A paso de gato por la Isla y el teatro

Omar Valiño
17/3/2016
Fotos: Tomadas de Internet
 

El 27 de diciembre de 2014, al concluir las acciones de ese año por parte de la Casa Editorial Tablas-Alarcos, me dirigí al nutrido público que asistió a la apertura de la exposición en torno a Fernando Alonso, el gran maestro de la Escuela Cubana de Ballet, cuyo centenario homenajeábamos ese día. Diez días antes los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, en históricas alocuciones, habían anunciado al mundo el restablecimiento de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos de América. Con placer, me resultó inevitable vincular ambos acontecimientos y pronunciarme sobre los mismos.


 

Dije que Tablas-Alarcos se sentía parte, así fuera muy modesta, de la construcción de ese puente, ahora trazado sobre más firmes arcos. Y que Fernando Alonso era un buen símbolo para el caso porque vivió, trabajó y completó su formación en EE.UU., para luego devolver todo ese aprendizaje a la nación cubana en la fundación, junto a Alicia Alonso, del que más tarde sería el Ballet Nacional de Cuba. Sobre esos pilares, buscó, ensanchó, creó. No tuvo contradicción alguna en medio de lógicos trasvases culturales.

Causalmente, el propio 2014 había sido un año de recuento y nuevas proyecciones en torno al intercambio entre el teatro de los dos países. Justo en el fiel de la balanza del XV Festival Nacional de Teatro de Camagüey, la muestra bienal más amplia del teatro cubano enmarcada esta vez entre el viernes 3 y el sábado 11 de octubre, realizamos el panel “Una Isla, el teatro: Veinte años de intercambios culturales entre Cuba y su diáspora norteamericana”.

Se trataba, además, de una “importación” desde EE.UU., ya que allí sesionó por primera vez dicho panel en un pequeño salón del impresionante Hotel Palmer House, de Chicago, donde en junio de 2014 había tenido lugar el Congreso Internacional de LASA, sigla en inglés de la estadounidense Asociación de Estudios Latinoamericanos. 

Al término del encuentro en Chicago, de entre el público, el teatrólogo Jaime Gómez Triana se brindó para proponer su repetición en el Festival de Camagüey al Consejo Nacional de las Artes Escénicas, de Cuba, ente organizador del evento. Él mismo moderó la nueva sesión en el cine Casablanca (¡ah casualidad!), de la ciudad del río Tínima.

Responsable de la propuesta ante LASA, la profesora Lillian Manzor, de la Universidad de Miami y directora del Archivo Digital de Teatro Cubano (www.teatrocubano.org), fungió como conductora en ambas sesiones. Junto a ella, las dos veces, el empedernido director cubano fundador de La Má Teodora en Miami, Alberto Sarraín, quien no deja de pasar año alguno sin ponerse al frente de varias producciones, la mayoría sobre dramaturgia cubana de cualquier tiempo y hasta la actualidad. En los últimos tiempos vinculado a Akuara Teatro, la agrupación liderada por Yvonne López-Arenal.

Igualmente repitieron la periodista y crítico teatral Maité Hernández-Lorenzo, de Casa de las Américas, así como la maestrante Yohayna Hernández y este columnista, ambos teatrólogos de la Casa Editorial Tablas-Alarcos, del CNAE. Estuvieron en Chicago, pero no pudieron acudir a Camagüey, por diversas razones, el dramaturgo cubano-americano Pedro Monge Rafuls, director en New York de la revista Ollantay, ni el gestor cultural y productor Ever Chávez, al frente de la agencia FUNDArte, en Miami. Se sumó, sin embargo, la profesora de la Universidad de Tulane, en New Orleans, Carolina Caballero, nacida en EE.UU. de padres camagüeyanos, precisamente.


 

Monge y Yohayna Hernández coordinaron en 2012 el ciclo Aquí. Allá. Ahora, un puente de lecturas cruzadas entre La Habana y New York, a partir de piezas de dramaturgia cubana firmadas en la Isla o en Estados Unidos. En los últimos años, Ever Chávez, por su parte, lleva y trae teatro entre Miami y La Habana con centro en Teatro El Público.

De todo esto y más, como indica su nombre, versó el panel. Precisamente,  sobre las diversas iniciativas que, a lo largo de dos décadas, han tendido sólidos puentes de intercambio entre el teatro cubano y su diáspora asentada en territorio estadounidense.

Reiterarlo, con su visión histórica e integradora, en el festival nacional de la escena cubana adquirió un especial relieve y legitimidad ante el conjunto más representativo del Teatro al que todas las partes pertenecemos por derecho y voluntad propia. Fue un significativo espaldarazo público e institucional a una política, a un hermoso resultado y, sobre todo, a quienes han permitido llegar hasta aquí.

Los nombres de Lillian y Alberto son esenciales en la construcción de este puente. Ellos dieron vida en 2001 al, en muchos sentidos fundacional, Primer Festival del Monólogo, desde el cual se desprendieron tantos vínculos y líneas de acción. Luego prepararon el primer volumen de Teatro cubano actual. Dramaturgia escrita en los Estados Unidos, título que pronto incorporará un segundo volumen, ya en imprenta. Sarraín resultó esencial para la edición, en tres tomos, de Dramaturgia de la Revolución que coloca autores de aquí y de allá en igualdad de condiciones.

Ahora basta saber que conversaciones, cartas, proyectos, visitas, lecturas, eventos, publicaciones, jurados, sesiones académicas, exposiciones, espectáculos, producciones conjuntas… se han constituido en los peldaños de un paso de gato, ese peligroso colgadizo en el techo de las salas teatrales para ubicar luces y mecanismos escénicos sobre las tablas. Pronto haremos una sesión parecida en el congreso LASA (mayo, New York), completamente proyectados hacia el futuro y con interés en ensanchar más el puente hacia la mejor producción escénica estadounidense.

No ha sido un proceso fácil ni ocurrió de un tirón. Pero ha sido nuestro aporte a la construcción de este puente que nos enorgullece. Puente soberano, amistoso, en igualdad, con la cabeza en alto. Se ha desarrollado poco a poco, como obligatoriamente se desplazan los técnicos por los estrechos pasos de gato. Pasos difíciles, delicados, pero inspiradores a por la Isla y el teatro. Por la nación.