Cincuentenario de Biografía de un Cimarrón

Ana Cairo Ballester
3/6/2016

 

Hoy es 24 de febrero, aniversario del inicio de la Revolución de 1895. Creo que el día se ha escogido muy bien, porque Esteban Montejo, el protagonista de este libro, fue también un combatiente del Ejército Libertador. De este modo, realizamos un homenaje a esos miles de hombres humildes que formaron parte de nuestro Ejército Libertador.

Pienso que el libro de Barnet es esencialmente patriótico. José Martí escribió que “El patriotismo es de cuantas se conocen hasta hoy la levadura mayor de todas las virtudes humanas” [1].

El sentido más fecundo que puede tener el patriotismo es cuando se siente, cuando te emociona y no se dice, cuando no se recalca.


Foto: Yander Zamora
 

La novela de Barnet enseña a entender al pueblo de Cuba, en su diversidad, en sus contradicciones, en los modos de verse a sí mismo y valorarse en distintos momentos de su historia. Además, quisiera hoy recordar una experiencia que ha sido muy rara, excepcional, en la historia de la intelectualidad cubana.

Barnet es un hombre con mucha suerte. Quizá los santeros dirían que tiene buen aché. En estos días él ha logrado disfrutar la singular emoción de asistir al cincuentenario de la publicación de su novela. Como soy profesora de literatura, evoco al gran poeta, narrador y dramaturgo alemán Goethe, quien, en 1825, festejó el mismo aniversario de su famosa novela romántica Las cuitas del joven Werter.

La novela de Barnet enseña a entender al pueblo de Cuba, en su diversidad, en sus contradicciones, en los modos de verse a sí mismo y valorarse en distintos momentos de su historia.

Goethe escribió y difundió un poema. No sé si Barnet terminará haciendo en estos días un poema a esa situación de extrañeza —evocando a José Lezama Lima— de ver que un libro suyo alcanzó la plena autonomía. Siempre recuerdo a Juan Pérez de la Riva cuando afirmaba que cada libro publicado era una especie de hijo que salía a correr una aventura por el mundo. Me parece muy importante el hecho de que un libro alcance trascendencia precisamente porque ha resistido la prueba del tiempo. Goethe y Barnet tuvieron la experiencia similar de descubrir que desde la primera edición ya el libro comenzaba a recepcionarse como un clásico, adjetivo que sintetizaba un interés mundializado.

Alejo Carpentier leyó el mecanuscrito de Biografía de un cimarrón. Felicitó al joven narrador, quien gestó una obra que se hermanaba con El reino de este mundo (1949). Estuvo entre los primeros en reconocer que Biografía… nacería como libro y ya pertenecería al linaje de nuestros clásicos.


Foto: Yander Zamora
 

El año 1966 fue muy importante para la literatura cubana. Propongo que en algún momento nos reunamos para festejar el cincuentenario de Paradiso, la gran novela de José Lezama Lima.

A los pocos días de la publicación de Paradiso, Lezama concedió una entrevista a Salvador Bueno en la que expresó su sorpresa y entusiasmo porque la tirada se había vendido completa. Rápidamente devino un clásico. En particular, esa edición ha sido muy cotizada por los bibliófilos nacionales y extranjeros. Amigos de Lezama, quienes tenían ejemplares con dedicatorias, sufrieron lamentables robos.

Biografía de un cimarrón estaba ya circulando en los primeros meses y hacia julio de 1966 apareció Paradiso. Dos obras canónicas de la cultura cubana también iluminan la diversidad de nuestros paradigmas y linajes. Se trata de dos novelas de aprendizaje basadas en nuevos sujetos históricos.

Lezama, poeta y ensayista, recreó el proceso de formación intelectual del protagonista José Cemí —un joven creador literario—, y de varios amigos, en las coordenadas de la vida familiar y social hasta la década de 1930.

Sobre cimarrones se había escrito en el siglo XIX. En 1936 había aparecido Caniquí, de José Antonio Ramos. Fue una novela importante porque ofrecía un giro en el imaginario. ¿El cimarrón cómo se había visto? Se le caracterizaba como un peligroso marginal, un bandido, un criminal.

Ramos cambió el punto de vista y presentó al cimarrón como un rebelde al que podía aludirse como la esperanza de la libertad, secuestrada por la esclavitud y la dominación colonial. Ramos no logró encontrar las mejores opciones para estructurar convincentemente la fábula y la novela resultó fallida. No obstante, fue un antecedente muy útil para la comprensión de lo que significaba un nuevo punto de vista narrativo. El cimarrón Esteban Montejo era un héroe con el que se dignificaba la tradición de rebeldía del pueblo cubano.

Aunque los datos editoriales fijaron 1954, no fue hasta 1955 que comenzó a circular El monte, de Lydia Cabrera, un libro que también formó parte del linaje de la novela de Barnet.


Foto: Internet
 

Este volumen ayudó a diversificar las estrategias composicionales en las narraciones vanguardistas. Lydia entrevistaba informantes en tres provincias (La Habana, Matanzas y Las Villas) y construía microrrelatos que después engarzaba en capítulos derivados de un eje temático. La máxima calidad literaria se gestó en la convergencia de técnicas etnológicas para la observación participante y una escritura poética en la que se justiprecia la imaginación de los personajes (recreados a partir de nuevos sujetos históricos). Odedei y José Calazán Herrera, informantes de Lydia devenidos en personajes cuenteros, podrían ilustrar con sus relatos que también fueron antecesores del personaje Esteban Montejo.

La praxis literaria en cada género supone un entrenamiento, una sistematicidad en la experimentación de técnicas. Alejo Carpentier solía elogiar la tradición del buen oficio. El sistema del narrador en El monte y en Biografía… jerarquiza las variantes del juego de voces. Un narrador protagónico rige al intercalar o aludir a otras voces.

Barnet partió de la técnica de Lydia Cabrera (cuando ella ya tenía 55 años y estaba en la cima de su oficio). Él no había cumplido los 25 años y podría pensarse que se alineaba con el famoso lema del político francés George Jacques Danton: Audacia, más audacia y siempre audacia.

A veces no se justiprecia adecuadamente que Barnet realizó estudios sistemáticos de etnología. No existía como carrera universitaria. Argeliers León convirtió el proceso de fundación del Instituto de Etnología y Folklore en una alternativa de desarrollo investigativo y docente con el más alto nivel académico posible.

Barnet es un científico social en permanente actualización y un poeta con una imaginación fabulosa. Todas sus novelas son hijas de dicha particularidad. En los orígenes está construir un relato de vida para el que realiza un acopio de fuentes documentales y orales. Después construye una trama ficcional en la que se permite todas las libertades.


Foto: Cortesía de la UNEAC
 

Durante tres años, Barnet dialogó con el sujeto histórico Esteban Montejo; pero también interactuaba con los historiadores Juan Pérez de la Riva, Manuel Moreno Fraginals, Zoila Lapique, Pedro Deschamps Chapeaux, con los etnólogos Isac Barreal y Calixta Guiteras, entre otros científicos.

El origen fue escribir un relato etnográfico sobre Esteban Montejo, pero las múltiples alternativas de la ficción terminaron dominando el texto. Se modeló una voz narradora, que mayoritariamente corresponde al protagonista y defiende una cosmovisión apoyándose en otras voces, dialogando con otros puntos de vista.

El origen fue escribir un relato etnográfico sobre Esteban Montejo, pero las múltiples alternativas de la ficción terminaron dominando el texto.

La técnica ficcional ha dominado y el personaje Esteban Montejo no es el sujeto histórico que sirvió de fuente oral. Esteban es tan personaje literario como lo es Mackandal en El reino de este mundo, Víctor Hughes en El siglo de las luces, o Cristóbal Colón en El arpa y la sombra, todos grandes creaciones de Alejo Carpentier.

Barnet comprendió las ventajas de la más amplia libertad ficcional y por esa razón, después, inventaría para otras novelas personajes como Rachel, Julián, Manolito-Fátima, etc.

El personaje Esteban Montejo va a contarnos algunas escenas de su vida como esclavo, cimarrón, combatiente del Ejército Libertador, trabajador azucarero. Cada etapa tiene una contextualización en tiempo y espacios. Se trata de un personaje que representa al pueblo cubano en diferentes situaciones históricas. Hay repertorios sobre las creencias religiosas y la praxis, los ingenios azucareros, las tendencias y las contradicciones en la Guerra del 95.


Foto: Ilustración del libro Cimarrón, Editorial Gente Nueva, 1967.
 

Esteban, en funciones de buen cuentero (pienso en el linaje de Juan Candela, criatura de Onelio Jorge Cardoso), relató las creencias y la praxis de ma’ Lucía, el negro Tajó, los curas del pueblo de Remedios, las semanas santas, etc.

Biografía… también es una de las mejores expresiones de algo que va a potenciar mucho el triunfo de la Revolución cubana: el redimensionamiento de nuestra historia social y cultural. Suele denominarse como una historia de “los hombres sin historia”, de las personas, grupos, estratos, clases, que estaban mayoritariamente ausentes de una “historia oficial” de las clases, estratos y grupos dominantes.

La novela de Barnet es tan válida como el libro que hizo José Luciano Franco, en 1962, para difundir las actas del juicio de Aponte; o como el de Pedro Deschamps Chapeaux en torno a los oficios de los negros libres en el  siglo XIX; o como el prontuario de creencias y tendencias religiosas, presentado por Fernando Ortiz en Historia de una pelea cubana contra los demonios (1959).

Biografía… también es una de las mejores expresiones de algo que va a potenciar mucho el triunfo de la Revolución cubana: el redimensionamiento de nuestra historia social y cultural.

Hace unos días, en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, recordábamos  el centenario de la publicación de Los negros esclavos, de Fernando Ortiz. Este libro indicaba que se estaba redimensionando la historia social cubana.

A partir de 1959, el gobierno revolucionario promovió una política cultural para difundir los imaginarios de nuevos sujetos históricos: obreros, campesinos, estudiantes, mujeres. Se apreció en todas las manifestaciones. Se pudo llamar La suite yoruba, del coreógrafo Ramiro Guerra; o el documental Historia de un ballet, de José Massip; o la fotografía El Quijote de la farola, en la que se aprecia durante una concentración a un compañero con sombrero mambí trepado en una farola.

Biografía… pertenece a este linaje de audacias culturales que enaltecen y dignifican el presente revolucionario desde el cual se redimensiona el imaginario del pasado.


Foto: Cortesía de la UNEAC
 

El personaje narrador Esteban Montejo es un hombre centenario. Él cuenta desde el presente; va y retorna a distintos momentos del pasado. Se contrastan el veterano que es y el cimarrón que fue. El centenario habla del otro, pero habla del otro desde la autoridad que le da también la distancia y el cambio de puntos de vista. Se trata de una gran lección de historicidad de la que todos podemos aprender disfrutando.

Biografía… ha resultado una obra abierta a las variaciones en formatos musicales, danzarios, cinematográficos. He estado releyendo la edición cubana de 1996 y me sorprendo con la lectura de un ensayo de Barnet que funciona como un nuevo epílogo.

En la lectura se transita con rapidez hacia una narración en la que el personaje Barnet relata cómo el personaje Esteban, ya muerto, ha devenido para algunos un espíritu de luz. Dentro de las prácticas espiritistas, podría pensarse en Esteban como un mediador entre vivos y difuntos; algunos quieren una fotografía; otros, ponerle vasos de agua a su retrato. Se ha generado una matriz para otros juegos de voces.

Quizá Barnet desee aprovechar la opción de Goethe y nos regale un poema; o quizá decida aproximarse a un nuevo relato sobre las peripecias  de estos dos personajes con motivo de la media centuria. Ellos podrían coaligarse de nuevo y sorprendernos en el ámbito de la ficción.

Palabras de la autora en el panel por los 50 años de Biografía de un Cimarrón, Pabellón Cuba, 24 de febrero 2016.

Notas:
1. José Martí: “Cuaderno de apuntes número 18 [1894], Obras completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973, T. 21, P. 377.