Avatares de una cultura híbrida

Manuel López Oliva
19/10/2017

Lo que denominamos Cultura Cubana, es decir, todo cuanto nos identifica, afirma y expresa como partícipes de la Nación, ha sido siempre una realidad mantenida y enriquecida dentro de numerosos conflictos y a veces duraderas confusiones. No existe para esta un desarrollo lineal y tranquilo, carente del enfrentamiento entre lo apolíneo y lo dionisiaco, desprovisto de ilusiones o falacias; porque en sus signos se han puesto de manifiesto, además de los caracteres geográficos y antropológicos, un sinfín de sueños y contradicciones, percepciones y puntos de vista propios del tejido social. La Cultura de Cuba es lo mejor y más desarrollado, en cada circunstancia, del complejo ser humano que somos.


“La Cultura de Cuba es lo mejor y más desarrollado, del complejo ser humano que somos”. Foto: La Jiribilla

 

De ahí que no solo debamos entenderla como un resultado disímil y abarcador de las distintas generaciones que se han sucedido a lo largo de la historia del país, sino que también los hombres y mujeres integrantes de la sociedad cubana —entre mediados del siglo XIX y la actualidad— han sido modelados por los sistemas culturales específicos que tienen que ver con el hábitat, la espiritualidad, las formas de comunicarse, el sentido cotidiano de existencia, los usos gastronómicos y curativos, las vías y lenguajes de la imaginación, además de ciertas modalidades del placer, las tradiciones domésticas, y aquellos rasgos colectivos de la conciencia que formalizan sentimientos y certezas de Nación. Hay una interacción de la personalidad del cubano con su cultura, que explica por qué la negación de lo que es auténtico deviene, a la postre, disolución de la idiosincrasia nacional en arquetipos, códigos y comportamientos ajenos, generalmente cargados por axiologías e ideas neocolonizadoras.

El hecho de que la cultura que nos define sea híbrida, no implica que su esencia plural carezca de una unidad dialéctica que la legitime como emisión dinámica de cubanía. Su riqueza proviene de combinaciones y síntesis, de reservorios de la herencia y cambios renovadores, que con frecuencia han logrado desplazar lo falso, pedestre, retardatario, episódico, superficial o seudofolclórico, para permitir que prevalezca lo autóctono y verdadero. Su evolución muestra señales de contiendas y coyunturas difíciles, en las cuales el enfrentamiento a la dominación foránea y el rechazo de las distorsiones mercantiles han requerido firmeza y sacrificio en hacedores de las variadas ramificaciones del quehacer cultural. Pueden enumerarse casos, incluso, de nombres de la ciencia y el arte o la literatura, excluidos en ciertos momentos de proyectos privados o estatales, por mantenerse conectados a un entendimiento de la obra de cultura que no niega los principios de pertenencia territorial y de justicia. Actuar en consonancia con los altos valores éticos y patrióticos, desde una nacionalidad imantada por profunda universalidad, ha implicado también oponerse a “espejismos de superioridad”, cánones transnacionalizados y propuestas con lucrativas ganancias envueltas en seductoras modalidades externas.

Para permanecer, la Cultura Cubana ha tenido que conservarse y dar de sí mediante su correspondencia con el contexto vital y la capacidad de estar dondequiera: en los sitios públicos y la intimidad, la conversación y el libro, la sensibilidad traducida en arte o poesía y los momentos del placer erótico, las costumbres y el diseño en sus diversas objetivaciones. Defender lo que somos —en la tarea productiva, el paseo, la fiesta, la concurrencia en lugares con presencia multinacional, o al ejercer esa acción imaginativa que Martí caracterizaba como “la naturaleza creada por el hombre”— constituye condición primera para no dejar de ser soberanos e independientes a nivel de la realidad y la subjetividad.

El interés pragmático que puede abrir vías a resultados financieros apreciables, o ese afán por situarse entre los reconocibles vectores avanzados del mundo actual, pueden portar consigo el peligro de la negación involuntaria de facetas y producciones culturales nacionales. Tanto la moda como las mercancías “estetizadas” según patrones reificados por el “reino de la compraventa” y la denominada “sociedad del espectáculo”, tienden al producto “neutro”, sin revelaciones de origen, estándar y con apariencia sacralizada por rangos de éxito, subastas, prestigiosos establecimientos de venta, coleccionistas de inversión, certámenes conectados al marketing y publicidad especializada. Frecuentemente se genera en algunos sectores intelectuales y creativos la ilusión de convertirse en “ultracontemporáneos”, menospreciándose bastante la autenticidad personal y nacional, así como apartándose de los aportes constructivos y de los contenidos humanistas.

No faltan tampoco quienes optan por ser “individuos de una cultura neutral vendible”, y no de la cultura donde se vive; o aquellos deseosos de acceder a los status simbólicos derivados del uso de lo cultural por esferas globales del poder financiero, alejándose así del “hombre sincero de donde crece la palma”. Se trata de una sumisión a paradigmas propagados por agentes de la capitalización cultural, que suelen imponer el juego de significantes vacíos, o lo que Susan Sontag llamó “erótica de la banalidad” y Roland Barthes definía como “hablar del nada que decir”. Así se deja de lado el modo propio de trasmitir significados y valores que se llevan por dentro; lo que implica asumir posiciones de desarraigo y alienación que pueden llegar a borrar la cultura y conciencia de cubano.

Diariamente fijamos nuestra impronta en la urdimbre cultural de Cuba, y esta nos marca y condiciona en diversos sentidos. Nuestra históricamente abierta cultura nos sirve de registro, y a la vez funciona como espejo para reconocernos, evaluarnos y saber cómo operar con los instrumentos, recursos sintácticos, métodos de creación y estrategias de significación que nos llegan de las culturas internacionalizadas. La actitud culta radica en alimentarnos de lo enriquecedor y renovador que se nos ofrece, pero evitando hacerlo con mimética docilidad. Si tomamos como ejemplo uno de los componentes de la cultura artística, las Artes Visuales, debe comprenderse que es tan simple y poco creativo reproducir fielmente las apariencias externas de la realidad (lo que se hizo en el academicismo y se programó en el más ortodoxo Realismo Socialista), como copiar maneras de hacer de importantes artistas llamados “contemporáneos”, repetir operatorias de recontextualización estética y Arte no-objetual, o limitarse a seguir estilos establecidos en la más aceptada recepción comercial.

Tampoco la Cultura Cubana debe interiorizar expresiones de atraso social o marginalismo que se apartan del proceso integral de desarrollo, o se remiten a épocas y circunstancias ya trascendidas. No todo cuanto se estudie en términos antropológicos y etnográficos posee vigencia como modalidad viva de la acción cultural de los tiempos presentes. Ni siempre pueden considerarse emanaciones culturales a los íconos, recursos publicitarios de inducción sicológica e ideologemas cuya utilidad puede ser innegable en los aspectos político y pedagógico.

Acertar en la tarea propulsora de las acepciones del concepto Cultura supone proceder con visión profunda e informada acerca de lo que queremos, deslindar lo esencial de lo engañoso, y aprender a reconocer y promover hechos y valores en pos de cuanto ponga de manifiesto el carácter evolutivo y la verdadera contemporaneidad del Hombre y la Nación que constituimos.