Adiós a mi amigo Tony

Laidi Fernández de Juan
16/9/2020

Como si no bastaran las tragedias de este 2020, que tanto dolor nos ha causado ya, ha muerto una criatura amada por muchos: Tony, “el de la Uneac en Santa Clara”. Pocas veces tenemos el privilegio de encontrarnos un representante de eso que se llama “cuadro” con tanta sensibilidad, tanta valentía y tanto desprejuicio como él. Lamento profundamente su partida y abrazo a sus colaboradores más cercanos, esos que tuvieron la dicha de trabajar muchos años junto a él: Ricardo Riverón, Yamil Díaz, Arístides y Lidia, Liu Rosa, Iliana Raimundo, Edelmis Anoceto, entre otros colegas.

Ya había escuchado elogios hacia Tony antes de conocerlo, hace más de veinte años, pero los creí exagerados, ya que me llegaban de personas cercanas a él: “es muy justo”; “te va a encantar su desenfado”; “te vas a enamorar de Santa Clara gracias a él”, me dijeron. Y pensé que sobrevaloraban al presidente de la Uneac santaclareña. Sin embargo, cuando llegué a su oficina y conversamos un rato, todo lo que me habían contado resultó poco. No solo era cierto el dibujo de su persona que me había hecho en los comentarios que ya dije, sino que además Tony poseía un carisma especial, una manera muy particular de tratar a todo el mundo, como si conociera a la humanidad entera y no discriminara a nadie.

“Me complace haber sido su amiga, lo digo con absoluta convicción”. Fotos: Cortesía de la autora
 

A partir de entonces, luego de verlo esa primera vez como invitada, y de comportarme como tal, me convertí en su amiga. Dos décadas y dos años puede parecer mucho tiempo y, cierto, es un período respetable, pero siempre tuve anhelos mayores, siempre quise quedarme más tiempo en Santa Clara, estar más a su lado, aunque sea esta una expresión manida. De hecho, “estar a su lado” es casi metafórico: Tony no cesaba nunca. Respetuoso de las buenas costumbres, aparecía puntual a recibir a quienes llegábamos a su ciudad y nos despedía, aunque fuera de madrugada; pero me acostumbré a su presencia a saltos, porque era raro que estuviera quieto. Reuniones, compromisos, solicitudes de su autoridad a cualquier hora: Tony iba de un sitio a otro resolviendo problemas, consiguiendo lo que parecía imposible, apagando fuegos a toda hora.

Si desarrollábamos un evento en sus predios, además de recibirnos y despedirnos, se aparecía de repente en el salón y se sentaba en la última silla, aunque fuera un rato, un poco, y nos acompañaba. No fue hasta varios años después de iniciada nuestra amistad que me contó que había sido alumno de mi madre, lo cual me llenó de asombro y de alegría; hasta ese momento no lo imaginaba como crítico de arte graduado en la Universidad de La Habana, sino como alguien encantador a quien la vida colocó en el difícil camino de presidir (es decir, defender, proteger, representar) a artistas de todas las manifestaciones. Recuerdo que me lo contó casi como quien pide permiso, porque él quería rendirle homenaje a mi madre en Santa Clara. Le respondí alborozada y llevé a su antigua maestra, ya muy mayor, al tributo que, como todo lo que él planeaba en su mente infinitamente generosa y creativa, resultó muy emocionante.

“Ya Santa Clara no será la misma. La ciudad santísima de mis amores queda huérfana y yo, consternada,
no alcanzo a consolarla”.

 

Me complace haber sido su amiga, lo digo con absoluta convicción. Supe enseguida de su enfermedad, hace más de diez años, y procuré visitarlo en los hospitales habaneros, siempre que él me lo permitiera. No era raro que me ocultara que estaba aquí, muy cerca de mi casa, si no quería que lo viera adolorido, o el tiempo era poco. Pero siempre me llamó por teléfono y mantuvimos contacto hasta hace escasos meses. Nos vimos por última vez el año pasado, en el evento Cronistas Crónicos, que organiza mi queridísimo Riverón, y guardo la satisfacción de que fuera él quien me entregara alguna distinción.

Ya Santa Clara no será la misma. La ciudad santísima de mis amores queda huérfana y yo, consternada, no alcanzo a consolarla.