Bonifacio Byrne. Apuntes para un estudio de su poesía

La Jiribilla
22/3/2016

En el prólogo a la antología que hicieron Saúl Vento y Arturo Arango sobre la obra de Bonifacio Byrne, Arango inicia con una observación sobre la postura de los críticos frente al poeta matancero:

La obra de Bonifacio Byrne ha permanecido en la historia de la literatura cubana bajo el signo de la polémica. Desde la publicación de su primer libro, Excéntricas, en 1893, hasta los últimos textos que publicara, alrededor de su poesía es posible reunir los juicios divergentes de destacadas personalidades de nuestras letras. Los matices estilísticos y temáticos de su obra parecen sustentar este signo. [1]

La naturaleza de los acercamientos a Byrne, tanto de sus contemporáneos como de los que ulteriormente han escrito sobre él, alberga disonancias en cuanto a los juicios de valor emitidos. Desde Nicolás Heredia, Manuel Sanguily, Julián del Casal, Max Henríquez Ureña, Cintio Vitier, Lezama et al. Se observa la gradación de matices y criterios encontrados que ha suscitado la poesía del matancero. Los juicios han variado según posturas literarias asumidas y la defensa de determinadas poéticas.

Aunque la arista que con mayor recurrencia se menciona es la de la poesía de tema patriótico, y se le refutan no sin razón algunos deslices en textos cuya naturaleza acusa la mano impelida por hechos marcadamente circunstanciales, el lector encuentra una serie de composiciones poéticas que le deparan gran disfrute estético.Aunque la arista que con mayor recurrencia se menciona es la de la poesía de tema patriótico, y se le refutan no sin razón algunos deslices en textos cuya naturaleza acusa la mano impelida por hechos marcadamente circunstanciales, el lector encuentra una serie de composiciones poéticas que le deparan gran disfrute estético. Al acercarse a su obra se descubre que, además de ser el autor del sonetario Efigies y del poema “Mi bandera” —del que muchas generaciones de cubanos han memorizado al menos la estrofa final— Bonifacio Byrne fue autor de intereses temáticos y formales diversos. Si bien su obra no lo consagró como una de las voces fundamentales del modernismo, sí posee una variedad que es uno de los valores apreciables en ella.

La crítica ha señalado lo musical de su verso. Basta acercarse a su poesía para corroborar la habilidad en la versificación. Quizá sus dotes de buen versificador también le tendieron esas redes en las que se vio envuelto más de una vez cuando concibió un poema en el que expresión y contenido no navegaron juntos. Pero esas áreas aludidas son uno de los flancos fáciles de asir. Cultor del endecasílabo, escribió sonetos encomiables. En su diversidad métrica y rítmica se escuchan a menudo voces que, aunque pudieran leerse como poses impostadas, queda la posibilidad de ver en ellas las trazas de lecturas y los diálogos con otros textos. Tales evocaciones proporcionan a las aventuras del lector cierto goce intelectual.

Y en Byrne las alusiones literarias, veladas o no, se convierten en una de las marcas escriturarias. Veamos, por ejemplo, en el plano que mencionábamos anteriormente la reminiscencia de la cadencia de algunos poemas de Rubén Darío que trasluce en “La Herencia”.

El niño no juega, /pálido y endeble;
El niño está triste, / el niño se muere.
Huraño no deja/ que nadie lo bese;
Que nadie lo mime, / ni que se le acerque;
Y ya la sonrisa, / candorosa y tenue,
huyó de sus labios, / como el ave agreste
abandona el nido/ cubierto de nieve.
(…)

O aquel cuyo sujeto lírico es una niña con quien la voz poética establece una relación muy similar a la del hijo y el padre en el Ismaelillo.

I

Revuelve mis libros,
me esconde las cartas,
se sienta en mis piernas,
zafa mi corbata,
peina mis cabellos
me cuenta las canas,
zalamera y ágil
me besa, me abraza;
desliza en mi plato
su manita rápida
y su cucharilla
sumerge en mi taza.
(..)

A menudo el matancero creó los textos a partir de otros referentes literarios. A veces especificaba con una nota el antetexto (“El poder de los clarines” —de Víctor Hugo— “La tierra que necesita el hombre” —de Tolstoi— “El sueño del esclavo —Walter Scott— “La leyenda de Keivin” —«Reminiscencia de Claretie»— “El Cristo y el niño” —de Paraskho— et al). Otras no, aunque se advierte qué lecturas están en el trasfondo.  Rememoremos del libro Excéntricas (1893) poemas como “El monarca” o “Deseo”. Algunos de los serventesios manifiestan palmariamente las huellas de la obra de Julián del Casal. En “El monarca” Byrne, además de emplear expresiones muy similares, asume el tono escéptico de “Nihilismo”, el conocido poema casaliano.

 “El monarca”
Enfermo de alma y no de cuerpo, a mí la vida
me azota con un látigo cruel:
la humana desventura es mi querida;
¡la única que en el mundo no es infiel!
(…)

“Deseo”

(…)
¡No hay dicha superior a la que espera
mi pobre corazón atormentado!
¡Tener la soledad por compañera,
y al silencio por único aliado!

Solo vivir en paz es lo que quiero,
y que no logre nadie las señales
descubrir del incógnito sendero
que me ha de separar de los mortales.

Se ha señalado el fuerte influjo del romanticismo europeo en la poesía de Byrne. Se disciernen, por ejemplo, evocaciones de poemas de Víctor Hugo; temas, tópicos, tomados del escritor francés, asimilados y recreados por el cubano. Asimismo, su escritura se nutre de los inspiradores del parnasianismo, decadentismo y simbolismo francés: Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud. “El buque fantasma”, “Los perfumes”, “Las gavetas”, “Los olores”, “DO RE MI FA SOL…”, entre otros, evidencias las conexiones. Tales influjos se convierten en el sedimento que sustenta las variaciones del antetexto. Veamos en ese sentido el soneto “Analogías”:

Existe un misterioso sacramento
entre la mano, el bálsamo y la herida;
entre el lúgubre adiós de la partida
y las secretas ráfagas del viento.

Hay un lazo entre el sol y el firmamento;
e igual excelsitud, indefinida,
entre el ave, en el aire suspendida,
y el acto de nacer el pensamiento.

Hay un nexo entre el ósculo y el trino,
entre la copa, el labio y la fragancia
que se desprende de un licor divino!

Y hay una milagrosa consonancia,
entre el árbol y el surco del camino
y el mensaje de amor y la distancia.

“Analogías” poetiza los enlaces que hay entre las cosas, la “milagrosa consonancia” entre entidades que parecieran distantes entre sí. El poeta ve, sin embargo, los misteriosos hilos que las unen, los rasgos que las vinculan. Subyace en este soneto la idea de las correspondencias de Baudelaire (Como prolongados ecos que de lejos se confunden/en una tenebrosa y profunda unidad, / vasta como la noche y como la claridad, / los perfumes, los colores y los sonidos se responden.), que Rimbaud también poetizó en el conocido poema “Vocales” (A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales/ algún día diré vuestro nacer latente: / negro corsé velludo de moscas deslumbrantes, / A, al zumbar en tomo a atroces pestilencias).

Las sostenidas resonancias de esos poetas que encontramos en su obra modelan la configuración de su propia poética.Solo que en las correspondencias que establece Byrne en “Analogías” no se halla el vínculo por vía de sinestesias, dada entre “perfumes, colores y sonidos”. Byrne asume esos referentes literarios que ya en el siglo XIX se habían difundido y asimilado en Europa y América y refunde; establece “diálogos” con los autores cuya obra frecuentó y consigue un texto que expresa su propia visión del mundo. Las sostenidas resonancias de esos poetas que encontramos en su obra modelan la configuración de su propia poética. Además de ser “el poeta de la guerra”, del fervor patrio, Bonifacio Byrne legó a nuestro terruño otras aristas cuya lectura también puede resultarnos placentera.

Nota:

1.- Arturo Arango: “Bonifacio Byrne: la poesía necesaria”. Prólogo a la antología Poesía y prosa de B. Byrne. Ed. Letras Cubanas, 1988.