Álvarez y lo uno, lo otro y también lo contrario
Como el epigonal deudor de las sentencias tremendistas que es, Carlos Manuel Álvarez acude a una refriega de ellas buscando desacreditar tanto al magazín OnCuba —al que le debe el primer llamado de atención que recibió sobre sus siempre tremendistas alharacas, y del que reniega como si hubiera nacido clásico infalible— como al entrevistado cuyos criterios de pronto le incomodan. Se trata del poeta, ensayista, traductor y editor cubano Rolando Prats, alguien que no solo le va lejos generacionalmente, sino, sobre todo, en el uso fluido de la epistemología política. La primera sentencia que Álvarez se gasta acusa y condena de asesinato de la lengua a la entrevista. Al leerla, sin embargo, compruebo que el lenguaje es diáfano y las ideas están expresadas con una claridad científica rara en esos ámbitos de pensamiento. Apenas unos pocos términos pudieran ser ajenos a quienes ignoren por completo las ciencias sociales afines a la sociología política y no es difícil colegir el sentido a partir de sus propios planteamientos. Es un texto de pensamiento complejo que no está, sin embargo, complejamente presentado. No es que, por mi parte, suscriba el espectro teórico que Prats sostiene en la entrevista, sino que lo comprendo a la primera lectura y puedo debatir y dialogar con él. Los ojos para ver son necesarios, aun así.
El escozor imprudente que apresura a Álvarez no viene, por supuesto, de sentirse indignado por un crimen lingüístico, aunque camufle en ello su reacción, sino, como lo deja claro en su descarga, de que los autoproclamados “movimientos” 27-N y San Isidro son puestos en su sitio. Concretamente, las oraciones donde Prats aclara: “Allí donde el 27N llegó a ser síntoma, el Movimiento San Isidro (MSI) ya se había convertido en enfermedad. Si el 27N pudiera ser el límite de lo negociable, los agentes, la agenda y el discurso del MSI son el principio de lo que no se deja absorber. Una cosa es disentir, parcial o totalmente, de las prácticas, el discurso, los presupuestos ideológicos del Estado, y otra convertirse en agente pagado de la agenda contrarrevolucionaria del eje Washington-Miami”. Por su cuenta y riesgo Álvarez, se vale de la compactación reductora que marca al discurso del debate, para citarlo de este modo: “allí donde el 27N es síntoma, el MSI es enfermedad, porque son ‘agente(s) pagado(s) de la agenda contrarrevolucionaria del eje Washington-Miami’”.
“Una cosa es disentir, parcial o totalmente, de las prácticas, el discurso, los presupuestos ideológicos del Estado, y otra convertirse en agente pagado de la agenda contrarrevolucionaria del eje Washington-Miami”, sostiene Rolando Prats.
De golpe y porrazo descubrimos que el primer acto criminal lo ha cometido el promovido autor a costa de la exposición de las ideas del entrevistado. Y espero que no sea necesaria una comparación deconstructiva de estos dos fragmentos. Apenas llamo la atención sobre la poda de elementos que ha practicado para convocar la cita, todos, por coincidencia empática, sostén de los patrones comunes de agendas financiadas, según los propios informes públicos que pueden encontrarse en el sitio de la Usaid. ¿Casualidad que Álvarez sepulte en omisión lo que el propio Departamento del Tesoro estadounidense ha revelado oficialmente? Como en cualquier historia de aventuras, la equis marca el punto, es decir, el motivo que lleva al sospechoso al crimen.
Por un lado, este tipo de reflexiones que parten de conocimientos profundos de las ciencias sociales, y por elemental razonamiento desbanca las bases de la propaganda negra que se impone alrededor de la revolución cubana, resulta tan molesto que entra en el desfile de insultos tremendistas, tales como acusar de reaccionario el discurso de Prats y premiarlo con una joya lingüística de quien predica moral en calzoncillos: “divagación de intelectual ágrafo, fajado con su generación muerta, practicando el excentricismo como posición ética”. Vamos, como que no hay mucho de ejemplo en el ejemplo.
Y en punto y seguido Álvarez va a acudir a lo que Gurvitch llamara “predicción del pasado”, dándole un giro a cuenta propia, pues parece ignorar la teoría de referencia. De acuerdo con su nota, el proceso de “puntacanización de La Habana” va a convertir a Cuba en “patio trasero de Carnival, Norwegian” y, acorde con una plataforma que apuesta a deslizarse en los seguros patrones de juicio de la propaganda global, coincidentes con las normas del no tan viejo manual de guerra fría, a denunciar la “coordenada económica neoliberal” “lavada y blanqueada por la izquierda obediente que se llena la boca hablando de Gramsci, Benjamin, Mariátegui, Mella, pero que nunca se les ha visto pensar ni el presente ni el recuerdo en su instante de peligro; una izquierda que sin empachos acusa a cualquiera de agente de Washington, cuestiona cualquier subvención o método de financiamiento ajeno con los argumentos del poder político totalitario y cobra con atraso de meses las migajas de los empresarios cubanoamericanos cuyo fin político no es otro que vender en Cuba”. ¿Se refiere a la izquierda que piensa en relación directa con el poder revolucionario, de la loa a la crítica, pues no es monolítica aunque así los agendados la presenten, o a la “izquierda” que se ha separado de la revolución para asumir una senda de democracia partidista, o de derecho, a la que siguen llamando absurdamente socialista? ¿O son una las dos, o las diez, al menos para él?
Si dejamos de lado los lugares comunes de encendido panfleto, dignos de un tribuno cualquiera en campaña de alcaldía, y focalizamos la esencia que busca transmitir, descubriremos que Álvarez pretende mostrarse como el iluminado defensor del sistema social justo, como si este fuera posible en una democracia liberal subordinada al capital global y sus centros de poder y, ¿paradójicamente?, sin rozar con un pétalo a los neoliberales hegemónicos e injerencistas mientras tilda de neoliberal al Estado cubano y sus transformaciones económicas, que, por supuesto, necesitan un permanente debate desde sus procesos internos de democracia socialista. Y se basa en que él sí se lanza a riesgos y, para más virtudes a la orden, carece de toda hipocresía política. Así, se siente en el derecho de usurpar los valores del proyecto y, a la vez, defenestrarlos si han ido de la mano de otros, incluso si esos otros se han separado ya definitivamente del socialismo en el poder y, por tanto, de las contradicciones necesarias de la transición socialista. La alusión a Lichtenberg con la que cierra su nota, nos revela otra equis: es requisito que pensemos de él lo que él mismo piensa de él, cualquier otra opinión sería totalitaria.
“Álvarez pretende mostrarse como el iluminado defensor del sistema social justo, como si este fuera posible en una democracia liberal subordinada al capital global y sus centros de poder”.
¿Y por qué tan airadas diatribas contra la publicación que, en confesión de parte, lo lanzó a la palestra aun siendo estudiante? Él mismo va a dejarlo claro: acoge algún que otro discurso como este, si bien pocos, en disidencia con la brutal campaña de difamación que lleva a la confrontación como divisa, algo que Prats ha definido con detalle en sus intervenciones. Me abstengo de citar la andanada de diatribas, en su común y tremendista desfile, y llamo solo la atención sobre un motivo que el joven periodista no se atreve a hacer explícito: la agenda de confrontación de la que él mismo forma coro, se desvanece por su propio peso cuando el debate entra en pensamiento profundo. Esa agenda, desde los oficialmente financiados, hasta los espontáneos que saltan como verdaderos fanáticos de celebridades no pocas veces carentes de verdaderos resultados profesionales, depende de que el escenario de debate público no se desplace de la suplantación superficial de conceptos y continúe simplificando la línea causa-efecto. Y esto es válido incluso para los sectores más sedentarios de la burocracia institucional cubana, a quienes tan cómodo resulta descargar en el bloqueo las culpas de su inmovilidad, y sacudirse las críticas pegándose a la justa acusación de injerencia financiada, simbólicamente manejada desde los manuales de desestabilización gubernamental. Inconfesados cómplices resultan a la postre.
Las ideas de Prats merecen un acápite aparte, desprejuiciado y acorde con la sinceridad con que se expresan en tanto las del periodista no son más que descarga de rutina, pólipos de guerra continuada. Como Álvarez enuncia para un público cautivo de esa misma propaganda que disuelve en los síntomas la esencia, va de manual con su andanada tremendista, más ignorante que consciente de su propia norma. De paso, y no sin convicción, en lo más alto podemos ver a Dios, su butacón mullido junto al elegido de su diestra, y arriba, es decir, mucho, mucho más arriba, en superior ironía, al camarada Álvarez, totalitario demiurgo de lo uno, lo otro y lo contrario.