Acosta Danza: la mente, el cuerpo, el todo del bailarín
9/1/2017
Nobody said it was easy.
Coldplay
La idea de que la danza es un solo lenguaje que debe ser desprovisto de dogmas y de clasificaciones —dígase encasillamientos en ballet clásico, contemporáneo, folclórico u otro—, con Acosta Danza sienta un precedente en nuestro contexto. Fundada por el bailarín y coreógrafo de reconocido nombre internacional, Carlos Acosta, esta compañía exhibe en su elenco a bailarines de formación clásica y contemporánea, logrando un equilibrio en su plantilla. Si bien esta no es la única compañía en la historia de la danza cubana que combina bailarines de diversas especialidades; en el entorno dancístico actual —sin prometérselo o con plena conciencia de ello— esta compañía procura cubrir un espacio necesario e imprescindible, por extrañas razones vacío.
Tocororo Suite, de Carlos Acosta. Fotos: Kike
Como parte de su temporada de otoño, la compañía exhibió galas de su profesionalismo y frescura en el hacer. En este caso, ofreció un programa concierto que siempre terminaba con escenas del reconocido espectáculo Tocororo, fábula cubana, esta vez sintetizado en Tocororo Suite, en la que brillaron una vez más las figuras que han ido creciendo con este ballet creado por el propio Carlos Acosta, y que cada vez le han aportado más de sí mismos a esta historia de vida llevada a la escena.
De inicio, irrumpieron piezas como Hokiri, de Michael Marso Riviere, y Fauno, con coreografía de Sidi Larbi Cherkaoui, para despojarnos de convencionalismos premeditados, o de sinsabores de lo que pueda ser esta compañía. Y es que este joven elenco se ha dado a la tarea de combinar técnicas, repertorios, maneras de hacer del arte contemporáneo. Llama la atención la precisión, belleza y calidad de movimiento del bailarín Julio León interpretando Fauno, así como la suavidad y elegancia en el bien logrado dúo.
En Hokiri, creación que vincula expresiones de la cultura urbana con las formas más académicas, se vislumbra el trabajo desde el impulso propio del bailarín, quizá con algo de improvisación en su proceso de trabajo, que logra un resultado homogéneo e impactante.
De exquisito deleite visual resulta Tocororo Suite, que alegra por su permanencia en la escena cubana, especialmente para los que hemos crecido con él y recordamos su estreno; mas Acosta Danza ya nos recordó que hay más, y Tocororo vino a cerrar la noche con un cálido recuerdo del pasado.
Acosta Danza, en un manjar de sensaciones del cuerpo y del alma, con un alto vuelo poético, del oficio y del arte, permite remitirnos a esa eterna pregunta que gusta de mortificarnos con la infinidad de sus respuestas: ¿qué es danzar? Danzar es —o debe ser—, en principio, un impulso, una energía, una disposición del cuerpo, de la mente. La danza es una, y como una debe verse. Si bien puede ser difícil combinar poéticas, discursos, maneras de hacer entre técnicas distintas —y debe ser para esta joven compañía tarea en la que seguir trabajando—, su infinita ganancia será esta vinculación de especialidades y el delicioso zumo que de esta mezcla se puede extraer. En este caso, no se habla del común hecho de un bailarín de una especialidad (mayormente el ballet clásico) que decide apostar por otra, sino bailarines que defienden desde lo suyo su manera de hacer. Acosta Danza promete en cuanto a calidad de sus bailarines, elección en su repertorio y hasta visualidad e impacto en el “mercado” (si se me permite el burdo paralelo).
Esta compañía ha de seguir perfeccionando sus conquistas, consciente de sus fortalezas y en pos de consolidarlas. La homogenización de sus bailarines debe continuar siendo un trabajo para revisitar. Qué hacer con sus bailarines y cómo colocarlos exactamente donde puedan dar el máximo de su entrenamiento y de su arte, es tarea incansable de su elenco.
Nadie dijo que sería fácil, mas lo difícil cuenta con el innegable valor de la valentía, de trazar la pauta, de servir de derrotero.
Por eso apostamos por ellos. Porque apostar por Acosta Danza es apostar por la danza en sí, por el impulso creador que mueve mundos, por esa necesidad de decir haciendo, y de decir sin palabras, usando el antiguo y nunca obsoleto lenguaje del movimiento.