Cómo sonó el verano desde mi esquina

Emir García Meralla
10/9/2019

Septiembre regresa. Es hora de reconectar la vida, de regresar a las obligaciones cotidianas, retomar los sueños y las metas trazadas para el año que vivimos. Este verano, más caluroso que de costumbre, inicia su marcha hacia el recuerdo; cruza esa amplia avenida que se llama memoria y se perderá para siempre y será recurrente cada vez que repasemos hechos, fotos o entremos en la tierra de las comparaciones, donde primara la intensidad y el peso que el cambio climático ha tenido y tendrá en nuestras vidas a futuro.

Nuestros veranos, desde hace ya tres años, han sufrido importantes cambios —fundamentalmente en el mes de agosto— en materia musical que es menester valorar, en aras de perfeccionar sus propuestas y que el tránsito hacia el pasado deje siempre un buen gusto en la memoria y el imaginario colectivo.

Culturalmente es justo destacar que las propuestas son cada vez más interesantes, que están pensadas y previstas para que combinen, acertadamente, dos elementos antagónicos en estos tiempos: cultura y ocio. Digo antagónicos partiendo del presupuesto de que, para algunos teóricos modernos, estas dos formas de vivir la etapa estival son excluyentes; pues “ocio” es sinónimo de abandono de todo intento de enriquecer el alma y el espíritu acercándose a propuestas de factura banal y/o de rápido consumo (una suerte de fastfood vital); mientras que la cultura aún sigue siendo considerada como la convergencia de elementos vitales y contemplativos solo reservados a aquellos “iluminados nerd que nos rodean y que no entienden ni aceptan el valor de aquello que las industrias culturales proponen”. Nada más epatante.

Pido a mis conciudadanos lectores que acepten esta verborrea teórica como introducción a este relato que intenta acercar puntos de vista sobre tres acontecimientos musicales que han signado este verano, y hablan de la voluntad de trascender en materia cultural, sobre todo en el mes de agosto.

Nadie debe olvidar que hace tres años se propuso, y se logró, convocar a algunos de los músicos cubanos más importantes en el campo del jazz para ofrecer conciertos de verano en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y que constituyeron, más que un precedente, un éxito rotundo. Aún quedan en la memoria colectiva las clases magistrales al piano de Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba; y el derroche de alegría y buen gusto de la familia López-Nussa.

Tras aquella experiencia, era necesario transgredir y romper cánones; aventurarse a inventar o retomar propuestas que se equipararan con las anteriores, solo que desde una constante convocatoria, de mayor masividad complementada con la calidad y altura de las propuestas. Con ese fin las autoridades correspondientes apostaron por el fomento de festivales musicales y por consolidar el espacio sociocultural de mayor convocatoria en el verano: la feria Arte en la Rampa. La música cubana, entendida como un sistema, sin poses o actitudes excluyentes, estaría en el mes de agosto; no así en julio.

Festival de la Timba dedicado a Formell. Cartel del evento
 

El Festival de la Timba

Dice el refranero popular que el tercer intento debe ser el camino que más se acerca al éxito, y para el movimiento musical conocido como timba este agosto fue su tercera oportunidad para entrar nuevamente en el incipiente mundo de los festivales veraniegos.

Los dos intentos anteriores no gozaron del mismo nivel de apoyo o rigor organizativo de esta propuesta, que fue dedicada a la orquesta los Van Van en sus primeros cincuenta años, y se hizo coincidir con el natalicio de su fundador Juan Formell.

Los Van Van en el Primer Festival Internacional de la Timba. Foto: Roberto Ruiz
 

En honor a la verdad, las expectativas creadas alrededor del evento fueron superiores al resultado; y no es que el evento no fuera interesante o careciera de calidad; es que sus organizadores pecaron de exceso de entusiasmo en determinados momentos, sobre todo en lo concerniente a una programación más cerrada y que tuviera en cuenta la importancia que tienen tanto el baile como la música para el común de los habitantes de esta Isla.

ARTEX, entidad organizadora, es poseedora de un grupo de centros culturales diseminados por la ciudad que bien pudieron ser incorporados a este evento, integrados a la programación, más allá del Sauce y el Salón Rosado de la Tropical; habida cuenta de que la timba se integra en otras manifestaciones fundamentales de la música cubana que se produce hoy en día.

 Concierto “Por siempre Formell”. Foto: Roberto Ruiz
 

Teniendo en cuenta las dificultades económicas que atravesamos, bien se pudo haber programado algunas presentaciones de orquestas y otras propuestas afines en la zona del este de la ciudad; e igual en la zona suroeste (pienso en centros como En Guayabera y El Hangar), entonces “el timbón hubiera sido por todo lo alto” pues orquestas y formatos afines hay suficientes para ello.

Esa voluntad integradora también podría expresarse en utilizar espacios más hacia el centro de la ciudad, como convertir el Café Bertolt Brecht en un espacio para hacer coincidir a músicos de diversas generaciones —pienso en los estudiantes de música que reclaman y necesitan un lugar donde liberar sus energías y compartir ideas musicales y vivencias con sus mayores—. Y qué decir de organizar rumbones vespertinos en espacios como el parque Trillo (frente al Palacio de la Rumba); para nadie es secreto que la rumba es parte fundamental del ADN de la timba. Ese ejercicio cultural fue una de las razones que abrieron las puertas de la música cubana a anteriores generaciones; esas mismas que hoy lideran la música cubana.

Aun así el Festival de la Timba, como intento sociocultural para el verano que puede trascender nuestras fronteras, merece ser mantenido, estimulado y promovido lo suficiente como para quedarse en la programación veraniega. Otra sugerencia: la timba se debe bailar, para conversar y teorizar es recomendable buscar otros espacios.

Festival Internacional de Música Varadero Josone Rumba, Jazz y Son. Cartel del evento
 

Josone, la apuesta que crece 

Ya llegó a su segunda edición, en la que se supieron asimilar los errores iniciales y se apostó por el futuro. Esta vez la organización del evento corrió a cuentas de la EGREM y tiene por sede, como indica su nombre, los espacios que definen el Parque Josone, en el balneario de Varadero.

Organizar un festival musical en la ciudad de Varadero obliga a retrotraer a la memoria colectiva a los eventos similares que ocurrieron en los años setenta y ochenta del pasado siglo, y ello acompañado de las inevitables comparaciones. Sin embargo, desde el momento mismo en que se hizo pública su convocatoria se dejó claro su diferencia y distancia general con sus antecesores. Y al parecer lo viene logrando.

El Festival de Josone se caracteriza por una voluntad integradora, que asume todas las corrientes y tendencias musicales hoy en boga, pero avaladas por la calidad de las propuestas combinadas con el nivel de convocatoria de los involucrados. Y esa visión ecuménica de la música logra complacer casi todos los gustos.

Que el festival se celebre a comienzos de la segunda quincena de agosto puede ser incentivo para que, tanto las cadenas hoteleras como el MINTUR, valoren la posibilidad de aliarse estrechamente con los organizadores, y piensen paquetes de diversos precios para estimular tanto sus ingresos como la difusión de este evento. Entonces la tan cacareada integración turismo/cultura comenzaría a ser un hecho tangible que empezaría a rendir sus frutos; teniendo presente que agosto es el mes de mayor demanda de esa zona turística por parte de los nacionales. Sería cerrar el ciclo en aras de la cultura.

El Festival de Josone bien pudiera integrar algunos espacios culturales cercanos a la sede principal del evento y abrirse a propuestas complementarias pre festival. Experimentar en esa dirección sería interesante.

Rampa arriba, Rampa abajo

Fueron Alberto Pedro y Abraham Rodríguez los dos dramaturgos cubanos contemporáneos que más tuvieron presente el paseo de la Rampa habanera en su obra. Ellos, de alguna manera, fueron cronistas de parte de los años glamorosos de esta zona habanera que incluye entre sus encantos al Pabellón Cuba, recinto inaugurado en el mes de mayo del año 1968.

El Pabellón, como todos le llaman, es uno de los espacios céntricos de la ciudad que mayor convocatoria de público recibe en el periodo vacacional. Desde hace algunos años allí se desarrolla la Feria Arte en la Rampa, que organizan el Fondo Cubano de Bienes Culturales y la Asociación Hermanos Saíz y al que tributan todas las instituciones del sistema de la cultura; pero todo indica que esta edición es la última que tendrá lugar en tan importante espacio de la capital.

Vista del Pabellón Cuba en el verano. Foto: Tomada de Radio Habana Cuba
 

Arte en la Rampa es la guinda del pastel veraniego capitalino y nacional. Por consiguiente, es la gran vitrina cultural en toda la extensión de la palabra. En sus diversos espacios hay cabida para todo aquello que pueda tener un valor estético, social y humano. Es por ello que muchos artesanos importantes, y otros no menos, concentran sus energías en este evento.

Uno de los grandes logros de este acontecimiento estival es su impronta musical; que se resume en dos espacios: la Pérgola y el escenario central. En el caso de la Pérgola, es gratificante ver como destacan el espacio que conduce Marianela Dufflar y la peña Tres tazas de café, que organiza el trovador Silvio Alejandro.

La Dufflar es una comunicadora por excelencia, y su nivel de convocatoria va desde la presencia de un escritor merecedor del Premio Nacional de Literatura hasta un viandante cuya vida y labor profesional puedan resultar interesante. Sus invitados por norma general abren un espacio al diálogo y nos acercan a “otro lado de la sociedad que por momentos no está a nuestro alcance diario”; al decir de un importante músico allí presente.

La peña de Silvio Alejandro es “el abuelo de los espacios” del Pabellón. Incluso sin haber eventos importantes, lloviendo o bajo amenaza inminente de ciclón, este trovador reúne amigos y seguidores cada viernes para cantar y reinventar la trova. Y es que el espacio combina acertadamente las generaciones, tanto de trovadores como de público asistente.

En el caso del escenario central, su programación da cabida a diversos formatos musicales, tanto contemporáneos como tradicionales, que no siempre están al alcance del público, o muchas veces no forman parte, como quisieran o merecen, de la parrilla promocional de la radio o la TV. Responsablemente puedo afirmar que es una real vitrina de la música cubana.

Sin embargo, con la llegada de septiembre la programación musical del Pabellón se apaga y el alma cultural entra en un sempiterno reposo rodeado de telarañas. Ciertamente va siendo hora de que alguien dé un primer paso y convierta este lugar en una importante plaza musical; bien sea desde el jueves o solo los fines de semana.

La ciudad lo pide a gritos. A gritos lo piden los músicos que ven en este sitio una fuente de empleo y difusión de su trabajo. Se trata de organizar propuestas tan acertadas y coherentes como las que se definen para la Feria Arte en la Rampa. El sitio está en el mismo centro de la ciudad y sus columnas se resienten ante el silencio a que son condenadas. Asumir esta tarea será un paso firme en materia de recreación al alcance de toda la familia.

Septiembre obliga a regresar al mundo real de la vida cotidiana. Al menos este agosto me ha dejado en el alma un grato sabor musical.