Con el morral de sus sueños
13/6/2017
Conversé con Fernando Martínez Heredia por primera vez en las postrimerías de 2014. Conocía su obra desde hacía 20 años y su pensamiento dejó profunda huella en mí; lo quería aún sin conocerlo, pero nunca hasta aquel instante tuve el privilegio de su atención. Me encontré de pronto frente a un hombre tierno y cariñoso, que impresionaba por su sencillez. Quería que presentara mi primer libro, Cuba entre tres imperios: Perla, llave y antemural, y prometió leerlo, sin poses ni ademán doctoral. Quedé ilusionado con ir juntos a la facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana a debatirlo con los estudiantes, lo cual constituyó uno de los acontecimientos más gratos de mi vida, a partir del cual se desarrolló entre nosotros una relación en la que llegué a quererlo como a un padre. Más que un paradigma, Fernando fue para mí un padre, y hoy me sorprendo escribiendo estas notas, a sabiendas de que nunca he encontrado palabras para despedir a un ser querido.
Conversando con Fernando Martínez Heredia
Hijo de Yaguajay, a Fernando le gustaba contar cómo su papá lo acercó a nuestra historia y, en especial, a las gestas mambisas. Aprendió a leer y escribir con apenas cuatro años de edad y desde joven comprendió que los héroes no mueren si los hacemos vivir con toda su humanidad, virtudes y defectos, única forma de bajarlos de pedestales inalcanzables y rendirles verdadero tributo. La revista Bohemia fue su escuela política, mientras su militancia revolucionaria crecía a la par de su patriotismo. La Revolución promovió el ejercicio de pensar y la exigencia de que las ideas se pusieran a su altura, y este pensador extraordinario fue uno de los que muy pronto asumió un papel intelectual superior a su formación. Nada lo amilanó pese a los tragos amargos que debió soportar dado su sentido de la justicia, valentía y honestidad intelectual, marcados por una raigal vocación martiana y marxista. Era capaz de exponer los argumentos con tal altura que resultaba imposible ofenderse con él, y fue consecuente, a lo largo de su existencia, con su visión de la crítica y la polémica como oportunidades de crecimiento.
Y claro que hubo polémicas entre nosotros, la más candente en torno a la incomprensión de la figura de José de la Luz y Caballero por parte de Maceo. Ninguno de los análisis de Fernando quedó en terreno infértil, pues todo tributaba a un propósito: el futuro de Cuba. Entre sus más grandes preocupaciones estaba el deterioro de nuestro sistema escolar, que entre otras consecuencias ha afectado el conocimiento de nuestra Historia y, algo que lo aterraba aún más, la mengua del orgullo de ser cubanos, capaz de afectar la capacidad de resistencia y combate que ha asegurado la fuerza del socialismo criollo frente a dificultades y carencias, frente a Estados Unidos —imperio al que calificaba como el mayor enemigo de Cuba y la Humanidad—, y también, cómo no, frente a nuestros desaciertos.
Entre tanto y tanto, aprendí de él que la erudición no debe ser sinónimo de aburrimiento o pedantería bien organizada, y que a cinco siglos del encontronazo con el Viejo Mundo resulta vital la defensa de un pensamiento anticolonialista en el que nos va la vida. Para este filósofo de los descamisados, de los pobres de la tierra, existe una relación inevitable entre la obra intelectual y las posiciones ideológicas, sea o no consciente de ello el autor; aunque siempre dejó claro que, en general, no existen lenguajes inocentes ni historia inocente, y la historia reaccionaria que nos intentan vender los herederos del autonomismo y el anexionismo tiene mucho que ver con la colonización de las mentes y los sentimientos. A los defensores de la vuelta “natural” al capitalismo, Fernando les dejó un razonamiento meridiano en entrevista concedida el pasado 10 de diciembre al periódico mexicano La Jornada:
Cuba no puede regresar al capitalismo porque la mayoría de la población saldría perdiendo y es esa mayoría la que tiene una inmensa conciencia política, sabe manejar armas de fuego y más. Son demasiadas cosas para que no se dé un regreso. El capitalismo en Cuba sólo podría existir subordinado a Estados Unidos, es decir, para lograr hacer el capitalismo aquí hay que ser un traidor a la patria (Muñoz Ramírez, 2016: 21).
A Fernando le encantaba que se utilizara la voz de los actores a través de las huellas que dejaron cuando no imaginaban siquiera que un día devendrían históricos. Para él era importante reconocer que la vida de un país la levanta el pueblo desde el sudor y la sangre, las alegrías y las tristezas, los desvelos y los sueños; nadie tiene historia hasta que no es capaz de forjarla por sus propios esfuerzos a partir de sentimientos, intereses, creencias, pasiones, motivaciones, aprensiones, audacias y argumentos. Rechazaba la pretensión de ver la vida en torno a una figura —por extraordinaria que fuera— sin dar voz a los que no tienen voz.
No pocas veces insistió en que nuestro socialismo tiene una profunda necesidad de apelar al patriotismo, hilo conductor de la hazaña protagonizada desde el 10 de octubre de 1868, y de nada sirven los rituales formales, vacíos. A lo largo de siglo y medio, nuestra lucha evolucionó hasta concentrar en un solo ideal los sueños de libertad y justicia social desde un pensamiento revolucionario radical. Hombres y mujeres aprendieron a vencerse a sí mismos, a educarse en la acción y los sacrificios, a amar y construir, a crear un mundo nuevo; nada puede modificar esa condición esencial. Por ello llamaba a reivindicar un patriotismo de honda raíz popular, comprometido con la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes proclamada por Fidel. De acuerdo con Fernando, el nacionalismo sin apellidos suele ser manipulado para servir a un régimen contrario a las mayorías, convertido en una función de la dominación capitalista; por ello abogaba todo el tiempo por un patriotismo popular de justicia social.
Le gustaba hacer suya una frase de José Carlos Mariátegui al inicio de su libro más importante: “Otra vez repito que no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones” (Mariátegui, 1979: 4). Nada tiene de extraño su lealtad a Fidel, a quien consideró un hombre del siglo XXI que unió en una sola revolución al socialismo y la liberación nacional, cuyo pensamiento y acción —según reiteró— brindan un caudal inagotable de enseñanzas para las luchas políticas y sociales del presente y el futuro. De este hombre-símbolo destacó la capacidad de partir de lo imposible y lo impensable para convertirlos en posibilidades y victoria, mediante la práctica consciente y organizada, sustentada en un pensamiento crítico; el no aceptar jamás la derrota y mantener la determinación de luchar cualesquiera sean las dificultades; la disposición permanente para enseñar y aprender con los compañeros y la gente de pueblo; su vocación de educador, elemento fundamental para que el ser humano se levante por encima de sí mismo. A Fernando le encantaban los locos cuerdos y juiciosos: por eso amaba entrañablemente a Martí, a Guiteras, a Gramsci, al Che, a Fidel.
Libro A la mitad del camino
De todo lo que aprendí de Fernando, me quedo con lo que considero mi cláusula dentro de su testamento político: las 15 líneas dedicadas a Fidel en su cumpleaños 80, recogidas en su libro A la mitad del camino, publicado por la Editorial Ciencias Sociales:
Empecé de “fidelista” siendo casi un muchacho. La Revolución cubana ha sido para mí la vida y Fidel ha logrado encarnar la revolución durante más de medio siglo. He compartido sus posiciones en todas las cuestiones esenciales, y cuando no he estado de acuerdo con él lo he seguido también. Admiro sin tasa tantas virtudes suyas que no cabrían en quince líneas, y también sé que las personalidades impares no pueden detenerse a limar sus defectos. Para que el pensamiento pueda servir bien, no puede ser súbdito de nadie. Pero está obligado a servir a la justicia social y la libertad humana, a tener cabeza propia y casarse con toda la verdad que alcance a ver. Fidel es un maestro en todas esas cualidades, y más que ningún otro estadista ha tratado de defenderlas frente a las razones de Estado y de política, y frente al poder que se ha visto forzado a ejercer. Cambió los lauros de pensador famoso por los de educador popular, y por ser motor de que los humildes se apoderaran de la vida, la liberación y la cultura. Pero estoy seguro de que vendrá el día en que se le estudie como uno de los más grandes pensadores sociales del siglo XX (Martínez Heredia, 2015: 176).
Y también esa frase extraordinaria, tan suya: “El pueblo cubano tiene el récord mundial en conciencia política”. Yo, que lo amé como un hijo, solo puedo prometer, en esta despedida inusual con el corazón quebrado, que andaré su camino, nuestro camino, con mis propios pasos, esos que ayudó a enrumbar en el difícil mundo de la Historia y el pensamiento, y llevaré en mi conciencia, con todo el peso de la responsabilidad que entraña, el morral con su sueño mayor, que en estos tres años compartimos: la obra de la Revolución.