosmovisión poética, y en este volumen estamos en presencia de una voz que no trapichea ni melodramatiza para comunicarse.

Portada de Telar. Foto: Cortesía del autor
 

Pero recordemos que Aristóteles aseveraba en su Poética: “La poesía es algo más filosófico y de una importancia mayor que la historia”. Verdadera o no, esta afirmación recuerda que la poesía ha aportado a la historia grandes descubrimientos, y en Telar, además de la expresión individual de una conciencia, se interioriza en la condición humana y sociológica de un ser que se debate ontológicamente desde una postura nada complaciente y con un evidente afán de transgredir el lenguaje, pues, ¿qué poeta no ha tenido la necesidad de reconstruir el lenguaje?

Daniel Duarte de la Vega, más allá de desmontar en su estructura el poema, enfatiza en la ilación de una imagen con otra, recurre sencillamente a signos, que funcionan como textos, pequeños silencios que le permiten al lector inferir o crear su propia metáfora y descansar para seguir tejiendo(se). No importa que para llegar al mundo primero lo hayan matado y después conociera el amor. El hilo, une, corta la carne, como ciertas imágenes ejerciendo presión y desapareciendo.

En las páginas de Telar, hay una existencia dura, arriesgada, que por mucho que intenta ocultar un agudo dolor este emerge a la superficie como si fuera el hilo, la costura, el remiendo más fuerte de todos con los que se tejieron estos breves poemas en prosa. “Textos como urdimbres, colocados en paralelos, sujetos entre sí para tensar la trama (dramaturgia), tejiendo planos circulares sin desbordar los marcos (bastidores)”, dice el poeta Carlos Augusto Alfonso en la nota de contracubierta de este conjunto de connotado lenguaje, donde el sujeto lírico a la misma vez que usa la aguja, une polos distantes y distintos, quiebra aquellos objetos del dolor para ver, como un cinéfilo, cómo van reorganizándose, perpetuándose las escenas, en apariencia efímeras, que transcurren a su alrededor, porque —como señaló Luis Zukofsky— la poesía deriva obviamente de la existencia cotidiana (real o ideal), según la aspereza de los contextos.

En Telar hay expresiones subjetivas de un estimable acabado artístico porque contienen dos planos: el primero, referido al lingüístico y comunicativo, y el segundo, esencialmente tropológico, donde la belleza se condensa y, de forma simultánea, expande y contempla desde la distancia física y sicológica el acto escritural, adoptando infinitas maneras de manifestarse: el poema abierto o cerrado —como la oruga o la máquina de telar que también abre y cierra meditaciones o trajes y vestidos para que podamos cambiarnos según varíen las circunstancias—. Hacia afuera se proyecta al paisaje. Hacia adentro, se devela el sonido de los experimentos generales.

Como todos formamos parte de varios tejidos y somos hilos y, en algunos instantes, máquinas de la representación, no siempre del orden natural de las cosas, no deje de leer este singularísimo Telar.