Alegrías líricas de una viuda holguinera

Erian Peña Pupo
21/11/2019

Mi Teatro Lírico Rodrigo Prats de Holguín no es el de las emblemáticas puestas que lo han hecho trascender como uno de los baluartes imprescindibles del arte lírico cubano. No vi —y por eso no puedo rememorar, ni siquiera comparar— las antológicas presentaciones de Los gavilanes, La del Soto del Parral, La tabernera del puerto, El conde de Luxemburgo, María La O, Cecilia Valdés, Amalia Batista, La Traviata, Las Leandras… entre tantas otras obras, que sí conocen y rememoran los viejos seguidores de la compañía. No es el Teatro Lírico donde hicieron historia y protagonizaron los roles principales, importantes figuras como Raúl Camayd, Náyade Proenza o María Luisa Clark.

La viuda alegre es una pieza antológica en el repertorio del Teatro Lírico Rodrigo Prats. Fotos: Wilker López
 

Mi Lírico holguinero es otro; es el que ha estado en escena en los últimos diez años. Mi “Rodrigo Prats” es el de La alegre chaperona, El show de Jerry Hermans, La leyenda del beso, La princesa de las Czardas, Luisa Fernanda, La corte de Faraón… Es el del espectáculo Viva Verdi, con dirección artística de Yuri Hernández y fragmentos de Nabucco, La Traviata, Rigoletto, Otelo y Aida, entre otras obras del repertorio verdiano.

Para muchos no ha sido la mejor década de la compañía, pero es la que conozco. Es el Lírico de galas, como la que celebró su 50 aniversario en 2012; el de espectáculos variados. Y ahora es también el Lírico de La viuda alegre, famosa opereta de tres actos con música del compositor austrohúngaro Franz Lehár y libreto a partir del original en alemán de Víctor Léon y Leo Stein, basado en L'attaché d'ambassade (1861) de Henri Meilhac.

La viuda alegre es, lo que podríamos llamar, un peso pesado en la compañía, una pieza antológica en su repertorio. La puesta holguinera fue estrenada —asegura, en un libro inédito, el investigador e intérprete Martín Arranz— en 1971 y siguió toda esa década en repertorio, hasta 1988. En 1979 fue calificada como “un éxito indudable” en la presentación realizada en la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana. Entonces la Orquesta la dirigió, junto a Fabio Landa, el propio maestro Rodrigo Prats, uno de los autores más importantes del teatro lírico nacional, junto a Ernesto Lecuona y Gonzalo Roig.

Esta esperada puesta —que sufrió varias posposiciones en las fechas de su estreno, buscando la perfección de los detalles— fue presentada recientemente en el Teatro Eddy Suñol, como parte de las actividades por el 80 aniversario del coloso artístico holguinero. Llevarla a escena es portar una tradición consabida, que hace rememorar las actuaciones de Camayd como el conde Danilo o de Náyade Proenza y María Luisa Clark como la viuda Ana de Glavary; pero es revivir y hasta insuflarle cierta contemporaneidad a una obra que se caracteriza por una trama disparatada, divertida, basada en enredos y peripecias, y por momentos insulsa, como cualquier telenovela de turno: una joven viuda, Ana de Glavary, ha heredado varios millones, pero de casarse con un parisino su fortuna abandonará Pontenegro, creando la ruina nacional, por lo que, alentados por el barón Mirko Zeta, embajador de ese ficticio país en París, varios pontenegrinos la seducen. Pero a ella le interesa una antigua pasión, el conde Danilo Danilovitsch, quien jura demostrar que no se casará con ella solo por su fortuna, sino por amor. Lo demás aquí es enredos, peripecias y, eso sí, muchas infidelidades conyugales.

 Presentación en el Teatro Eddy Suñol, como parte de las actividades por el 80 aniversario
del coloso artístico holguinero.

 

Frívola, puede ser. Cargada de inverosimilitud, también. De por sí —y esto debemos subrayarlo— la opereta es un género musical animado y peculiar, cuya característica fundamental consiste en contar con una trama inverosímil y disparatada, a partir de diálogos hablados y canciones entre los que se intercalan historietas, llamadas couplets por los franceses, y bailes como la zarzuela o el cancán (como sucede en La viuda alegre). Se desarrolló en París primero y en Viena, Austria, después, a lo largo del siglo XIX. La viuda alegre, estrenada en 1905, no deja de poseer estas características del género.

La puesta holguinera, con dirección general de María Dolores Rodríguez y artística de Abel Carballosa, respetó la obra original, su concepción escénica, en buena medida la trama que desarrolla, la propia hilaridad que la peculiariza, aunque matizando varios parlamentos. Más allá de revisitar el género, lo homenajeó, cuidando cada detalle. ¿Cómo hacer que una obra como La viuda alegre, creada para el gusto y la diversión del público vienés de 1905, pueda interesar a los espectadores contemporáneos en Cuba? En ello interviene —más allá de La viuda… como obra de arte, como opereta clásica llevada a escena y grabada muchísimas veces en varias partes del mundo— la dirección artística, la puesta en escena, la espectacularidad que de por sí porta la obra, lo atractivo que llega a ser el desenvolvimiento dramático, la calidad de las actuaciones… No es una típica zarzuela, una gran ópera, sino un divertimento operístico, con una historia que, en su esencia, puede ser bien contemporánea, cotidiana, pero que por eso no deja de ser frívola, superficial, palaciega, casi vodevilesca.

 La puesta holguinera, con dirección general de María Dolores Rodríguez y artística de Abel Carballosa,
respetó la obra original, aunque matizando varios parlamentos.

 

Pero vayamos a algunas peculiaridades de la visualmente atractiva puesta holguinera. El “Rodrigo Prats” se ha caracterizado por las excelentes voces de sus intérpretes, los más jóvenes salidos de las aulas de la Filial de Canto en la Universidad de las Artes en Holguín. Esta puesta —en la noche en que la vi, y siempre mis consideraciones serán sobre ella— tuvo en el escenario a intérpretes jóvenes junto a voces consagradas de la compañía.

El desenvolvimiento escénico, actoral, viene a ser una de las limitantes, en buena medida, del teatro lírico cubano. Es un tema que han subrayado críticos en varias ocasiones. No es solo cantar bien, de por sí todo un mérito, sino saberlo conjugar con la actuación (por eso lo de teatro) y en ocasiones, como sucede aquí, hasta con el baile.

Los intérpretes de La viuda alegre lo hicieron lo mejor posible. Combinaron la actuaciones —algunos, claro está, mejor que otros— con el dominio de sus voces. A veces mejor, otras con falta de expresividad, matices, fuerza… El conde Danilo, interpretado también por el versátil y experimentado Alfredo Mas, estuvo en la piel del estudiante Carlos Manuel González, quien lo supo sacar adelante con dominio y gracia, cuando muchos pensaron que un personaje como este le quedaría amplio al joven. A Carlos Manuel hay que agradecerle también la valentía con que asumió al conde.

La viuda —sobre su personaje recae buena parte del peso de la obra— fue interpretada por una atractiva Yuliannis Sánchez, que nos ofreció un personaje agradablemente frívolo y en buena medida superficial, como amerita, intentando subrayar en el escenario el binomio necesario: el canto y la actuación. En lo particular, destaco al ya veterano Alfredo Calzadilla, como el barón Mirko Zeta, en lo que fue una clase de versatilidad escénica. El resto del elenco —el personaje de Niegus es aquí una delicia— le aportó su parte de diversión, desenvolvimiento y gracia a una obra que posee esos matices.

 La viuda fue interpretada por Yuliannis Sánchez, quien ofreció un personaje frívolo y en buena medida superficial, como amerita esta obra, intentando subrayar en el escenario el canto y actuación.
 

Si algo pudiéramos recomendarles en esta parte a La viuda alegre holguinera, es, sobre todo, cuidar algunos detalles relacionados con la actuación, con el dominio escénico tan necesario en sus intérpretes; incluso varias interpretaciones pudieran mejorar, matizarse, cuidar detalles vocales, para el bien de una obra que requiere de pleno dominio y versatilidad sobre el escenario, a la par del desparpajo, la futilidad, de una historia, que corre el riesgo, con sus enrevesados vericuetos, de aburrir un poco. Y aburrir —lo sabemos muy bien— es todo lo contrario a lo que se ha propuesto el Lírico de Holguín, por eso la dirección artística de Abel Carballosa y la dirección coreográfica de Alejandro Millán han insistido tanto en el dinamismo y la contemporaneidad de la puesta.

El diseño de vestuario y escenografía cuidó los más pequeños detalles de manera casi artesanal.
 

Por otra parte, el “empaque” es visualmente atractivo, sugerente, uno de los grandes logros de la puesta, remitiéndonos al París de plena belle époque. Alejandro de la Torre realizó el diseño de vestuario y escenografía cuidando los más pequeños detalles de manera casi artesanal. Cada traje, especialmente los de la viuda, fueron trabajados velando las telas y la pedrería, los cambios de las modas de la época… La embajada de Pontenegro en París, la mansión de la viuda, con su jardín cómplice de infidelidades y rejuegos, adquieren una verosimilitud —dentro del género, claro— que el público agradece. Del avant première mostrado el pasado año aquí, la obra sin dudas creció mucho.

Es necesario subrayar también el trabajo coreográfico de Millán al frente del ballet del Lírico, la dirección coral de Damaris Hernández —vemos incluso al coro incorporarse a las coreografías–, y la dirección musical de Oreste Saavedra, dirigiendo la Orquesta de Cámara de Holguín y músicos invitados. Oreste alternó batuta con el joven Edel Almeida, para interpretar desde el foso del Eddy Suñol las compasiones que Lehár creara; sin dudas, un lujo contar en las presentaciones, como antaño, con música en vivo.

Fue un lujo contar en las presentaciones, como antaño, con música en vivo.
 

La viuda alegre, del Teatro Lírico Rodrigo Prats de Holguín, es una pieza ambiciosa y necesaria por más de una cuestión: rescata una obra antológica no solo del mundo de las operetas, sino del repertorio de una compañía que celebró, precisamente en uno de los días de estreno, su 57 aniversario. Porque la devuelve para un público que añora los años de esplendor del Lírico y que vio esta puesta, pero también para los espectadores jóvenes, ávidos no solo de teatro lírico, sino de teatro en sentido general. Porque pone sobre el escenario a consagrados y jóvenes, incluso estudiantes, para el bien de una obra que busca ser contemporánea, pero sin dejar de tributar al clásico; por el cuidado detalle en el diseño de vestuario y la escenografía —cuestión que, a priori, el público se lleva en la retina—, las interpretaciones, la mixtura entre actuación y danza, la música en vivo… Porque La viuda alegre, incluso con los detalles o sugerencias que cualquiera puede indicarles —si hay una cosa que el público holguinero cree saber es de teatro lírico—, es un camino, un punto de crecimiento esperado ansiosamente, una necesidad para la vida cultural de la ciudad, que esperamos pueda mostrarse en otras partes del país, incluso volver al propio Eddy Suñol. En resumen: una obra que, por esperada, por darlo el Lírico de Holguín todo en ella, se comenta de boca en boca, se piensa, pero, sin dudas, también se agradece.