De la centella y el aguacero

Maikel José Rodríguez Calviño
20/11/2019

“Si me dijeran: pide un deseo…”

Silvio Rodríguez
(Rabo de nube)

Uno de los aspectos que más llaman mi atención en la obra de Ernesto Rancaño es ese constante retornar a los cimientos de la nación cubana. Confirmé mi apreciación al ver dos piezas pertenecientes a la serie Un minuto después de la infancia (2019). Dichos óleos sobre lienzo forman parte de la muestra bipersonal Historias del azul en La Habana, que, en el Palacio de Lombillo, el reconocido pintor comparte con otro grande del arte cubano contemporáneo: Eduardo Abela Torrás.

 Ernesto Rancaño. De la serie Un minuto después de la infancia, 2019, óleo sobre lienzo. Foto: Maité Fernández
 

Los lienzos muestran, indistintamente, a una niña y a una pareja de niños sentados de espaldas en el Malecón. Junto a ellos reposan algunos juguetes: un barco de papel, una pelota en pleno rebote, una muñeca de cuerda que sostiene un papel donde aparece dibujada la silueta de un pez cristífero, una grulla de papel… Hay, incluso, un perro que mira fijamente al espectador.

Mas los niños no prestan atención a estos detalles. Antes bien, fijan su atención en las formas que han adoptado las nubes en el cielo. Frente a la niña aparece la inconfundible silueta de la Virgen de la Caridad del Cobre; frente a los niños, el rostro de José Martí.

Lo maravilloso ha escogido los ojos infantiles (los más puros, los más receptivos) para manifestarse.

La Virgen viene acompañada por fugaces centellas y un rabo de nube; el Apóstol nos regala un aguacero. Ambos permanecen en la distancia, pero no tardarán en tocar tierra. Casi podemos sentir el olor de la lluvia mezclado con el aroma del mar, casi nos trepida en el pecho la inmanencia de la tormenta: esa potencia contenida, aún lejana, que dentro de poco se derramará, resplandeciente y vivificadora, sobre el viejo muro, los juguetes abandonados, el perro y los testigos.

Espero que ambos lleguen lo antes posible. Espero que se abran paso con ademanes de guerrero medieval y se apropien de cada rincón, de cada resquicio, de cada hendidura, y allí depositen su carga de belleza y verdad, de paz y bien. Espero que todo cuanto contengan de sagrado, de maravilloso y eterno, permanezca aquí, ahora, y cale hondo en esos niños, y en todos los demás, y en los niños que somos aquellos adultos resignados a crecer.

Ojalá se derramen con potencia huracanada sobre nuestros jóvenes, les asalten los poros, les penetren por la piel, les toquen con sus manos de agua luminosa las rocas del alma y despierten las simientes que aún laten en ellos. Ojalá esa semilla crezca y fructifique, y los convierta en seres humanos que apuestan diariamente por la utilidad de la virtud.

Y luego, cuando las aguas y el viento cesen, cuando las siluetas de la Caridad del Cobre y de José Martí se disuelvan en el éter, hayan dejado en ellos (en nosotros) el fulgor del ópalo y el misterio de la fe, la eficacia del verso y el enigma de la Luna, el afán por el otro y la grandeza del arcoíris.