Cuba: Racismo y discriminación

María del Carmen Barcia Zequeira
11/2/2021
Las conductas racistas y discriminatorias, una verdadera enfermedad social,  están enraizadas en el mundo actual, que incluye, desde luego, a nuestra sociedad. Sus manifestaciones son desiguales pero su origen es similar; consisten en negar derechos, humillar y maltratar a personas “diferentes”, bajo el criterio de que son inferiores. Se establecieron muy tempranamente  desde poderes hegemónicos —económicos y políticos—, y estos conformaron mentalidades colectivas y patrones de conducta perversos y discriminatorios.

 

A pesar de la fragilidad de sus bases “científicas”, el racismo ha permanecido a lo largo de siglos por intereses de clases, de capas sociales o de grupos. Su irracionalidad desconoce que los seres humanos forman parte de un género biológico y potencia diferencias de “raza”, que nada tienen que ver con la genética, y solo se apoyan en rasgos físicos secundarios, como el color de la piel, el tipo de pelo, la forma de los ojos, de los labios o de las narices. Sus patrones, que incluyen una supuesta belleza construida desde los rasgos elegidos como perfectos o más hermosos, se trasladan a otros aspectos, absurdos por indemostrables, como una mayor o menor inteligencia. El modelo racista se establece a partir de criterios de un “poder”, que rechaza la diferencia y la diversidad, y privilegia la “belleza occidental”: piel blanca, pelo lacio, labios finos, narices perfiladas y rehúsa la de pueblos diferentes, entre estos los de origen asiático, árabe o africano.

Cuba tiene una cultura mestiza, que proviene de sus raíces históricas. Tuvo  una población aborigen escasa, que fue diezmada por el proceso de conquista  y colonización. Sus habitantes se integraron a partir de la emigración; por una parte, la de los colonizadores que llegó desde la península ibérica, y también de las Islas Canarias que, a partir de 1492, formaban parte de la metrópoli española. Todos eran supuestamente blancos y se autodenominaron “vecinos”; pero, incapaces de realizar todos los trabajos, pues eran pocos, trajeron negros para que se ocuparan de laborar en los sitios, en las estancias, en las minas, en los hatos y corrales y también en los servicios urbanos. Estos, en tanto oriundos del continente africano, tenían rasgos físicos diferentes; además, llegaban como esclavos y algunos libres, que eran escasos. Unos y otros habían arribado, desde luego, como subalternos.

Las diferencias formales y legales se establecieron desde el siglo XVI, tanto en la legislación compilada en la metrópoli, como en los Bandos de los Capitanes Generales que gobernaban en la Isla. Los hombres y mujeres negras no podían beber vino ni venderlo, tampoco tener casas en las ciudades, ni vestir con cierto lucimiento. Es preciso destacar que cuando algo aparece en una ley es porque existe y trata de ser controlado.

En medio de las diferencias relatadas y de otras muchas, hubo sin embargo ciertas particularidades. Desde el siglo XVIII, por ejemplo, se formaron en Cuba batallones de pardos y de morenos para defender las villas y ciudades y combatir contra corsarios, piratas e incluso batallar contra armadas de otros países. Se destacaron en la defensa de Guantánamo en 1741, cuando Vernon quiso ocupar ese territorio, y en la de La Habana, en 1762, cuando lo logró Keppel. Por su destacada conducta, algunos de sus miembros fueron condecorados por el monarca español, que les dotó además de fueros y privilegios. Claro está que nunca eran iguales a los disfrutados por las milicias blancas.

Un cambio trascendente desde el punto de vista económico y social se produjo en Cuba a finales del siglo XVIII cuando comenzaron a desarrollarse las plantaciones que producían azúcar y café para el mercado mundial. De ese inicial despegue capitalista surgió la trata masiva de africanos que, por cierto, sentó las bases de la acumulación en Gran Bretaña para el desarrollo del capitalismo industrial. Marx dijo que este había nacido chorreando lodo y sangre, pero mucho antes tuvo su antecedente en el comercio de esclavos, considerado el mayor genocidio de la historia.

 

La trata de africanos trajo al continente americano once millones de esclavizados, sin tener en cuenta los que perecieron en el mar. A Cuba llegaron aproximadamente 900 000. En los años cuarenta del siglo XIX los negros y mulatos, clasificados por los censos como “de color” por su diferencia con los sujetos de piel blanca, constituían el 50% de nuestra población. Estos hombres y mujeres eran portadores de sus culturas, en plural, porque África es un continente inmenso; tributaron a la nuestra, que recién se construía, conductas que nos han caracterizado a lo largo de nuestra historia, como la resistencia, la rebeldía, la solidaridad, y también esa alegría innata, difícil de eliminar, que se muestra en burlarnos hasta de nuestras dificultades como una manera de sobreponernos a condiciones complejas.

Algunos esclavos compraron su libertad y otros fueron manumitidos por sus amos; buena parte se destacó en los oficios, que algunos practicaban antes, en sus tierras de origen; también aprendieron varios en Cuba. Hubo  excelentes carpinteros, que el capitán general Marqués de la Torre definió como “mejores que los ingleses”, excelentes herreros, albañiles, cristaleros, sastres. También se destacaron como músicos profesionales, incluso premiados por emperadores, como ocurrió con Brindis de Salas; asimismo existieron dentistas destacados y parteras reconocidas. Se asociaron durante la colonia y luego en la república en agrupaciones que promovieron la beneficencia, el entretenimiento y la cultura.

Buena parte de los negros y mulatos, esclavos y libres, participó, junto a los blancos, en la guerras por la independencia y después en las luchas ciudadanas. No obstante, a pesar de esas contribuciones, la discriminación continuó.

Las raíces demográficas y también políticas y culturales mencionadas son imprescindibles para entender cómo se formó la mentalidad colectiva del cubano y también para pensar en las maneras en que, tras tres siglos de permanencia, la discriminación racial pudiera ser subvertida.

 

José Antonio Aponte: Fomentar prestigio para eliminar la discriminación

El prestigio es muy importante para el autorreconocimiento y también para la consideración del otro. Remontémonos de nuevo al siglo XIX; en sus inicios, cuando se iniciaba el despegue de la plantación, los negros y mulatos comenzaron a amotinarse en su lucha por la equidad. En ese contexto se produjo una conspiración que fue promovida por el negro José Antonio Aponte, criollo de tercera generación; pero lo más subversivo de su conducta no fue el levantamiento armado que le costó la vida, sino el libro de imágenes que había concluido seis años antes, en 1806, pues lo había concebido para dotar de prestigio a su grupo social.

Un libro no es solo un conjunto de hojas encuadernadas, manuscritas o impresas, sino una forma adecuada de trasmitir ideas y conocimientos, de sentar pautas, de divulgar un mensaje. La mayor parte de los negros y mulatos de Cuba eran entonces analfabetos, por lo que un documento escrito necesitaba pasar, para estar al alcance de todos, por la lectura y transmisión de algunos alfabetizados; la imagen, sin embargo, podía comunicar de inmediato el mensaje del autor. El libro de Aponte estaba destinado, sin dudas, al público iletrado, y fue construido para mostrar a los negros que su pasado descansaba en tradiciones ilustres y que estaba alejado de la oprobiosa cotidianeidad generada por la esclavitud, que debían sobreponerse al  desprecio y maltratos de que eran víctimas. En cada una de sus páginas se reproduce una escena creada a partir de lecturas y experiencias muy diversas, algunas son históricas y se remontan a la antigüedad, otras refieren asuntos mitológicos o bíblicos; pero las más interesantes desde el punto de vista social y cultural son aquellas que muestran la vinculación de los negros a la esfera militar, en sus batallones, porque estos les habían procurado prestigio social, y las relacionadas con el cristianismo, en las que aparecen apóstoles, sacerdotes y vírgenes de piel negra. Comprendía Aponte que eran dos poderes esenciales en la sociedad cubana en los que podían influir y también acceder los negros y mulatos.

Muchos acontecimientos sucedieron después de 1812, entre estos la abolición de la esclavitud en 1880-1886 y tres guerras por la independencia. Más tarde, en 1899, vendría un gobierno interventor, el de los EE. UU., más racista y discriminatorio aún que el español. En ese año, el 28% de los negros y mestizos estaba alfabetizado, lo cual es notable, porque 13 años antes eran, en su mayor parte, esclavos. Es una evidencia de su interés en ascender en la escala social. Ocho años después, en 1907, los autores del censo se sorprendían de que el nivel de alfabetización de los negros y mulatos fuese, entre los 10 y 14 años, del 69,9%, similar al de los blancos de igual edad, que era del 70,5%. Algo parecido ocurría con los que tenían entre 15 y 19, estos alcanzaban el 64.5% frente al 69% de los blancos. Y es que los jóvenes encontraban en la superación cultural una manera de alcanzar un nivel social más elevado. Son simples datos, tomados al azar, pero implican la preocupación de los negros por educarse.

En 1959 triunfó la revolución en Cuba, un país que solo 73 años antes, un lapso histórico sumamente corto, se había sostenido sobre bases esclavistas. Su impacto quebró las barreras legales que impedían al negro tener acceso a todos los espacios sociales, culturales y políticos, y le aportó equidades en la esfera laboral. Se estimó entonces que la discriminación racial había cesado, pero en realidad el proceso de reivindicación solo estaba en sus inicios.

Es absolutamente cierto y de justicia reconocer que la Revolución cubana se propuso barrer las diferencias sociales y raciales; fue esta una de sus más hermosas utopías que ha debido contrastarse con la realidad. El estado benefactor ofreció las ventajas sociales que fue capaz de asumir y brindar. Pero se requería algo más difícil: barrer con una mentalidad construida a lo largo de cinco siglos, según la cual lo blanco era superior a lo negro, aunque esto fuese una falacia imposible de demostrar.

 

Los años sesenta mostraron cierta distensión del asunto, pero en los setenta se evidenciaron demandas que fueron incomprendidas. En ese contexto apareció en la revista Revolución y Cultura, un artículo titulado “La trampa que arde”, según el cual “Si alguien logró hacerse acreedor a la admiración de los audaces hace medio siglo, o un cuarto de siglo, si se dedicó (…) a destacar los valores de sus compatriotas negros y mulatos fue porque la negrofilia era un recurso legítimo contra la negrofobia entonces dominante, en 1973 sale sobrando entre nosotros esa tentación historiográfica, viene a matar cadáveres. Es hora pues de abandonarla”. Esa perspectiva, evidentemente errónea, frenó la posible solución de discrepancias sociales, por lo que estas volvieron a mostrarse, con mayor fuerza aún, a partir de los años noventa, cuando la economía del país se enfrentó a una severa crisis.

Ante las dificultades de esos años, las diferencias entre los estamentos sociales afloraron nuevamente, muchas posibles soluciones habían permanecido inconclusas. Otras, racistas, se desplegaban nuevamente a partir de mentalidades conservadoras, como fue la de privilegiar determinados trabajos, en la esfera del turismo, por ejemplo, para cubanos blancos, cuando lo necesario era valorar las capacidades de cada sujeto en lugar del color de su piel. El conservadurismo de las mentalidades, discriminador y oportunista, resurgía con fuerza.

Aplicando las fases propuestas por Fernando Ortiz en el camino para construir la equidad entre blancos, negros y mestizos, se debe reconocer que nos hemos estancado en la etapa reivindicadora, en tanto la integrativa, que es aquella donde desaparecen todas las diferencias, aún permanece como una utopía.

¿Cuál es el camino para combatir la discriminación racial?

Indiscutiblemente, hay dos acciones esenciales para eliminar la discriminación racial. La primera tiene que ver con la justicia social vinculada a la pobreza, que aunque no es privativa de los negros y mulatos, sí resulta mayoritaria entre estos porque se vincula a sus situaciones de origen que surgieron y se desplegaron en medio de una opresión despiadada. Es este un problema reconocido por las autoridades gubernamentales que dedican buena parte de sus empeños a solucionarlo a través de diferentes obras y gestiones constructivas.

La otra acción es la relativa a las mentalidades, cuya evolución es muy compleja; no en balde Ferdinand Braudel dijo, hace muchos años, que estas eran “prisiones de larga duración”. Cambiarlas requiere un gran esfuerzo aunque no es imposible. En este caso la vía a seguir, no exenta de tropiezos y tal vez de incomprensiones, se vincula a la esfera educacional a través de todos sus espacios: escuela, familia y medios masivos.

Los niños no nacen racistas, se forman como tales a partir de la sociedad en general y de las familias en que nacieron, portadoras en ambos casos de una mentalidad discriminadora, establecida, como hemos explicado antes,  durante siglos de historia. Para eliminarla hay que ir a las raíces y reeducar a la sociedad, en su conjunto, en un paradigma social inclusivo. Construirlo requiere de la escuela, de los medios masivos y de la familia, y en esta dirección todos los actores participantes, maestros, padres, abuelos, promotores culturales, comunicadores, etc., necesitan ser instruidos sobre nuevas bases, porque se trata de cambiar una mentalidad muy asentada.

 

Es imprescindible implementar un proceso educativo que ha de ser integrador y constante, pues solo a través de esta vía se podrán subvertir conductas racistas. Las condiciones no son difíciles de crear, aunque el problema es complejo. Existen profesionales capacitados en diversos campos para desplegar las acciones necesarias, también una bibliografía actualizada, sobre temas y asuntos vinculados al racismo, pero hay que leerla, analizarla y luego aplicarla para revertir formas tradicionales, envejecidas y reiterativas que necesitan ser superadas.

La caracterización del negro que ofrecen los textos de historia y las novelas, cuentos y otras variantes de programas televisivos es, sin que haya existido un propósito previo, racista: cuando aparecen esclavos, estos se muestran como torpes, incapaces de usar maquinarias, negligentes o perezosos. Unos aparecen como sumisos o serviles con los amos, otros como astutos o taimados. Por lo general, se destacan como cimarrones o rebeldes, en tanto los negros y mulatos libres, en la colonia o en la república, se muestran, generalmente, como criados de familias blancas, sobre todo en el caso de las mujeres, en tanto los hombres ejercen labores elementales. Desde luego que estos elementos son en gran medida ciertos, y deben mostrarse, pero no únicos; son además los que tienden a conformar paradigmas negativos si no van acompañados de una visualidad más integradora.

Hubo maestros —hombres y mujeres— negros y mulatos destacados desde los años coloniales, incluso a uno, Antonio Medina, se le reconocía, en alusión a Luz y Caballero, como el “Don Pepe de la raza de color”, dirigió una excelente escuela y también un periódico: El Rocío. Las maestras negras también abundaron y enseñaron música e idiomas, como ocurrió con Úrsula Coimbra de Valverde, quien además desempeñó un papel importante en la publicación de la revista Minerva. Un número apreciable de intelectuales negros publicaron en periódicos importantes; un ejemplo paradigmático es el de Gustavo Urrutia, que dispuso de una página en el conservador Diario de la Marina. María Latapier era farmacéutica a principios del siglo XX y administró este espacio en la sociedad Unión Fraternal, en la cual se prestaban servicios médicos a los asociados. Tanto en la colonia como en la república hubo artistas destacados, hombres y mujeres, como Catalina Berroa, Brindis de Salas y muchos otros, que sentaron las bases de nuestro patrimonio musical. En política se destacaron Juan Gualberto Gómez, Rafael Serra, Martín Morúa Delgado y muchos más, entre estos algunos insurgentes como Evaristo Estenoz.

Negros y mulatos —hombres y mujeres— participaron anónimamente en guerras y rebeliones, y fueron líderes de importancia en el movimiento sindical cubano, con repercusión internacional, como Jesús Menéndez, Lázaro Peña o Inocencia Valdés, que lideró a las despalilladoras. Las mujeres, blancas o negras, no accedieron a la historia por ser mujeres o madres de héroes, sino por sus propios valores y deben reflejarse como tales.

 

Se desconoce por completo la historia africana. En ese continente, específicamente en la zona subsahariana de donde partieron los esclavizados que llegaron a América, hubo imperios importantes, como los de Ghana, Songhai, Oyo, o el reino del Kongo, que fue cristianizado por los portugueses en el siglo XVI, por solo mencionar algunos que pudieran mostrar cómo sus habitantes tenían raigambres culturales de larga data. Rara vez se hace referencia a ese contexto y sus diversidades, África se muestra como una gran bolsa donde todo se mezcla y confunde. Por lo general no se refieren sus culturas y costumbres disímiles y variadas. Se presentan sus bailes sin explicar todo lo que se reproducían en estos, pues al igual que sus cantos y su teatro constituyen “una reevocación pantomímica de sus historias”, como expusiera Fernando Ortiz.

Nunca se mencionan las características de las familias y el modo de vida que los africanos dejaron atrás, cuando fueron apresados en guerras tribales o esclavizados por deudas para ser vendidos; tampoco se explica que algunos en sus tierras de origen eran ya siervos. No se expone que fueron sus propios congéneres los que, tras capturarlos, los vendían a comerciantes negreros que los carimbaban como si fueran bestias y los embarcaban, por cientos, desnudos, en navíos escasamente equipados, en viajes que duraban más de dos meses y en los que buena parte moría y era lanzada al mar; ni cómo, ya en tierra, eran trasladados, a pie o en carretas, por lugares inhóspitos hacia las plantaciones de azúcar y café. En estas constituyeron  la base productiva de la riqueza que impulsó a Cuba como productora de azúcar a nivel mundial. Construyeron caminos, fortalezas, edificios civiles y casas particulares, acueductos y cementerios. ¿Se cuenta algo de eso?

He mencionado solo algunos elementos que pudieran tenerse en cuenta para que, en lugar de repetir viejas representaciones, se comience a sustentar el  prestigio de los negros y combatir la discriminación de que son víctimas. Es innecesario hacer una relación de todos los aspectos que pudieran mostrarse. Solo quiero exponer que la historia está mal o parcialmente contada; que el paradigma construido hasta la actualidad debe ser transformado en otro, diferente, positivo, y que esto tiene que partir de la educación, de la formación de los maestros, de la familia y de los comunicadores que trabajan en los medios masivos. Hay bibliografía actualizada para todos esos temas, que pueden promoverse tratando de fomentar el hábito de lectura que no siempre caracteriza a maestros y comunicadores.

Es imprescindible formar a los maestros sobre la base de nuevos programas y conocimientos. Estos no solo deben vincularse a la Historia, sino que es preciso introducir cuestiones de genética en los de Ciencias Naturales; propiciar lecturas y comentarios de patakíes en los de Literatura; mostrar el arte africano en sus diversas manifestaciones, incluidas las influencias que ha tenido en la música, el teatro  y las artes plásticas; y también, desde luego, explicar el éxito que han alcanzado en algunas manifestaciones deportivas, en ambos casos pueden hacerlo los respectivos instructores.

Las acciones imprescindibles para reconvertir la mentalidad colectiva e individual pueden sintetizarse en:

Para cambiar esas prisiones de larga duración, que son las mentalidades, hay que tener en cuenta que estas no se transforman por sí solas, son reflejo de la sociedad en que se vive, razón por la cual una proyección antirracista requiere de importantes cambios a través de múltiples acciones constructivas, unas más complejas que otras, pero imprescindibles todas para “cambiar lo que deba ser cambiado”.

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