Desde el corazón de Choco, late su obra

Estrella Díaz
28/11/2017
Nuestro Centro, desde su fundación, siempre ha estado cerca y ha contado con Choco
 

Con gran alegría, regocijo y emoción los centropablianos recibimos la noticia de que, finalmente, le fue conferido a Choco —Eduardo Roca Salazar— el Premio Nacional de Artes Plásticas 2017. Desde hace mucho tiempo este lauro, que entrega el Ministerio cubano de Cultura y el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, debió de estar en manos de este artista quien, —además de una muy sólida obra reconocida en exigentes circuitos internacionales— siempre ha sentido un profundo compromiso con el arte y con esta Isla.

Nuestro Centro, desde su fundación, siempre ha estado cerca y ha contado con Choco; tempranamente —cuando hace 20 años aún éramos, casi, un sueño a punto de hacerse realidad— él fue uno de los primeros artistas que donó, de manera absolutamente desinteresada y espontánea, una obra para el proyecto Una obra para Pablo, la primera exposición que realizó el Centro.

Después estuvo en la Sala Majadahonda con una muestra personal de gran impacto y hemos podido contar con él como jurado en las ediciones de los Salones de Arte Digital. Igualmente, la obra de Choco ha acompañado a muchos de los trovadores que han participado en los conciertos A guitarra limpia que se desarrollan en el patio de las yagrumas de la calle Muralla número 63. ¡Felicidades, hermanito querido!

Chocolate o Choco, como firma desde hace décadas sus trabajos, es un artista infatigable: durante años lo he visto crear y crecer —primero en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana donde desarrolló una prolífera obra en grabado a tener muy en cuenta— y, luego, en su estudio de la calle Sol, en la Habana vieja,  “guarida creativa” que le facilitó —al igual que a un grupo importante de artistas— el doctor Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, y que le ha permitido “expandirse”.
 

Proyecto  con el artista de la plástica  Alberto Lezcay  “.. el vuelo de bronce..”
 

Contar con un espacio amplio y propio —sumado a su ingenio, talento y personalidad— ha contribuido a que Choco (Santiago de Cuba, 13 de octubre, 1949) continúe renovándose por día, algo imprescindible en un creador que ya tiene 68 años y que muestra una obra joven, vital, renovadora y, sobre todo, de hondísima raíz cubana y caribeña.

Luego de dedicar gran parte de su vida al grabado —manifestación de la que es un MAESTRO, así con mayúsculas— y acercarse a la pintura que, según me ha dicho varias veces, “es un acto sumamente íntimo”, Choco no se ha conformado con quedarse en la ya trazada exitosa senda y en su zona de confort, que es fatal para un artista: se aventuró con la tridimensionalidad y está desarrollando esa vertiente sin ningún prejuicio y con alto nivel de factura.

La primera experiencia fue con Vuelo de bronce, proyecto al que fue invitado por su amigo el también artista de la plástica Alberto Lezcay, y que devino creación conjunta con varios escultores alemanes. El resultado fueron piezas de pequeño formato fundidas en bronce, de 20 x 20 centímetros.

Pero como a Choco siempre le ha gustado jugar al duro, esa experiencia con el volumen disparó sus alarmas creativas y se aventuró con una muestra que incluyó colagrafías y esculturas de mediano formato —exhibida en 2010 en la galería Villa Manuela de la Uneac, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en La Habana— que tituló Más allá del borde en la que incursionó en las texturas y en nuevos procedimientos. En aquel momento me dijo: “cada vez que le doy la vuelta a una de las esculturas siento que es una nueva obra. Estoy satisfecho y a la vez impresionado del resultado. Experimentar, enriquece”.

Y continúo: sin dejar de pintar y grabar, enfocándose en la tridimensionalidad y en la pasada Bienal de La Habana, Choco ocupó una de las amplísimas galeras de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, bajo la sombrilla del proyecto Zona Franca. Allí llegó con sus esculturas monumentales; recuerdo una de varios metros de altura revestida con latas desechadas de refrescos o cervezas que, comprimidas, ofrecían una visualidad singularísima: hay mucha alma en esas esculturas. 

En ese afán de nunca estar tranquilo, Choco ha desarrollado en los últimos años una obra sobre platos cerámicos esmaltados, que son verdaderas joyas en las que se resume o condensa su pintura y su personalísimo grabado a partir de texturas y colores. Esos platos cerámicos son solamente un pretexto para dar continuidad a su quehacer porque sus temas son los mismos en un soporte que en otro: el hombre, la vida, su tiempo, el difícil cotidiano, pero también el amor, la familia, la paz y la esperanza y, sobre todo, el compromiso que siente con su patria y sus gentes. 

En el ya lejano 1976 —¡hace 41 años! — el poeta Eliseo Diego, una de las voces más altas de la cultura cubana del siglo XX, dijo sobre el artista: “Eduardo Roca —Chocolate— ha dejado de prometer, para ser ya un pintor de pies a cabeza. ePero, aunque tiene los pies bien puestos en la tierra —en su tierra— y la cabeza alta y clara, es del corazón de donde brota su pintura".

Y es cierto, Eliseo: desde el corazón de Choco late su obra.