Aquí estamos todos nosotros

Nicolás Guillén
25/8/2016

El siglo XIX, cuyo nacimiento es también el de la nación cubana, asistió al auge esplendoroso de las artes y las letras en nuestra patria. El primer tercio de la centuria se inicia con figuras como los dos Manueles, Rubalcava y Zequeira, de modo principal este último, en cuya obra da sus primeros vagidos una lírica de acentos nacionales. Con ellos, Romay, médico; Arango y Parreño, economista; y un sabio expositor de filosofía, el padre José Agustín Caballero.

Son también estos los años en que nacen y viven los tres primeros grandes nombres que nos da la poesía en Cuba: Heredia, Gertrudis Gómez y Plácido. Un espíritu nutrido y vigilante, Domingo del Monte, a quien tanto debió la cultura de su clase y de su tiempo, inaugura y sostiene sus famosas tertulias habaneras de los salones literarios tan en boga a la sazón en París. Brillan inteligencias como Saco, Luz y Caballero, Bachiller y Morales, Zenea, Luaces, Milanés.


Fotos: Cortesía Esther García Mariño

Sube el siglo, y apenas iniciada su segunda mitad, se produce un acontecimiento que va a tener una inmensa significación en la cultura americana: nace José Martí. Martí no es, como lo fue Del Monte, un hombre instalado en la gran burguesía criolla. Pertenece a la clase media; es pobre, será pobre toda su vida, y de su influencia y ministerio surgirá la noción de Patria en su más vigorosa concepción política y económica, no como un hecho estático, sino como un acontecer dinámico, ya en función liberadora.

Durante ese dilatado período, fue sedimentándose en Cuba una cultura literaria y científica que recogió las más variadas expresiones del pensamiento contemporáneo, en un siglo que ha dejado una huella característica en la historia de la humanidad. El siglo XIX fue pues, así, el siglo de oro de la burguesía ilustrada en Cuba.

Solo que la centuria terminó mal. Terminó en la intervención norteamericana, en 1898. La influencia europea, que ejerció una sutil dictadura sobre la inteligencia cubana a lo largo del siglo XIX, cedió plaza a la grosera penetración yanqui. La burguesía nacional, debilitada desde el Zanjón, sin papel director en la guerra del 95 (pues el mismo correspondió a la pequeña burguesía y el pueblo), se entregó con armas y bagajes al recién llegado. En posesión de un tesoro cultural tan valioso, no supo defenderlo. Paulatinamente, fue perdiendo su antiguo perfil, al que tantos rasgos había añadido la cultura francesa, y se convirtió en una masa amorfa, destinada a pudrirse en las arenas de Miami. Sí, altos espíritus como Varona y Sanguily vivieron algunos años de nuestro siglo y alcanzaron brillante figuración en él, pero pertenecían en realidad al siglo XIX, eran hijos de aquella gran edad.

Mientras tanto, he aquí que en Cuba se ha producido un hecho de enorme importancia: se ha producido una revolución. A consolidarla aplicóse, desde los primeros instantes de ella, nuestro pueblo, y con esa revolución están los escritores y artistas que, habiendo nacido de él, trabajan y luchan a su lado. Aquí estamos todos nosotros.

¿Cuáles son, pues, las tareas a cumplir?, ¿cuál es el papel que debemos desempeñar en estos altos días que vivimos? Sobre todo, rescatar la cultura que la burguesía abandonó. Y no ya para una parte de los cubanos, como ocurría en el siglo XIX, sino para todo nuestro pueblo.


 

La cultura cubana no puede tener solución de continuidad. Antes bien, a nosotros nos es dable enriquecerla con la experiencia revolucionaria y transmitirle nueva vida, una vida fresca y poderosa.

La cultura cubana no puede tener solución de continuidad. Antes bien, a nosotros nos es dable enriquecerla con la experiencia revolucionaria y transmitirle nueva vida, una vida fresca y poderosa. El siglo XIX tiene numerosos lazos de unión con nuestro siglo, y esa unión puede fraguarse en los valores más puros de entrambos.

Nos espera un trabajo duro, pero alegre. A él no debiéramos traer rencillas de grupo, ni limitaciones de índole personal, que pudieran empequeñecer la creación artística servidora de Cuba. Esta noche vamos a cavar los cimientos de un edificio que cobijará a todos los que quieran juntar voluntades y talentos en una hora que es la del recuento y de la marcha unida, para decirlo con palabras de Martí que parecen escritas en estos días realizadores de su sueño.

Vamos a ver si es posible o no la celebración de un Congreso de escritores y artistas. Yo creo que sí, que es posible. En él discutiremos nuestros problemas, miraremos cara a cara el porvenir, ordenaremos nuestras tareas, ofreceremos carne y espíritu a la Revolución. Será normal algún día —y de nosotros mismos depende que ese día esté próximo— contar con centros de reposo y creación, y con los medios necesarios, tanto ambientales como económicos, para realizar nuestra faena, seamos músicos, escultores, artistas de teatro o de cine, pintores, novelistas o poetas.

Aquí debemos dejar designado esta noche un Comité Gestor del Congreso, y a la vez una Mesa Ejecutiva que tendrá a su cargo la tarea inmensa de organizarlo. ¿Para cuándo? También debemos decirlo hoy. Tal vez para fines de mayo, y si mayo es temprano, porque estamos ya a mediados de abril, entonces para junio, pero no más, porque el tiempo pasa, la Revolución crece cada día y es penoso que nos veamos aún dispersos, cuando los demás cubanos están entregados organizadamente a su trabajo creador.

Nota: Discurso pronunciado en la constitución del Comité Organizador del Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en la inauguración de la Sede de los Escritores y Artistas, el 14 de abril de 1961, a escasas horas de la invasión mercenaria por Playa Girón.
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