Como se captura la forma del relámpago

Ricardo Riverón Rojas, Carlos Esquivel Guerra
14/9/2017
La fe recobrada IX-2003, comprimido sobre arches , 100x130cm. Arturo Montoto

 

Dos poemas con el estadio de fondo

 

EL ILOTA Y LA LUNA DE COCO

Al tonto de los partidos de béisbol

Nobody wants to know him.

Lennon-Mac Cartney

Apenas le interesa lo que ocurre en el diamante:

la fiesta del color y las luces, incrustándole al mundo,

resultan demasiado convergentes —¡Ahí va el número 10,

y deja hasta su sombra en el terreno!

La vida en lo exterior: solo una mancha

por donde arriban los pregoneros que invaden el estadio

con sus voces de cristal para venderlo todo.

 

Un negro con el rostro bullente de plenitud

golpea la esfera como si algún satélite

quisiera emigrar a Saturno. Le da la vuelta al cuadro

en tanto el pobre ilota formula su tronante tesis

sobre la musicalidad de los alaridos.

 

Y la luna de coco se pierde tras la torre de neón.

 

—¡Home run! —gritan a coro.

Pero es foul fly.

Se impregna de la jerga y repite lo que escucha.

El negro se estaciona nuevamente en el home plate

y tiene que tragarse la pelota ante el uuuuh

que desciende de las gradas.

 

El del gorro de papel con una H al medio

levanta las dos manos en señal de sapiencia

y la luna de coco le regresa a los ojos

donde brilla, sin edad, hasta el out veintisiete.

Ricardo Riverón

 

UNO DE LOS NUESTROS

Cuando me importa estar vivo frente al béisbol, pongo sobre mí a viejos restauradores.

Conozco a uno que nos convierte.

Llámenlo A. Urquiola.

Llámenlo para abrir, es de los que saben abrir.

Abrir las puertas de un bosque que no termina.

Abrir las jugadas donde los enemigos pasan y saludan.

A. Urquiola, al que buscaban por un boleto próximo, hacia unas sombras que él capturaba como se captura la forma del relámpago.

Ahora sabemos que puede regresar.

Cuando me importa estar vivo frente al béisbol, pongo sobre mí a viejos restauradores.

Conozco a uno que nos convierte.

Siempre, a pesar de todo, nos convierte.

Carlos Esquivel

 

 

Si el béisbol es una de “las pruebas teológicas” de la existencia del cubano, deporte, amalgama para la identidad, modo de ser y prisma para interpretar el universo, cómo no iba a tener su asiento en la poesía, quintaesencia de la emoción hecha palabras. Enseguida vienen a la mente tres textos que están entre lo mejor escrito por “uno de nosotros”: “Elegía por Martín Dihigo”, de Nicolás Guillén, “Pío tai”, de Roberto Fernández Retamar, y “Squeeze play”, de Emilio García Montiel, tres autores de generaciones algo distantes entre sí, pero emparentados por aquel sentimiento de gozar/sufrir la pelota como el juego más serio de que seamos capaces.
 
Pero son muchos los poetas de este lado del mar que –al decir de RFR– vivieron la emoción de ver en el terreno a las figuras legendarias, antes de adentrarse en las páginas de Joyce y Mayakovski, con idéntico temblor. Tomo dos botones de muestras.
 
Ricardo Riverón (Zulueta, 1949) es, además de poeta, periodista y editor. Sus crónicas, casi siempre recorridas por el humor criollo, le han ganado numerosos lectores. Entre sus poemarios se distinguen Azarosamente azul (2000) y Bajo una luz que no existe (2005). En 2011 recogió una porción considerable de su obra lírica en el volumen No me quieras matar, corazón.
 
Carlos Esquivel (Las Tunas, 1968) es poeta y cuentista. Está considerado entre los principales nombres de su generación. De su nutrido catálogo, señalamos los poemarios Fuera del círculo (2002)Balada de los perros oscuros (2001) y  Bala de cañón (2006). Es también autor de los títulos de narraciones breves Una ventana al cielo (2002)La isla imposible y otras mujeres (2002). (AF)