Dylan y Silvio: 1969

Humberto Manduley López
9/12/2016

Para Víctor, María y Carlos Téllez
 

La canción contemporánea no sería la misma sin los nombres de Bob Dylan (1941) y Silvio Rodríguez (1946). Ambos reflejan confluencias entre sus respectivas tradiciones nacionales y una modernidad que se imponía, musicalmente hablando, en los 60. A la vez, muestran inevitables rasgos cercanos, junto a las saludables diferencias. Hace 40 años, justo cuando 1969 marcaba el cierre de la década más paradójica del siglo XX —dividida entre movimientos de insumisión, pacifismo e inciensos por un lado, y guerras, asesinatos y revoluciones por otro—, cada uno de ellos legaba obras que trascenderían sus repertorios particulares.

Bob Dylan y Silvio Rodríguez
Fotos: Internet

Eran tiempos convulsos: la cumbre y el abismo. Nixon llegaba a la presidencia de Estados Unidos, y comenzaba en Cuba la Zafra de los Diez Millones; eventos masivos de rock (Woodstcok, Altamont) coexistían con marchas contra la guerra en Vietnam; el primer ser humano pisaba la Luna, y los enfrentamientos entre protestantes y católicos arreciaban en Irlanda; Estados Unidos paría grupos como Grand Funk Railroad, War, Rare Earth y Mountain, y en Cuba se fundaban el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, Los 5-U-4 y los Van Van. Allá triunfaba “Sugar, sugar”; aquí, “Rosas de algodón”. En toda esta hecatombe de acontecimientos, Dylan y Silvio eran testigos presenciales, y parte de ese contexto se reflejaría en sus canciones.

Cuando arranca 1969, Dylan está en el medio de sus 28 años, es decir, rozando el límite crítico de edad impuesto por los ideólogos de la contracultura (“no confíes en nadie mayor de 30 años”, decía Jerry Rubin). Silvio apenas acaba de cumplir 22 unos meses antes. Mientras el norteamericano tenía un trayecto recorrido que ya lo encumbraba entre los compositores de su generación; el cubano todavía transitaba avenidas de suspicacia, haciéndose escuchar en círculos de amigos, tras haber vivido las dos caras de la popularidad con su Mientras Tanto en la TV.

Si comparamos sus respectivas producciones, estableciendo como punto de partida la edad que Silvio tenía entonces, hallamos que entre los 20 y 22 años ambos escriben un número impresionante de canciones que devendrían históricas. En Dylan es el período definitivo. “Don't think twice, it’s alright”, “The times they’re a-changing”, “Masters of war”, “Blowin’ in the wind”, “A hard rain’s a-gonna fall”, “With God on our side” y otros temas, evidencian su talento como letrista y su creciente madurez musical. Por su parte, el cubano ya había firmado algunos de sus clásicos: “Fusil contra fusil”, “La era está pariendo un corazón”, “La canción de la trova”, “Qué se puede hacer con el amor”, “El viento eres tú”…

Para Dylan, 1969 fue el año de participar en el festival de Isla de Wight, del bucólico LP Nashville skyline, de conciertos esporádicos con The Band, del alejamiento consciente de su mito (así lo expresó en una sustanciosa entrevista periodística de la época). En 1969 venía de vuelta ya, harto de su rol como supuesto paladín de la protesta social, enemistado con medio mundo por su intransigencia en varios órdenes (político, personal, artístico). La paternidad, el creciente desasosiego ante la pérdida de privacidad a que lo condenaba el vulgar estrellato, y reflexiones sobre sus futuros pasos, le cambiaron el semblante a su música. Un racimo de canciones lo había encumbrado como rey Midas de la nueva canción. Todavía destilaba imaginación y un agudo sentido para captar sucesos y sentimientos generales, y transformarlos en textos con un hálito de sinceridad que incluía tanto el desgarro como la ironía, la emoción y el cinismo. Sin embargo, justo entonces no estaba en su mejor etapa como autor. “Lay lady lay” (escrita realmente el año anterior), “Girl from the North Country” (grabada a dúo con Johnny Cash), “I threw it all away” y “Tonight I'll be staying here with you” son piezas rescatables, sin dudas, pero lejos de la genialidad de otros tiempos. No sé si sería uno de los primeros síntomas de la sequía creativa que acusaría su obra poco después, pero lo cierto es que las canciones que puso a circular durante 1969 distaban de la visceralidad de antaño.


 

Dylan se desvinculaba públicamente de su rol de cantor protesta. No solo esto quedó claro en sus declaraciones, sino que el grueso del material compuesto en esa época ya se inclinaba abiertamente hacia un mundo de abstracción poética, o hacia un intimismo desolador. Esto, en modo alguno, afectó la calidad de sus canciones. Seguían siendo narraciones personales, análisis del contexto (evitando esquematismos políticos) y ejercicios metafóricos bien construidos. Paradoja: fue su año de música country, el regreso a las raíces de donde había bebido en sus inicios. Esta jugada no entusiasmó a la industria, que lo consideró otra de sus extravagancias, y mucho menos a un sector del público que le exigía radicalismo. Pero Bob ya estaba familiarizado con el acto de pasarse por el forro las expectativas. ¿Querían canciones acústicas? Allá se lanzaba con una banda de rock y los amplificadores a todo tren. ¿Querían rock? Desconectaba la guitarra y se ponía más campesino que nadie. Siempre a contracorriente.

Quizá una canción de Silvio de ese mismo año, “Debo partirme en dos”, sirve para ilustrar el proceso que había sufrido Bob tiempo antes, desgarrado entre quienes lo tildaban de Judas —por haber electrificado y dado un vuelco a su música hacia el rock— y sus intereses como creador; dividido entre el fuego cruzado de dos bandos aparentemente irreconciliables. Silvio también pasaba por eso, a su muy cubana manera, ironizando al respecto en un texto vitriólico que echa mano al humor, pero no esconde lo que duele.

En contraste con Dylan, Rodríguez atravesaba unos de sus períodos más productivos. El viaje a bordo del pesquero Playa Girón evidenció un endiablado ritmo de creación. No todas sobrevivieron la autocrítica del trovador, pero días y noches en alta mar legaron gemas como “Resumen de noticias”, “Ojalá”, “Josah la que pinta”, “Historia de las sillas”, “El rey de las flores”, “Cuando digo futuro”, y su personal homenaje al buque que lo lanzó a la aventura. Pasión, cuestionamiento, dudas, certezas, rabias propias y ajenas, amor, épica, lo humano y lo divino: todo mezclado “entre cuerdas y acordes que se van a oxidar” (como cantara Superávit).
Pero al igual que Dylan, Silvio manejaba otras temáticas, más allá del concepto “Canción Protesta”, en el cual lo habían encasillado desde sus inicios. Por supuesto que había una preocupación social en muchos de sus textos, pero el cantor se asomaba también a un universo existencial signado por las contradicciones propias de la edad y del turbulento contexto que lo rodeaba, y lo hacía madurar casi a marcha forzada. De 1969 son canciones como “Emilia”, “Acerca de los padres”, “Casi Gladis, Carmen y un poco de todos”, “Canción del elegido”, y mi favorita: “De la ausencia y de ti”. Temas que integran un nicho especial en la antología del trovador y de la mejor canción de siempre. El compromiso social se codeaba con los desenfrenos juveniles. La poesía era todo: la muerte de una ilusión y la mano de un amigo. Por desgracia, y en esto se diferencia del trovador estadounidense, su obra no quedó grabada en el momento o, si acaso, sobrevivieron unos pocos testimonios que dan cuenta de un guitarreo vehemente, una voz que tantea los tonos más altos, y las urgencias coherentes con sus veinte y pocos años.

Ahora, sin hacer una generalización demasiado rígida, hay un rasgo que diferencia los estilos de guitarrear de los cantautores de Estados Unidos y Cuba, Dylan y Silvio incluidos. En el caso de los primeros hay una acentuada inclinación hacia el rasgueo, que establece un ritmo básico y al mismo tiempo introduce giros melódicos y tonalidad. Desde Pete Seeger y Woody Guthrie, hasta Jeff Buckley y Tracy Chapman, pasando por Joni Mitchell, David Crosby y tantos más, es una regla presente en la mayoría de sus producciones. Por su parte, los cubanos trabajan más el diapasón, con la búsqueda de acordes y floreos. Desde los tiempos de Sindo y Corona, las complejidades armónicas van a caracterizar a la trova cubana; algo que toma un vuelo mayor con el filin de los años 40, y mantiene su vigencia en los trabajos del propio Silvio, Pedro Luis Ferrer, Mike Porcell o Santiago Feliú. Sendos estilos nacionales de pulsar la guitarra y hacerla sonar, o soñar; que no es lo mismo, pero es igual.

Silvio Rodríguez
Silvio Rodríguez

 

No obstante, algunas de las canciones de Silvio en esa temporada se sustentan justamente sobre ese ritmo guitarreado característico de la tradición norteamericana. ¿Influencias de Dylan? Es posible. El mismo Silvio reconoce, en las notas del disco Érase que se era, que por los años 1968 y 1969 lo escuchaba bastante. También podría ser otro signo de confluencias inconscientes, la necesidad expresiva traducida en un tipo de acompañamiento, que luego iría descartando hasta casi desaparecer de su repertorio.
1969 queda como un hito en las trayectorias de Silvio y Bob, Dylan y Rodríguez. Desde entonces, sus catálogos no han dejado de crecer, aunque sea inevitable —para ellos mismos— mirar hacia atrás, regresar a las jóvenes canciones que hoy son antiguas. Se podrá estar de acuerdo o no con sus siguientes pasos, pero hay pocas dudas de que ese año, tal vez sin saberlo, ambos trovadores estuvieron muy cerca. El norteamericano escribía versos dolidos: “Once I had mountains in the palm of my hand, and rivers that ran through ev’ry day, I must have been mad, I never knew what I had, until I threw it all away”. El cubano preguntaba, también desde el dolor: “Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer? ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?”.  Así, a guitarra limpia y la garganta desnuda, se hacía y se contaba la historia. Era 1969.