Cultura y Educación Superior: Una mirada feminista al proyecto socialista y sus desafíos
9/3/2021
¿Qué entiendes por feminismo y cómo te ha cambiado la vida?
El feminismo ha sido definido de diversas maneras y desde diferentes posicionamientos teórico-políticos. Más allá de las definiciones clásicas, me arriesgo a exponer en estas cuartillas el feminismo de mi sentipensar. Ese que, para mí, además de ser corriente teórico-política, se constituye en un movimiento plural que aglutina en formas organizativas disímiles a personas de todo el planeta.
Fotos: Internet
Sin embargo, considero que lo más importante del feminismo es que, a pesar de su diversidad, constituye una actitud ante la vida. Es mucho más que un nombramiento; es asumir con responsabilidad el reto de caminar junto a otras, otres, otros, y construir esa realidad distinta que anhelamos, en la cual las discriminaciones y dominaciones no sean más que un recuerdo.
Llegué al feminismo, como muchas otras mujeres, a través de ese volcán interno que enerva la sangre ante las injusticias; mediante esa voz interior que te dice que hay cosas que cambiar y que tú tienes que hacer algo para lograrlo. En eso mi familia, forja en la que se fraguaron mis principios, desempeñó un papel preponderante, pues aunque no tuvieran idea de lo que es el feminismo, me educaron para ser una mujer independiente, justa y militante. Puedo decir que fui feminista incluso antes de ser consciente de ello.
Tomé conciencia de ser feminista en el año 2015, cuando tuve la oportunidad de compartir junto a 15 hermanas y hermanos de Abya Yala en el Seminario de Construcción Colectiva del Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI) de Costa Rica. Si bien antes había tenido algunos intercambios en los Talleres Internacionales de Paradigmas Emancipatorios, fue en el DEI donde pude comprender en toda su magnitud lo que significaba ser feminista.
El DEI fue una fragua, un parteaguas en mi vida. Allí tuve la suerte de intercambiar con mujeres como Oshi Curiel, Nioe Víquez, Silvia Regina y Lorena Cabnal, una hermana muy querida para mí. Con ellas entendí que el volcán vibrante en mi corazón era una actitud ante la vida: el feminismo. Ello ha significado ganar en herramientas y acompañantes en un camino largo y escabroso, pero feliz. Feliz porque encontré una forma de actuar y aprendí a identificar personas como yo. Para mí la felicidad es, desde el feminismo que habito, una apuesta política.
Ese feminismo tiene raíces diversas que van desde el feminismo comunitario de la Red de Mujeres Sanadoras de Guatemala —tan cercano a mi alma por su profunda espiritualidad— y transitan por el feminismo negro hasta el feminismo socialista. Podría decirse que soy una feminista indisciplinada, o mejor, una feminista electivista. Este modo de asumirlo me ha permitido conjurar todas mis identidades como mujer, mestiza, intelectual, educadora, activista, espiritista, joven, oriental, etc. Me ha servido como estrategia ético-política, como sustento y guía para la práctica, no solo desde el punto de vista profesional, sino también desde el punto de vista personal.
He aprendido mucho, desde cómo implicarme en las luchas diversas hasta cómo tener una relación diferente conmigo misma y con mi familia. Ser feminista no te libra de todas las dominaciones, pero si asumes con responsabilidad el reto, te ayuda a identificar tus prácticas patriarcales y a transformarlas. Tampoco nos libra de ser oprimidas, de vivir ciclos terribles de violencia de género, pero sin duda el feminismo nos ofrece herramientas para pedir ayuda y nos dota de redes de apoyo indispensables para levantarnos.
¿Qué desafíos implica un proyecto de sociedad que pretende reivindicar la dignidad y la igualdad de todas las personas?
Vivimos en una isla que hace muchos años optó por el camino de la herejía. No solo de la herejía que implica construir una sociedad socialista a noventa millas del imperialismo norteamericano, sino también la que significa hacerlo desde nosotras mismas. En ese camino hemos alcanzado logros inimaginables, especialmente en cuanto a la transformación de la mentalidad colonizada. Son ilustrativos los cambios en la manera de relacionarnos con el poder, de organizarnos como sociedad, de actuar, pensar y hasta de hablar. ¿Cómo no mencionar ese cambio “pequeño”, pero radical, que significó la sustitución del servil “señor y señora” por “compañera y compañero”? Más que un cambio de términos, trajo consigo una transformación en la manera de vernos, de relacionarnos; un cambio visceralmente cultural. Sin embargo, considero que los mayores desafíos que afronta nuestro sistema social continúan en esta esfera, salvando la constante amenaza del imperialismo.
En torno a los retos de nuestro proyecto social, me atrevo a reflexionar sobre tres cuestiones intrínsecamente relacionadas. La primera de ellas tiene que ver con la comprensión del carácter cultural de las dominaciones, más bien con la necesidad de asumir, conscientemente, que el origen de las discriminaciones no es la falta de cultura, sino la existencia de patrones culturales patriarcales en la subjetividad de las personas. Por ello, el desafío no es tanto instruir, sino construir de conjunto una cultura otra que nos ayude a superar lo que siglos de dominación y reproducción generacional han sembrado en nuestro imaginario social. En eso juegan un papel protagónico nuestros artistas e intelectuales. He aquí el segundo desafío.
Si bien contamos con una multiplicidad de artistas e intelectuales comprometidas y comprometidos con la esencia más radical de la Revolución Cubana, la revolución cultural, los esfuerzos aún son insuficientes. Creo, fervientemente, en el poder transformador del arte y en sus infinitas posibilidades de mostrarnos nuevas formas de ser, sentipensar y actuar. Un ejemplo que me gustaría mencionar es la canción “Patakí de libertad”, del grupo Buena Fe.
En mis cortos años de vida, pocas veces he escuchado una canción como esta, en la que los autores se atreven a cuestionar la herencia cultural patriarcal que se transmite de generación en generación. Basta recordar esta estrofa: “Gracias viejo, tanto me diste/ Algo se irá conmigo hasta la muerte/ Otras no correrán la misma suerte/ Porque hubo cosas donde te perdiste/ Las tantas veces que repetiste/ Con esa gente lejano el trato/ La pasa atrasa al destino triste/ Negros tan solo que sean los zapatos”.
Un profundo espíritu descolonizador recorre la letra y la música de “Patakí de libertad”. Ese, creo yo, es el arte que necesitamos para acompañar nuestras luchas; luchas que no son solo contra las múltiples discriminaciones, sino también a favor de la construcción de un universo simbólico que nos muestre otras posibilidades de existir.
En esta misma lógica se encuentra el tercer reto. Este último está relacionado con la necesidad de comprender la economía —en tanto relación social— como producto sociocultural. Creo que este asunto es trascendental, pues nos deja ver que nuestros problemas económicos y las soluciones que buscamos están signados por ese universo simbólico que habitamos, el cual arrastra aún las pesadas cadenas de la colonialidad patriarcal. De ahí que no siempre logremos apreciar en toda su magnitud las causas y consecuencias de un problema económico determinado.
¿Cuánto le falta a la educación por aprender del feminismo? ¿Cuán necesario es el feminismo en la formación de las nuevas generaciones?
Es esta una pregunta que demanda una respuesta amplia e integradora. Me atrevo a responder desde mi experiencia como profesora de la Universidad de Granma, aunque hay aspectos generales que constituyen orientaciones del Ministerio de Educación Superior Cubano para todas las universidades.
Primeramente es necesario reconocer lo que hemos logrado en materia de inclusión del feminismo en la Educación Superior. En este punto es válido mencionar la existencia de asignaturas y temas donde se insertan las problemáticas de género. En algunas carreras aparecen como asignaturas optativas o como parte del currículum propio. Asimismo, hay que mencionar los resultados del trabajo de las Cátedras de la Mujer; la diversidad de estudios sobre violencia de género en la comunidad universitaria; el surgimiento de proyectos extensionistas de carácter feminista como La Cuarta Lucía; el inicio de la formación de estudiantes como promotores de salud con enfoque de género, entre otros.
Sin embargo, el camino aún es largo. Para mí es indispensable la recuperación de la tradición electiva cubana en las aulas universitarias, de manera que junto al marxismo y leninismo, coloquemos al feminismo como sustento teórico-político y como parte trascendental de la historia social de Cuba. No se trata de incluir la imagen de dos o tres mujeres en un libro de texto, sino de emplear los aportes que hemos construido en el análisis de nuestra realidad y en la preparación de las nuevas generaciones para participar en los procesos de transformación cultural que requiere un proyecto social comprometido con la garantía de la dignidad plena de todas las personas.
Por otra parte, se necesita del feminismo para transformar prácticas discriminatorias resultantes de una falta de enfoque en el tratamiento de problemáticas que afectan a estudiantes, docentes y trabajadores. Cabe mencionar el caso de las estudiantes gestantes y madres. Con ellas se le presenta un dilema a la Educación Superior, sobre todo porque una gestante en su primer año de la carrera es una adolescente, y todas las políticas de nuestro país están orientadas a la prevención de la gestación en estas edades. Sin embargo, hay que garantizarle las condiciones para concluir exitosamente sus estudios. ¿Qué hacer ante esa situación?
Para resolver el dilema el Ministerio de Educación Superior garantiza las licencias de matrícula por embarazo. ¿Qué diferencia existe entre una licencia de matrícula por embarazo y una por accidente? Ninguna, tal vez el tiempo de duración. ¿Cómo se contabiliza la cantidad de licencias de matrícula por gestación? Directamente en los expedientes de las estudiantes, pues en los informes estadísticos no hay manera de reflejarlas.
La atención diferenciada a las gestantes y madres que estudian en la universidad depende de la sensibilidad de los colectivos y de los profesores principales del año académico. ¿Cómo ajustar el proceso docente educativo de una madre o gestante si no contamos con las normativas necesarias? Estas y otras cuestiones vinculadas al papel de la Federación Estudiantil Universitaria en el establecimiento de consensos en torno a los parámetros para evaluar la integralidad de estas estudiantes, e incluso de los estudiantes padres que asumen la responsabilidad de cuidar a sus hijos e hijas en lugar de sus esposas, constituyen elementos que demuestran la necesidad de transversalizar los procesos universitarios con un enfoque feminista que nos permita lograr una Educación Superior más justa e inclusiva.