“Creo en la vida de los libros”

Ana Lidia García Hernández
22/2/2016

Con Ramiro Sanchiz podría haber conversado durante horas. Sus anécdotas como músico, escritor, crítico literario, padre y lector empedernido, resultarían materia prima suficiente para un extenso libro. Sin embargo, algo más que 30 minutos robados a su cargado programa de actividades como invitado a la 25 Feria Internacional del Libro, alcanzaron para asomarnos a su historia, esa que también le ha servido de inspiración para desarrollar su proyecto intelectual.

Con tan solo 37 años, Sanchiz es autor de un extenso catálogo entre los que se hallan textos como 01. lineal (novela, 2008); Perséfone (novela, 2009); Vampiros porteños, sombras solitarias (novela, 2010); Del otro lado (cuentos, 2010); Algunos de los otros (cuentos 2010); Nadie recuerda a Mlejnas (novela, 2011); La vista desde el puente (novela, 2011); El orden del mundo (novela, 2014); Ficción para un imperio (novela, 2014) y El gato y la entropía #12&35 (novela, 2015).    

Si asombroso es el número de títulos que acumula, también lo es la cantidad de libros que lee en cortos periodos de tiempo. Con mi asombro por su capacidad para leer con tanta voracidad comienza este diálogo.

“Hay razones laborales que me obligan, si bien no vivo estrictamente de la crítica literaria porque no es un trabajo muy bien pagado y sí de traducciones y trabajos de edición, mantengo esta práctica, por lo que me llegan libros todo el tiempo, a los que sumo mi interés personal y leo por placer. Siempre trato de tener unas horas de lectura al día y otras de escritura. Si bien no siempre lo logro porque tengo una hija pequeña, trato de hacerlo.

"Un día en que no leo es como un día perdido, haga lo haga, no existe la posibilidad, me hace ser quien soy o quienes soy, porque no creo en un sujeto único”.  “Mis padres cuentan que aprendí a leer a los tres años, no sé qué tan real sea. Pero si recuerdo tener libros para niños sobre arqueología, física, historia de la aviación, etc. Siempre leí mucho. La lectura ha sido parte de mi vida y no puedo concebir una sin la otra. Un día en que no leo es como un día perdido, haga lo haga, no existe la posibilidad, me hace ser quien soy o quienes soy, porque no creo en un sujeto único”.  

¿Cómo debe ser un libro para que te fascine?

Tiene que ser atrevido, plantearme una manera distinta de ver las cosas o hablar de aquellas que vi que estaban ahí pero a las cuales no les presté atención. Puede imaginar un mundo, un lenguaje. Si me cuenta el desayuno con las palabras con las que hablamos todos los días, no me interesa. Tampoco me llama la atención esa literatura de lo cotidiano. Me parece que la gente que lo ha hecho, como Marcel Proust o Mario Levrero, eran cabezas geniales o eran capaces de ver las cosas de la vida de un modo completamente distinto y eso los hace interesantes.

También haces crítica a tus propios libros… ¿Qué sientes al regresar a ellos?

Soy muy de volver a los escritos, no tengo la reticencia a leerme, más bien me leo de un modo crítico, tratando de ser lo más imparcial posible, encontrando los defectos y corrigiendo para siguientes ediciones. Tengo cuentos publicados cinco veces y son del primero al último muy distintos. Incluso, tengo una novela que se publicó una vez y luego hubo una tentativa de reedición que no se concretó pero la reescribí casi completa. Luego me enojé mucho porque no saliera, estuve un tiempo sin tocarla, y más tarde la volví a reescribir, así que ya son tres novelas completamente distintas.

No creo que un libro esté estrictamente terminado por el hecho de que se publique, me interesa nutrirme mucho de esa nueva vida que toma.Es fundamental publicar, que el libro tenga vida, que llegue a los lectores. No creo que un libro esté estrictamente terminado por el hecho de que se publique, me interesa nutrirme mucho de esa nueva vida que toma. Después de la publicación vienen los comentarios de los lectores y amigos. A veces me pasa que trabajo con ilustradores y ellos les dan vida a mis personajes con sus obras y cobran un nuevo sentido para mí. Me interesa mucho ese diálogo. Creo que un escritor debe atender a la crítica, uno no puede tener el orgullo de creer que todo lo que hace está bien, tampoco quiere decir que uno deba estar inseguro. Cuando estamos convencidos de que hay que decir algo y de una manera, debe hacerse, pero siempre debe haber un intercambio.

¿Serías capaz de volver a publicar un libro tuyo después de someterlo a una intensa crítica?

La vista desde el puente se trata de una ucronía, variante de la ciencia ficción en la cual la historia está ambientada en un argumento que no es el real. Imagínate una Cuba en la que no hubo la Revolución, entonces estamos en 2016 pero nuestro pasado no es con la Revolución. En este texto presento un mundo alternativo en el que vemos un Uruguay con mayor extensión y todavía existen pueblos originarios. Tenemos a nuestro prócer, José Gervasio Artigas —quien más allá de su ideario democrático, fue una persona que dejó la lucha cuando se vio amenazado y traicionado— como un prócer victorioso que, a la vez, por ejercicio eterno del poder se volvió loco, porque había dejado de tener contacto con la realidad.

La novela trata de un asesino que va matando indígenas, pero cometo el error de ser muy ansioso y ofrecer demasiados detalles de ese mundo. Esa es la principal crítica que hago yo mismo a mi novela. Quizá lo correcto hubiese sido con ese mismo caudal imaginario, escribir tres libros y dosificarlo mejor. Ahora lo corrigiera, es algo que tengo ganas de hacer pero necesito la oportunidad. Mantendría las mismas premisas y lo reescribiría.

Fue un libro que me gustó mucho escribir, un trabajo interesante que tuvo un origen muy curioso: Había una colección de policiales que publicaba muy rápido y pensé que era el mejor lugar para presentarla, pero fallé con la idea de que en realidad yo no soy lector ni autor de policiales y pronto la novela se convirtió en otra cosa y sí me interesó y se convirtió en lo que finalmente fue. Quizá tanto esa como Perséfone son las novelas con las que soy más crítico, las cuales reescribiría si tuviera la oportunidad.

Tengo mucho entusiasmo por lo que hago, porque es lo que quiero hacer, pero a la vez encuentro esos detalles y mi solución es corregirlos y volver a publicar. No tengo ningún inconveniente en decirlo, en trabajarlo. Si sale una segunda edición de La vista desde el puente va a ser muy distinta.

¿Cuál es la filosofía que defiendes como escritor y crítico?

Tengo maestros de carne y hueso que me enseñaron la ética de escritor: la de defender lo que haces, la de no comprometerte con qué dirán los demás, la de decir tu verdad honestamente, humildemente, justificadamente.Digo que no tengo maestros de carne y hueso que me hayan enseñado a escribir, porque no conocí en persona a Juan Carlos Onetti o a José Lezama Lima, por ejemplo. Pero sí tengo maestros de carne y hueso que me enseñaron la ética de escritor: la de defender lo que haces, la de no comprometerte con qué dirán los demás, la de decir tu verdad honestamente, humildemente, justificadamente. Eso también funciona para ejercer la crítica: aquello de nunca ser malicioso, nunca ir a lo personal sino a lo literario.

Estudiaste filosofía y literatura, luego fuiste guitarrista y compositor de una banda de rock. Esas experiencias de alguna manera han quedado reflejadas en tu literatura. ¿Podría decirse que tu creación es autobiográfica?

Mis primeros libros son quizá los más autobiográficos, aunque siempre están mediados por la invención, o sea, nada pasó tal cual. La novela Vampiros porteños, sombras solitarias es la que más se parece a un hecho real, pues se centra en un fin de semana que pasé en Buenos Aires tocando como invitado en una banda. Viví una serie de peripecias muy graciosas que reflejé en ella. En otras como Perséfone hay invención, alteraciones, pero también un fondo biográfico. Luego Historia de la ciencia ficción uruguaya, está enfocada en los años en que trabajaba en una revista de ciencia ficción en la que pasamos muchas desventuras con las imprentas, con los lectores, con el dinero, la visibilidad y teníamos una postura muy combativa.

Uno puede escribir de lo que ha leído como decía Jorge Luis Borges, pero hay un sustrato de nuestra relación con la experiencia que es muy importante.Mi vida pos-música ha generado también un conjunto de vivencias para mi literatura que creo que en algún momento quedarán plasmadas, sobre todo mis sensaciones como padre, mis viajes. Uno puede escribir de lo que ha leído como decía Jorge Luis Borges, pero hay un sustrato de nuestra relación con la experiencia que es muy importante. Antes tenía una cierta desorientación con respecto a qué escribir y mi vida como guitarrista de rock me aportó algo de lo que hablar y eso de algún modo catapultó mi proyecto literario a otras muchas cosas.

¿Por qué le dedicas tanto tiempo a la literatura?

Es lo único que sé hacer y lo que necesito hacer por un tema de carencia personal o como se quiera ver; necesito vivir en esos mundos. Tengo una familia a la que le dedico tiempo pero ellos saben que tengo esta obsesión. Soy muy cerebral, pienso mucho en mis libros, en sus estructuras —quizá antes de saber sobre qué van a tratar. Cuando encuentro los argumentos me calmo porque llega el fin de ese periodo de ansiedad. A veces hallo situaciones, frases que sirven para comenzar. En otras oportunidades la realidad me ofrece imágenes que luego convierto en palabras. Voy caminando y con la cabeza estoy escribiendo.

El nacimiento de mi hija fue un gran evento, era ineludible la preocupación y la atención, fue lo único que me curó de estar todo el tiempo pensando en libros. Era un bebé con ciertas necesidades que debían ser atendidas, una tensión continua pero a la vez un gran placer. Sentía que muchas cosas que me podían preocupar habían cobrado una perspectiva diferente ante las necesidades de ella. Ahora, incluso cuando ya no pasamos todo el tiempo juntos, sigue siendo mi asidero con la realidad.

Tu proyecto literario intenta seguir a un personaje: Federico Stahl ¿Cuáles serán sus próximas aventuras?

Estoy intentando explorar la edad madura de mi personaje y a la vez estoy tentado a ir a la infancia, a los primeros asombros. Estoy un poco cansado de la juventud. Ahora quisiera explorar ciertas estructuras, sobre todo remedar formas musicales en la creación literaria, ir a cierto realismo a ultranza. Me está seduciendo mucho la idea de, manteniendo mi personaje que siempre es el mismo y a la vez otro, ir a los nombres reales, contar episodios de la vida real pero a través de él. Sería una suerte de autobiografía que a la vez no lo es, porque mi nombre no es mi nombre, por lo tanto yo no soy yo.

La construcción del personaje es algo que me fascina y me repele a la vez. Federico Stahl es siempre el mismo nombre pero unas veces es músico, otras escritor o taxista; en realidad siempre es una persona distinta. Esa variante entre lo mismo y lo otro, me resulta muy interesante y termina de algún modo conectado con las formas musicales. Las variaciones, por ejemplo, son siempre distintas pero a la vez son siempre lo mismo.

Hace solo unos días tuviste la oportunidad de ser jurado en el Premio Casa de las Américas, en la categoría Cuento. ¿Cómo describirías esta experiencia?

Traté, creo que todos lo intentamos, de encontrar un método de lectura despiadado e inmisericorde, pero a la vez empático. Paradójicamente nos esforzamos por entender qué quisieron hacer los autores y ver si lo lograban. Tengo claro que no puedo aplicarles las mismas reglas a todos los libros, hay quienes pretenden llegar a guiones cinematográficos perfectos y si lo logran es buenísimo, pero hay otros que se plantean algo completamente más libre, más mutante, amorfo, y si lo alcanzan es brillante, no les vas a imponer ciertas reglas de composición narrativa. Es como si le pidieras a Lezama Lima que hiciese oraciones más cortas o a Borges las oraciones kilométricas de Carpentier.

En ese sentido me molestan mucho los talleres literarios, porque parecen enseñar reglas que son universales cuando en realidad no existen. Una de las cosas que más me llamó la atención fue que los cuentos que venían de Argentina eran como hechos bajo los mismos patrones y a la larga fueron menos interesantes, quedé un poco desencantado ante una literatura que ofrecía clones de estilo, tono, escritura, temas. Cuando apareció el ganador, el argentino Ariel Urquiza, vimos que sus cuentos son poderosísimos, súper narrativos, muy bien manejados.

Pienso que uno tiene que jugar más alto de lo que piensa que en realidad va a poder. Me parece que ese atreverse, arriesgarse y estar inmerso, convocado, comprometido con lo que se hace, es fundamental. Cuando veo estos cuentos escritos desde la distancia irónica, con temas que parecen ser de la agenda, me desintereso fácilmente.