Colina. Revista de lucha por la cultura

Cira Romero
22/3/2016

Porque miraban desde lo alto de sus preocupaciones en favor de la cultura cubana, la revista Colina…, publicada en La Habana entre 1945 y 1946, se trazó metas relevantes. Dirigida por Jesús Manzanal, nombre que hoy se pierde en la historia de las publicaciones periódicas cubanas, ocupó la jefatura de redacción, sin embargo, Surama Ferrer (1923), cuentista y novelista de relativa importancia. Había hecho estudios de etnología y colaboró con Fernando Ortiz, además de ser colaboradora del semanario Última Hora, órgano del Partido Socialista Popular. En 1950 su novela Romelia Vargas obtuvo el premio en ese género en un concurso convocado por la Universidad de La Habana, reconocimiento que le valió, asimismo, el Premio Nacional de Novela que otorgaba el Ministerio de Educación. En 1953 dio a conocer otro libro de cuentos: El girasol enfermo. El responsable de la sección de arte y cultura fue Roberto Garriga (1926-1988), director de radio y más tarde fundador de la televisión cubana, donde dirigió, después del triunfo revolucionario, espacios tan relevantes como “Teatro ICR”.  Fueron miembros de honor de la revista el Rector de la Universidad de La Habana y los miembros del ejecutivo de la FEU. Entre sus miembros consejeros estuvieron, entre otros, el historiador Herminio Portell Vilá y el historiador de arte Luis de Soto. Colina… no estuvo dedicada solo a promover la cultura, pues dio cabida a noticias nacionales, internacionales y deportivas.

A pesar de la corta existencia de esta publicación que contó entre sus principales colaboradores a Mirta Aguirre, Fernando Ortiz, Isidro Méndez y el antes citado Portell Vilá, sus páginas se proyectaron en defensa de la cultura nacional a través de artículos que reclamaban la necesidad de proteger nuestro patrimonio tangible e intangible. Así, Fernando Ortiz encaminó sus dos artículos allí publicados a defender lo que hoy conocemos con el nombre de literatura oral, sobre todo la producida por las sociedades que reunían a descendientes de esclavos africanos y que luchaban por mantener los rasgos identificadores de varias de las etnias que la integraban. Por su parte, el historiador Isidro Méndez se ocupó de figuras relevantes como José Martí y Antonio Maceo, además de dar a conocer algunos fragmentos de su libro Biografía del cafetal Angerona, no publicada hasta 1952. Mientras, Portell Vilá divulgó y evaluó diversos aspectos de la historia de Cuba y Luis de Soto se adentró en la obra de importantes pintores cubanos como Jorge Arche.

Fue Mirta Aguirre la que aportó, además de algunos trabajos sobre la poesía española de los Siglos de Oro, varias composiciones poéticas antes publicadas en su libro Presencia interior (1938), obra en la que concurren, en mixtura feliz, elementos poéticos donde converge lo tradicional y lo contemporáneo, lo personal y lo colectivo, expresados en composiciones de gran intensidad. Allí publicó “La voz en llamas”, poema donde se aúna lo íntimo junto con el afán de proyección social. Veamos este fragmento:

[…] Era cuando yo era
solo un afán marchito de deshojar simientes,
apenas una brisa de estrellas temblorosas,
casi no más que un eco leve,
un borroso recuerdo de mí misma.
—Yo lo sé, yo lo entiendo
y no puedo explicárselo a nadir…
¿Adónde mis oídos cuando la voz aquella?
¿Adónde mis arterias cuando aquel grito
 inmenso
me quemó las pupilas
y obligó a mi silencio a huir despavorido.

[…]

¡El mundo fue tan simple!
¡Fue, de golpe, tan diáfano!
Y yo, encendida y quieta, oí mi voz distinta,
mi voz que ya no era
mi voz y era la mía,
mi voz, sollozo y canto, grito, risa y saludo,
saliéndole al encuentro a aquella voz gigante
y abrazándose a ella…!

Colina. Revista de lucha por la cultura, no obstante los pocos números que le dieron sostén, queda entre los muchos esfuerzos realizados por intelectuales cubanos durante la etapa republicana para llevar adelante el empeño de promover el arte y la literatura nacionales, conjugados con una proyección de alcance local, pero fraguada hacia lo universal.