Arreola o la poda de todo lo superfluo

Pedro de la Hoz
24/9/2018

Si se quiere una lección suprema acerca de cómo no gastar palabras de más, hay que leer a Juan José Arreola. Si se quiere apreciar una visión microscópica y tenaz de la condición humana, dejémonos sorprender por las ficciones de este mexicano que rindió culto a la brevedad de la escritura.

Al cumplir cien años de su nacimiento —21 de septiembre de 1918— en una localidad jalisciense. Zapotlán el Grande, los textos que urdió a lo largo de su  existencia se mantienen vivos. No podía ser de otra manera tratándose de una criatura que respiró los aires de la imprenta desde muy temprano: encuadernador, corrector de pruebas, editor, columnista en diarios y revistas.


Juan José Arreola. Foto: Internet
 

Margo Glantz evocó una estampa suya de los tiempos en que era becario de El Colegio de México bajo la tutela de don Alfonso Reyes: “Delgadito, ágil, histriónico, fascinante, quizá ya agorafóbico”. Un poco después ambos compartirían la experiencia naciente de la Revolución cubana en el poder, en la Casa de las Américas de la heroína del asalto al Cuartel Moncada, Haydée Santamaría. Vivieron el preludio de la invasión por Playa Girón de mercenarios armados por Estados Unidos: “Los primeros días cayeron bombas y todos nos refugiábamos debajo de los escritorios. Juan José me decía que era yo una mujer fuerte y yo se lo creía porque nunca me dio miedo lo que pasaba. En cuanto se calmaban los bombardeos, conversábamos Arreola y yo sobre Paul Claudel y Denis de Rougemont, autores con los que siempre lo asocio”.

En La Habana, Arreola estuvo durante varias semanas a cargo de un taller de creación literaria en el que participaron jóvenes escritores de la Isla. Al pasar los años la institución cubana publicaría dos tomos con sus obras: Cuentos (Colección La Honda, selección de Rogelio Llópiz) y Confabulaciones (Colección Literatura Latinoamericana, prólogo de Raúl Hernández  Novás). Ambos títulos facilitaron a más de una generación de lectores cubanos el gusto por la prosa del maestro mexicano.

En diálogo con Enmanuel Carballo, Arreola declaró: “Lo que llamamos belleza es una aproximación nostálgica a la belleza. El artista comete aproximaciones: al ofrecernos el producto de su esfuerzo, más bien da a entender cuáles fueron sus propósitos”.

Ello explica la ecuación en la que basó su escritura: tanteos y aspiración. Mientras lidiaba con la palabra precisa y la médula de la peripecia, intuía la dimensión de la batalla. Así puso piedra sobre piedra en volúmenes como Varia invención (1949), el ya citado Confabulario (1952 una primera colección), Palíndroma (1971), Bestiario (1972) y su única y poliédrica novela La feria (1963).

El propio Carballo señaló las claves del narrador en estos tres pilares: “la ingenuidad que deviene sapiencia, la alusión que se convierte en elusión, el plano vertical que se torna plano oblicuo”. Por su parte, devino fundamento la percepción que el escritor tenía de su oficio: “… la condensación, la poda de todo lo superfluo, que me ha llevado a castigar el material y el estilo hasta un grado que, en dos o tres piezas, puede clasificarse de absoluto. Este afán me ha arrebatado muchas páginas: textos que tenían 20 o diez cuartillas llegaron a tener tres y una. Cuando logré condensar en media página un texto que media varias cuartillas, me sentí satisfecho”.

En ese itinerario apeló a las más diversas formulaciones literarias: la epístola, la reflexión ensayística, la fábula, el manual de instrucciones, la crónica, la nota periodística, la parábola y la anécdota, sin que por ello mermara la intención narrativa.

Divertidos o inquietantes, sobrecogedores o enigmáticos, los textos de Arreola sugieren múltiples y enriquecedoras lecturas que no debemos perder.