Andar el Trillo
7/12/2020
Tenemos un gran problema en la Cuba de hoy: hemos olvidado, nos han hecho olvidar o no quieren que recordemos que todos, incluso en nuestra expresión más personal, somos actores políticos. Nos hemos acostumbrado a que la política es algo externo, lejano, inalcanzable, etéreo. No nos paramos a pensar que nuestras acciones cotidianas expresan una posición política y que la política no se hace en redes sociales o en salones de reuniones, no se escribe en documentos; la política se hace en la calle y la hacemos todos.
Sin desconocer todos los actores externos que quieren tener influencia sobre los derroteros del país, esa inmovilidad también puede servir para explicar la Cuba que tenemos. Esa dinámica de general-soldado puede servirles a algunos que gustan de vivir su vida centrados en las tareas profesionales o en las más básicas del hogar. Pero nos priva de cumplir nuestro deber más grande con la nación que es construir todos la Cuba que queremos.
Como dicta la física, fue necesario para muchos un impulso externo para empezar a pensar en estas cosas. Fue necesario reconocer, si no el inicio, el recrudecimiento de un proceso de disputa de los imaginarios de lucha por la libertad en aquellos que buscan el retroceso y no el avance. ¿Resulta que ahora es la derecha pro-capitalista la que lucha por los derechos raciales, reproductivos, sexoafectivos, de los animales, etc.? Es esa inmovilidad la que ha dado vida a esas falacias en la Cuba de hoy.
Y eso fue la Tángana, simple. No bastaba con tener la convicción de que toda causa justa cabe en la Revolución, había que salir a decirlo. No bastaba con reconocer en espacios cerrados que nuestras fallas han dolido y duelen a cubanos de bien, había que salir a decirlo. No bastaba comentarles a tus amigos que, sin renunciar a la justicia social, se pueden cambiar cosas para mejor e incluso incrementar esa justicia, había que salir a la calle a decirlo. La política se hace en la calle y eso fue la Tángana.
¿Cómo no estar de acuerdo cuando desde la honestidad, el amor patrio y el buen gusto, cubanos, jóvenes y no tan jóvenes, denuncian y luchan contra injusticias que hoy persisten en el país? ¿Cómo no escuchar a quien expresa inquietudes que pueden ser las tuyas propias? Conozco en persona a algunos participantes de la sentada del 27 de noviembre, conozco a otros que tienen puntos en común con ciertas cosas que ahí se dijeron, a algunos los considero mis amigos. ¿Cómo no escuchar a un amigo que, sabes, es sincero cuando dice que quiere lo mejor para el país? Con quienes no puedo estar de acuerdo es con los cobardes, con esos que se cansaron de luchar y venden su discurso a quienes quieren dañarnos. Pero no vale que lo escriba ahora, había que ir a la calle y decir eso también.
De este cúmulo de necesidades nació la Tángana. No vale ahora diluirse en discusiones fútiles sobre la espontaneidad del asunto. La Tángana fue un esfuerzo conjunto, sin protagonismos, con criterios encontrados, sí; pero con una convicción suprema: que la Revolución se defiende haciéndola. Y ese era nuestro espacio para hacer nuestro poquito. La Tángana destiló juventud: en edad, pero también en estado de ánimo, en espíritu jovial, en tensiones, en nerviosismos, en aciertos y también en desaciertos. En dos días pasó de un chat pequeño a cientos de personas. No fue convocada bajo el amparo de las organizaciones e instituciones del país, pero estas fueron bienvenidas, acompañaron nuestro ímpetu, nos dejaron ser porque confiaron en nosotros.
Al salir les dije a mis padres que tenía una alegría que no me cabía en el pecho, porque sentí que había hecho algo para bien. Al terminar, luego de cantar el himno nacional en una clave un tanto hereje de Kelvis Ochoa, nos fundimos en un abrazo. Tal era nuestro compromiso real con lo que estábamos haciendo, tal era nuestra necesidad real de reivindicarnos como actores políticos; aunque no poblemos las asambleas y las mesas largas, tal era nuestro deseo de decir nuestra verdad, que nosotros también estamos por las causas justas, por todas las que lo sean, pero que no aceptamos injerencias.
La Tángana fue espectacular, renovadora, controversial, jovial, seria y profunda, pero ya fue. Queremos pensar que alzamos nuestra voz entre tantos gritos, que pudimos llamar a la reflexión a algunos y dejar nuestro punto de vista claro para otros. La Tángana podrá no haber sido muchas cosas, pero sí fue sincera. La presencia del presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez funcionó como un centro de gravedad que arrastró el discurso de muchos medios de prensa nacionales y extranjeros, oficiales e “independientes”. Y sí, que estuviera ahí con nosotros fue más de lo que pudiéramos haber esperado, fue una confirmación para lo que estábamos haciendo. No obstante, creo importante recalcar que hablamos de racialidad, derechos de las minorías de género o de identidad sexual, de ecologismo, de participación popular, de la relación del pueblo con sus instituciones, de la participación activa de los jóvenes en la búsqueda de la justicia. Y, si el tiempo no dejó oportunidad para más, quisiéramos pensar también que impulsamos a otros a que hablen de esas cosas y otras, siempre inscritas en la búsqueda de un mejor país, un país siempre soberano.
La Tángana después de la Tángana
Si pensáramos que ya todo está dicho o hecho, caeríamos en un error. Revolución es movimiento, movimiento constante y, como también dijimos aquel día, los que nos quieren dañar ocuparán cualquier espacio que les dejemos. Por eso urge trabajar por un mejor país para todos, cada cual desde lo que le toca, tomando también cualquier espacio de pensamiento para denunciar los fallos y proponer soluciones. No basta con haber dicho que tenemos empatía con quien busca de manera sincera más libertad para él y para los cubanos, debemos unirnos y construir esa libertad. Urge también más transparencia al desmontar los esquemas que se cuecen contra Cuba a 90 millas del malecón habanero. Nuevamente se nos abre un Trillo a nuestros pies, no hay certeza de cuál es el camino, ni de si este existe o tendremos que abrirlo nosotros mismos, pero la cumbre sí que existe y, con esa meta, debemos empezar a andar.
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