Cuadernos de la Universidad del Aire

Cira Romero
16/6/2016

 

No es posible referirse a esta revista sin aludir previamente a lo que fue la Universidad del Aire, creada en 1932 con la finalidad de difundir la cultura a través de la radio en los ámbitos más diversos: la historia cubana y universal, temas y valoraciones políticas, literarias, sociales, económicas, etc. Constituyó el primer modelo de su tipo en América Latina y no pocos países del continente siguieron su ejemplo. Las disertaciones se ofrecieron  dos veces a la semana por la emisora CMBZ —más conocida por Mil Diez— y posteriormente por la CMQ. Su máximo promotor fue el destacado ensayista Jorge Mañach, una de las figuras más relevantes de la cultura cubana durante la República, quien fungió como su director permanente. Tanto él como sus seguidores en esta empresa cultural no aspiraron a dictar conocimientos detallados o profundos, sino dar a los oyentes nociones introductorias y generales que les permitieran acercarse a los más variados saberes. Cuando aún faltaban varios años para que la televisión, sin dudas un medio de mayor eficacia por la visualidad que entraña, se instalara en la Isla, emplear la radio para propagar nociones sobre las más disímiles materias fue un acto que ponía a prueba el valor del medio en lides de tal naturaleza.

Las circunstancias políticas de Cuba, tras la caída de Gerardo Machado, impidieron que el programa radial continuara. Luego se reinició desde 1949 hasta 1952, cuando de nuevo una circunstancia  de similar índole, esta vez el golpe de estado de Fulgencio Batista, obligó a finalizarlo, entre otras razones, porque su máximo inspirador debió exiliarse.

Poco después de surgir este espacio, nació la idea de imprimir las conferencias pronunciadas. Así vieron la luz los Cuadernos de la Universidad del Aire, que recogían, cada uno, las conferencias de las dos audiciones emitidas semanalmente, los martes y los viernes. En esta primera etapa, extendida hasta finales de 1933, se ofrecieron dos cursos: «Evolución de la cultura» (diciembre de 1932 a abril de 1933) y «Civilización contemporánea» (mayo-octubre de 1933), que integran un volumen de más de 600 páginas. Como conferencistas desfilaron destacadas personalidades del ambiente cultural cubano de la época: Salvador Salazar, Luis Alejandro Baralt, el propio Mañach, Francisco Ichaso, Elías Entralgo, Emeterio Santovenia, Emilio Ballagas, Rafael Suárez Solís, Medardo Vitier y Flora Díaz Parrado. 

En enero de 1949, tras la señalada interrupción de más de diez años, volvió a salir el programa radial y los cuadernos, ahora titulados Cuadernos de la Universidad del Aire del Circuito CMQ, que desde enero de 1951 aparecieron con el subtítulo «Mensuario de divulgación cultural», también bajo la dirección de Jorge Mañach, máximo promotor de este empeño. En esta nueva etapa, las charlas se extendieron hasta diciembre de 1952 y se ofrecieron los siguientes cursos, todos recogidos en sus Cuadernos: «Ideas y problemas de nuestro tiempo» (cuadernos del 1 al 6); «Artes y letras de nuestro tiempo» (cuadernos del 7 al 10); «Actualidad y destino de Cuba» (cuadernos 11 al 19); «Afirmaciones cubanas» (cuadernos del 20 al 22); «Las huellas de los siglos» (cuadernos del 23 al 37), «Curso del cincuentenario» (cuadernos del 38 al 42) y «Los forjadores de la conciencia nacional» (cuadernos del 43 al 49).

Además de algunos de los escritores, críticos e investigadores ya citados, participaron en este segundo momento Vicentina Antuña, Luis Amado Blanco, José María Chacón y Calvo, Juan J. Remos, Carlos Rafael Rodríguez, Emilio Roig de Leuchsenring, Ángel Augier y Julio Le Riverend, entre otros. Tanto el programa radial como los Cuadernos desaparecieron en 1952 por las razones ya apuntadas.

Una valoración de los dos medios utilizados para difundir la cultura —el radial y el escrito—, determina que fueron vehículos apropiados para ilustrar a los cubanos, por entonces necesariamente de espaldas, la mayoría, a la cultura. Puede estimarse que el empleo de la radio, dispositivo en aquellos años novedoso, eficaz y casi el único elemento difusivo tras su establecimiento en Cuba a partir de 1922, fue una de las razones que consolidaron el éxito de un proyecto del cual no pocos desconfiaron, hasta que, finalmente, demostró su validez y efectividad.

El empeño de Mañach y sus seguidores dio lugar a incomprensiones y burlas públicas, refugiadas en aquello de «hacerse universitario oyendo radio», con lo cual sus propugnadores no expresaban más que desprecio ante la modernidad empleada, como anteriormente había sucedido con las críticas que recibió la Universidad Popular José Martí, creada por Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena para brindarle conocimientos a los obreros. Si muchos años después disfrutamos por la televisión de Universidad para Todos e incluso en la década del 80 hubo un intento, igualmente radial, de retomar esta iniciativa de los años 30 —que solo se materializó en tres o cuatro programas ofrecidos a través de Radio Rebelde, con palabras inaugurales a cargo del Dr. Armando Hart—, la tentativa probó la virtud de esos medios para sacar adelante proyectos  similares.

Analizado en su momento, tanto el espacio radial como su materialización en cuadernos, deben valorarse en su exacta significación de vehículos idóneos de divulgación popular, los cuales, sin dudas, dejaron huellas en radioescuchas y lectores debido al interés de los temas tratados.

Revisar la bibliografía con los títulos de todas las conferencias impartidas nos permite apreciar cuán amplio fue el espectro temático recorrido, además de la insistencia en enfocar asuntos puntuales de nuestra cultura y, sobre todo, de nuestra historia, sin menosprecio a la de otros pueblos.

Ambos empeños, cancelados en su mejor momento, registran el esfuerzo de un grupo de valiosos profesores universitarios, quienes no se sintieron desmerecidos por disertar no desde el ámbito de una cátedra,  sino a través de un micrófono, sin conocer quiénes lo oían, pero sabiendo que estaban colocando una semilla que fructificaría en tierra fértil.