Cómplices de pasiones, desvelos y osadías

Gerardo Fulleda León
19/10/2016

Siempre me han impresionado los breves textos dramáticos del gran poeta y dramaturgo español Federico García Lorca. Lo novedoso de su escritura, y ese hurgar en sensibilidades sin ceder un paso a la obviedad, hablan a las claras de un ser cuya creatividad estaba por encima de muchos otros que se conformaban con intentar reflejar los conflictos de su tiempo con determinado nivel. Lo del granadino era inquietar, descubrir y ayudarnos a reflexionar sobre cuestiones inmanentes al ser humano desde siempre, arropadas por las diversas peculiaridades de cada momento del devenir.


Foto: Abel Carmenate

 

También me preguntaba cómo podrían llevarse a escena esas sugerencias, que provocan relámpagos que incendian la memoria desde las páginas de las obras completas del autor. Nunca las desdeñé como menores, sino que las asumí como atisbos a un mundo donde la fantasía, esa que me descubrieron los Camejo en aquella representación de El Maleficio de la mariposa (1962), reinara como el único estandarte para ofrecer a un espectador la oportunidad de posesionarse de su albedrío.

Teatro de Las Estaciones ha sabido encontrar el lenguaje escénico para entregarnos la turbación que puede despertar un hecho insólito en nuestra escena: El irrepresentable paseo de Buster Keaton, de Federico García Lorca. La obra se vale de recursos de buena ley, que uno tras otro superan al anterior y van conformando una estructura de fragmentaciones, tan tensas como un suspiro; que van calando en nuestras vivencias y terminan, entre sonrisas y ahogos, por conmovernos por su intensidad.


Foto: Abel Carmenate

 

De eso se encargan, con su desempeño sin par, los actores Iván García y Maria Laura Germán. Él, con su imagen de hombre común que se aqueja por el quebranto de lo indecible ante ella, que representa, sin saberlo quizá, a todas las mujeres en la vida de un hombre: la madre, la hermana, la tía, la novia, la amante y la mujer. Ambos se muestran dúctiles para las peripecias de pasión, luchas y afanes inconfesos que en su juego, entiéndase vida escénica, se ven precisados a trasmutar. Ambos poseen voces e intenciones de un alcance poco frecuente, que avalan su quehacer.

Todo lo anterior con la coreografía, el diseño de las luces, la selección de la banda sonora, y el resto de los elementos que conforman este espectáculo, hablan a las claras del poder que el diseñador Zenén Calero y el director Rubén Darío Salazar, tienen para hacernos cómplices de pasiones, desvelos y osadías.