2017: raíces de una familia teatral

Rubén Darío Salazar
23/6/2017

Las artes escénicas matanceras se miran unas a otras, viven en calles cercanas. Teatro Papalote y Teatro El Mirón Cubano, por ejemplo, están enclavados en un mismo barrio. En la zona céntrica Teatro de Las Estaciones, Teatro El Portazo, Danza Espiral y Teatro Icarón, distribuyen sus sedes de Río a Medio, de Medio a Ayuntamiento hasta llegar a Contreras. El único reducto profesional de Thalía fuera de las fronteras de la ciudad capital es Teatro D´ Sur, afincado desde sus inicios en el Municipio Unión de Reyes.


Grupo El Mirón Cubano Foto: Periódico Girón

Los actores y directores pueden contarse con los dedos de las manos, por eso podemos ver a los histriones de René Fernández trabajando en espectáculos de Miriam Muñoz o Rocío Rodríguez, o los de mi propia agrupación trabajando en la de Pedro Franco y viceversa, hasta los danzarines de Liliam Padrón ya han hecho incursiones fuera de lo que se reconoce como su zona de confort. Son también los mismos actores quienes ofician en la radio y en la televisión matanceras, cual familia agigantada y laboriosa que tiene sus particularidades, por supuesto, como todas las familias.

En el caso de los directores, los experimentados y los noveles, también hallamos vasos comunicantes evidentes. De la gran escuela teatral de René Fernández, que ya cumple 55 años, emergí yo mismo para crear Las Estaciones en 1994. Gilberto Subiaurt, quien también se afana en la labor directriz, viene de la cantera de Pedro Vera. De la otra escuela, esa que ha formado a niños y jóvenes aficionados al teatro, hablo de Teatro Icarón, surgió Pedro Franco y Lucrecia Estévez; en el Mirón Cubano, que dirigía Francisco Rodríguez, está hoy su hija Rocío Rodríguez. En Danza Espiral Yadiel Durán ha seguido las huellas de la Padrón, convirtiéndose en un coreógrafo lleno de inquietud.

Ese mano a mano creativo ya ha dado frutos, obras que vibran con una energía especial, nacida de los diálogos generacionales, directos e indirectos, conversaciones de linajes como árboles que echan ramas hacia arriba, en el centro y hacia abajo. Matanzas es una ciudad demasiado pequeña como para acunar por mucho tiempo rencillas inmisericordes que sobrevivan a lo que verdaderamente nos une a todos, la pasión compartida por el teatro, sea de adultos, de niños, callejero o compuesto por movimientos danzarios.

Definitivamente, no somos ni los nuevos ni los viejos una partida numerosa, por lo que a todos, más que empujes o correteos, lo que nos debiera marcar es el agradecimiento a nuestros mayores, los activos e inactivos, más el optimismo en que los que lleguen defiendan y amen tanto el oficio de la representación como aquellos y como nosotros.  

En lo que va de 2017, algunos estrenos se han sucedido marcados por una contemporaneidad que habla de pasado y presente en un mismo haz. Yadiel Durán y yo al frente de Cuatro, un espectáculo de teatro coreográfico que mezcla con mirada actual las vidas de Milanés, Lecuona, Rita Montaner y Haydee Santamaría, asumidos por bailarines de Espiral y Teatro de Las Estaciones. Miriam Muñoz, al frente de un texto como La otra orilla, de Ulises Cala, que habla de emigración, ansiedades y desarraigos, acudió a un elenco mixto que integra a las huestes de Icarón a gente joven y madura, proveniente tanto de Teatro Papalote, El Portazo, como de otras agrupaciones escénicas. Concierto para Aurora, el más reciente estreno del Teatro Mirón Cubano, bajo el liderazgo de Rocío Rodríguez, habla de ayer y de hoy, de lo perdido y lo encontrado en Matanzas, la ciudad de los puentes, desde las voces de intérpretes tan consagrados como recién llegados a los terrenos de la actuación. 

Sigue y seguirá siendo Matanzas fortaleza de talentos dramáticos. La familia, aunque parezca dispersa, teje raíces por encima y por debajo de la ciudad, entramados que pasan por el cerebro y por el alma de los que necesitan del teatro para ser. Fuera quedan los resentidos, ignorantes de lo que verdaderamente hace cada quien en sus áreas de creación, islas que han sido violentadas sin ningún decreto oficial, como no sea el de pararse cada noche, cada tarde o cada mañana frente al respetable para decir lo que hace falta, y luego escuchar el sonido mágico de los aplausos, esos que aprueban o desaprueban los días, meses, y a veces años de tanto esfuerzo y placer.