Del azafrán al lirio: Snowden y Mi amigo el gigante

Joel del Río
25/1/2017

 

Dos filmes norteamericanos, cada uno ubicado en las antípodas estéticas e intelectuales del otro, marcaron las carteleras cubanas por estos días. Los firman dos autores de renombre, Oliver Stone y Steven Spielberg, considerados la máxima expresión de Hollywood en cuanto al cine crítico y de intención política (el primero) o a las aventuras evasivas y fantásticas (Spielberg).

En el momento de su retiro, la respetada crítica de cine norteamericana Pauline Kael, aseguró que el mayor placer de jubilarse consistía en abstenerse de ver los nuevos filmes de Oliver Stone, que ella odiaba por sexistas, violentos, propagandísticos y manipuladores. Tales etiquetas parecen extremistas y tendenciosas para clasificar al cineasta que más ha contribuido a relatar cinematográficamente la historia no-oficial de Estados Unidos, a partir de filmes tan notables como Pelotón, Nacido el 4 de Julio, Wall Street y JFK, por solo mencionar los mejores y más conocidos.


Foto: Fotograma de Snowden

Fiel a su vocación por evidenciar la cara más oscura de la política norteamericana, y de utilizar el cine en su vertiente más polémica y comprometida en términos políticos, Oliver Stone ha realizado Snowden, un filme biográfico contemporáneo que está ahora de estreno en nuestras carteleras y cuenta la historia de un personaje real, Edward Snowden, catalogado por algunos de patriota, y por otros de traidor. Snowden expuso públicamente las actividades ilegales de la NSA en cuanto a la vigilancia de ciudadanos norteamericanos y extranjeros, y de este modo se transformó en uno de los hombres más buscados y perseguidos del mundo.

Ansioso por conciliar su habitual revisionismo crítico y ciertas claves genéricas atractivas para la mayor cantidad posible de espectadores, Oliver Stone combina en esta película los derroteros del cine biográfico, de sesgo casi documental y detallado en extremo, con las texturas dramatúrgicas del thriller de espionaje, y los recorridos típicos del héroe poseedor de la verdad que enfrenta a poderosísimos enemigos. El director se mantiene tal vez demasiado atento a que comprendamos la tesis política que anima el filme, y condenemos la hipocresía del gobierno norteamericano o el poder omnímodo e invasivo de los medios; por tanto, sacrifica el retrato plausible de un personaje complejo.

Así, Snowden muestra escasa capacidad para profundizar en las motivaciones del personaje; el protagonista sigue siendo un enigma para los espectadores, pues el guion solo apunta al móvil romántico para explicar la trascendental decisión de enfrentarse al gobierno más poderoso del mundo. A pesar de todo, Joseph Gordon Lewitt se perfila, en el papel protagónico, en tanto uno de los actores jóvenes más elogiados de Estados Unidos, y desaparece por completo tras el rostro y las características generales de su personaje; pero tampoco el actor puede dar las respuestas que el guion no provee en torno a quién es de veras Edward Snowden y cuáles son los móviles que lo impulsan.

Por una u otra razón, Snowden no llega a ser tan provocativa como pudiera suponerse, si se piensa que su autor es Oliver Stone, uno de los cineastas liberales más fieles a la reactivación del espíritu crítico en el marco de una cinematografía casi por completo evasiva y complaciente. El filme tampoco aporta algo sustancial a la filmografía del autor de la serie documental La verdadera historia de Estados Unidos, pero debe reconocerse que, en general, está bien contado y es atractivo, en tanto nos presenta un grupo de verdades que muchos ignoran, o prefieren ignorar. Y por eso es necesario el aporte de Oliver Stone, independientemente de lo que digan muchos críticos detrás de Pauline Kael. Si se quiere entender el cine de Stone, debe tenerse en cuenta que el valor del séptimo arte no siempre estriba en factores únicamente cinematográficos.


Foto: Cartel de Mi amigo el gigante

Por derroteros completamente distintos llegó Steven Spielberg —llamado otrora “El Rey Midas de Hollywood”— a Mi amigo el gigante, en la cual se conjugan, por lo menos, dos características medulares de este autor: el dominio de un lenguaje visual propio de las aventuras y la fantasía, y la habilidad para contar historias que resulten del gusto del público masivo, como lo demostró en décadas precedentes con Tiburón (1975), Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), ET (1982), Indiana Jones y el templo de la perdición (1984) y Parque Jurásico (1993).

Mi amigo el gigante parte de fórmulas casi infalibles vinculadas con las aventuras fantásticas, colmadas de efectos especiales; sin embargo, el filme carece de la magia que pudiera esperarse. Es una historia escrita originalmente por Roahl Dahl, el reconocido autor de historias infantiles atrevidas y anticonvencionales, como  The gremlins, James y el melocotón gigante o Charlie y la fábrica de chocolate. El relato literario fue vertido al cine por la importante guionista Melissa Mathison, la misma que acompañó a Spielberg para inundar de encanto la historia de amistad entre un niño y un extraterrestre.

Al igual que en ET, El color púrpura o La lista de Schindler, en Mi amigo el gigante también se cuenta la historia del surgimiento de una amistad, y el desarrollo de un aprendizaje, entre seres antagónicos y solitarios. En el filme de estreno hay una niña huérfana e insomne y un gigante vegetariano y bondadoso. Pero el tono de la película oscila entre la fantasía infantil, a ratos pueril o demasiado edulcorada, y el absurdo y el surrealismo más adultos, con algunos tenues momentos de humor negro. Hay que reconocer, a pesar de la falta de un ritmo sostenido y de la pérdida momentánea del toque Spielberg, que el filme derrocha poderosa visualidad para ilustrar un mundo fantástico poblado de gigantes, y que la actuación de Mark Rylance merece todo el reconocimiento.

Mi amigo el gigante se cuenta entre los filmes menos notables de Spielberg, debido a su convencionalismo, tibieza expositiva, falta de peripecias atractivas en la zona media de la película, y el exceso de ñoñería vinculada con una ausencia total de picardía. No obstante, se trata de un divertimento suntuoso y agradable, distante de las crisis de solemnidad que atacaron al autor en sus más recientes películas, a saber, Caballo de guerra, Lincoln y Puente de espías. Por lo menos Mi amigo el gigante es una película ligera y fantasiosa.