Apuntes sobre Bonifacio Byrne

La Jiribilla
18/3/2016

Bonifacio Byrne (1861-1936) logró en 1898 el poema que ha quedado como el más ilustrativo de la ocupación estadounidense: “Mi bandera”. De fácil composición estrófica y de rimas sencillas, no es un texto de alto vuelo lírico, pero sí de poderosa función identitaria, de notable importancia para el momento históricode la nación cubana, que aun buscaba su soberanía ya finalizada la Guerra de Independencia. El poeta relató en él su estado emocional al regreso del exilio, por encontrar la insignia norteamericana en el sitio donde solo debía ondear la bandera de Cuba. La poesía popular de 1898 hasta 1910 aproximadamente, tuvo un marcado sentido antinjerencista, de oposición nada sutil frente a las dos sucesivas intervenciones norteamericanas (1898 y 1906) y a la Enmienda Platt a la joven Constitución republicana. Cuando se instaura la República el 20 de mayo de 1902, todavía el poema de Byrne estaba palpitante, y su trascendencia histórica cubrirá todo el siglo. Se diría que más que un poema de calidad lírica es un documento esencial de la joven nación.

Posteriormente, Bonifacio Byrne más bien se perdía entre la poesía de canto heroico y la de la intrascendencia amatoria; no logró convertirse en un poeta modernista en toda la extensión del término, según su obra se resentía de carencia de arrojo y de elevación estética. Él publicó en 1903 un conjunto de interés: Poemas, seis largos textos escritos entre 1891 y el propio 1903, entre los que incluyó “La granja”, de 1901, suerte de parábola cubana acerca del siglo XIX y de la Guerra de Independencia, pero, en general, todos los poemas atienden al asunto bélico pasado, plasmado mediante anécdotas, contenidos éticos o canto civil en contra de injusticias y desigualdades.

No logró convertirse en un poeta modernista en toda la extensión del término, según su obra se resentía de carencia de arrojo y de elevación estética.Ese afán de canto al reciente pasado heroico es asimismo un rasgo de fijación identitaria; pero Poemas no añade nada nuevo de verdadero relieve para la consideración de Byrne como poeta representativo de la reciente independencia; su pre modernismo era insuficiente para traducir ese anhelo cubano de cantar desde el “ahora” a la etapa de gloria de la última década del siglo XIX; los nuevos tiempos que corrían en Cuba, por lo general estaban ausentes de sus temáticas. Quizá Byrne no poseía los dones expresivos de la coetaneidad, del acontecer inmediato, si ello fuese una solicitud que deba hacérsele a los poetas. O quizá también tantos cambios súbitos, tan rápida sucesión de acontecimientos, precisaba más que un poeta, un cronista. Cuando publica En el medio del camino, en 1914, lo hayamos aún solucionando sus versos, acrecentando sus estrofas, y usando un ritmo que no tiene relación con ruptura alguna, al grado de sentirse todavía la voz lírica del siglo anterior, véase en “Entre los míos”:

Es la vida más pródiga en dulzuras
Aquella que transcurre en la provincia,
Viendo la cima del vecino monte,
Viendo la cruz de la cercana ermita.

Aunque use el juego par de versos al final, al modo de Julián del Casal, el lenguaje de Byrne no se desembaraza de una tradición romántica que ya tenía que ser superada, que era preciso que ello ocurriera,y que en definitiva iba a suceder por esos mismos años en las poesías de Regino Boti, Agustín Acosta y José Manuel Poveda. Pero dentro de este sentido un tanto conservador, el poeta que había puesto una pica en Flandes con “Mi bandera”, logró textos de sentida intimidad, como “Analogías”, en el que apreciamos la fuerza viva del soneto, una de las estructuras versales más sólidas de la rica tradición poética cubana: “Existe un misterioso sacramento / entre la mano, el bálsamo y la herida”, versos que de alguna manera recuerdan el ritmo del gran Rubén Darío, por entonces vivo aun, gran maestro de la poesía de la lengua española. Byrne era un buen sonetista, su poema “Amo”, de 1910, juega con el tono de la intimidad y cierto sentido un tanto espiritual: “Amo la paz de las desiertas ruinas / en que esparce su aroma la leyenda / y tejen sus cendales las neblinas…”

El poeta matancero va a mirar hacia atrás, no es raro entonces reconocer el magisterio de Julián del Casal, y él se impulsa en “Mi anhelo” (De Excéntricas, 1893) con un tono lírico que será prácticamente el mismo que use hasta el final de su vida: “Yo quisiera escribir en un idioma / en que cada palabra fuera azul”.

El Byrne más trascendente para la historia de la literatura cubana y para la propia historia de la nación, es aquel que canta a la pasada gesta independentista, y luego asume una posición de muchísima dignidad.El Byrne más trascendente para la historia de la literatura cubana y para la propia historia de la nación, es aquel que canta a la pasada gesta independentista, y luego asume una posición de muchísima dignidad; se sale de sus versos para escribir un párrafo como el siguiente, de su artículo “En vez de Ingeniero, fui poeta”, buena prosa, mejor que muchos de sus versos, y alto sentido del valor cubano:

¿Y quién me asegura que conociendo a fondo el idioma de Poe, haciendo tres comidas al día y siendo diestro en todos los sports de la grande y poderosa República del Norte, no hubiese acabado quizás por aclimatarme allí demasiado? En la niñez y lejos de los míos, acaso hubiese llegado a encariñarme con el apéndice constitucional, que parece que no aprieta, y, sin embargo, nos hace sacar la lengua, cuando se le antoja, ni más ni menos si nos estuviera estrangulando.

Bien por Bonifacio Byrne, que desde antes de constituirse la República y ya dentro de ella, nos alertó para siempre del peligro norteño, como en verdad ya había hecho José Martí, pero tal alerta nunca está de más, siempre incluso puede estar siendo necesaria que se repita.